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Venezuela: ¿hasta dónde se puede retroceder?

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A pesar de que el mundo no ha parado de crecer en los últimos doscientos años, ningún país escapa de las recesiones, depresiones económicas y, en algunos casos, prolongados períodos de involución económica asociados al atraso tecnológico. A lo largo de la historia, imperios, países y ciudades han sufrido la decadencia, el estancamiento y hasta la disolución o desaparición, de cuya existencia solo nos han arrojado luces los arqueólogos. Sociedades  que parecían destinadas a la eterna grandeza han visto cómo sus soportes económicos e institucionales se han desplomado y nunca vuelven a alcanzar su antiguo esplendor.

En su libro ¿Por qué manda Occidente… por ahora?, Ian Morris, doctor en Historia de la Universidad de Cambridge, nos recuerda que “Occidente desencadenó en su Revolución Industrial la impresionante energía del vapor y el carbón y, al hacerlo, cambió el mundo para siempre. Fábricas, ferrocarriles y barcos de guerra provocaron que Occidente se hiciera con el poder en el siglo XIX y el desarrollo de los ordenadores y las armas nucleares en el siglo XX garantizaron su supremacía global”. Sin embargo, considera Morris, que el traspaso de poder y riqueza de Occidente a Oriente en el siglo XXI es probablemente tan inevitable como el movimiento en dirección opuesta de Oriente a Occidente en el siglo XIX.

El desarrollo capitalista ha provocado que la humanidad viva su época de mayor abundancia en todos los órdenes. Nunca el mundo había conocido tal grado de riqueza y satisfacción de necesidades. Esto no significa que el crecimiento y la prosperidad no se haya visto entorpecido en países y sociedades que han escogido el camino equivocado, dejándose dominar por los cantos de sirena de ideologías engañosas, que prometieron y siguen prometiendo atajos que conducen a resultados demoledores cuyas consecuencia ya nos son familiares.

En el caso de América Latina es emblemático el ejemplo de Argentina, país que a finales del siglo XIX era considerado como el más rico del mundo. Para el año 1895 Argentina tenía un PIB per cápita de 5786 dólares, seguido de Estados Unidos y Bélgica. Según datos de Bloomberg, este país pasó de ser la economía más rica a ser la segunda más miserable, solo por detrás  de Venezuela. A pesar de sus crisis y recuperaciones, su drama se agudizó a partir de la llegada al poder de un teniente coronel “aliado de los trabajadores” y con un repertorio de “buenas intenciones”. Por supuesto, la solución fue la misma que aplican los populistas cuando llegan al poder, aumento desatado del gasto público y toda clase de políticas intervencionistas que se han prolongado en el tiempo y repetido incesantemente por todos los gobiernos que lo han sucedido, cuya herencia ha sido el vergonzoso puesto que hoy ocupa Argentina entre los países más libres y prósperos del planeta.

Otro país cuyo caso es mundialmente conocido, por ser la última víctima del populismo socialista ha sido Venezuela. En el caso de este país ya no se habla de la “década perdida” sino de la década de gigantesco retroceso impulsada por el fracaso de la revolución bolivariana y el socialismo del siglo XXI. Según la Comisión Económica para América Latina (CEPAL), calcula que la caída del PIB para este año será del 18%, para el FMI la caída estará entre un 15% y un 20%. Con estas cifras, la gestión desastrosa de Nicolás Maduro completará 7 años de gobierno con una caída del 70% de la producción del país. Igualmente, el país será campeón en desempleo, inflación, con el precio del dólar acercándose al millón de bolívares y el salario de un ingeniero de Petróleos de Venezuela en 5 dólares.

Pero esta debacle económica que ha alcanzado a destruir no sólo la capacidad de producción del país, arrasado con su infraestructura, servicios sociales, aeropuertos, avenidas y hasta la forma de vestir del venezolano, también se complementa con un retroceso democrático que convirtió al país en una dictadura de corte mafioso, socialista y con aspiraciones totalitarias. La debacle económica ha sido asoladora. Hace 20 años, cuando el chavismo llegó al poder, había en el país 12.700 industrias y actualmente solo sobreviven menos de 2.500. Nunca antes en América Latina se había visto un régimen involutivo que haya conducido a un país a los niveles de violencia, pobreza y miseria que ha sufrido Venezuela en las últimas dos décadas. En cualquier aspecto que analicemos de la vida cotidiana del país, nos vamos a encontrar con la presencia de la decadencia y el retroceso tecnológico. Por ejemplo, el impacto de la destrucción de la industria petrolera ha repercutido no solo en los ingresos fiscales del país, sino directamente en la vida diaria del venezolano. En lo que respecta al gas doméstico (que antes llegaba a todos los hogares, distribuido por empresas privadas que entregaban e instalaban los cilindros en cada casa por remota que fuera), a partir de 2007, durante el afán expropiador del propio Hugo Chávez, tanto las grandes empresas procesadoras como las distribuidoras domésticas pasaron a manos del Estado. Ahora, aunque los ciudadanos amanezcan en las colas para comprar sus cilindros de gas, se vuelven a sus casas hartos de esperar sin ver satisfecha su demanda. Como todos los productos que regula el Gobierno, siempre queda la oportunidad de acudir al mercado negro donde una bombona o cilindro puede conseguirse en 30 dólares, con un precio regulado 0,30 dólares.

Los venezolanos, ante esta situación tan desesperante, se han visto obligados a adquirir cocinas eléctricas, pero las largas interrupciones en el suministro de energía tampoco lo hace una alternativa segura. Ante esta situación no es extraño ver en ciudades como Caracas a ciudadanos cargar cajas de madera, árboles secos de los parques o bajar de la montaña con leña y hacer fogones en las terrazas, casas o apartamentos entre nubes de humo y exponiéndose a sufrir problemas respiratorios. Esto pasa en el país con las octavas reservas de gas más grandes del mundo, certificadas en 197,11 millones de pies cúbicos. Pero Maduro promete que a partir de las elecciones del 6 de diciembre podrá tomar decisiones que resuelvan la carencia y la involución.

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