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Venezuela post Hugo Chávez: misma precariedad, idéntico liberticidio

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El fallecimiento de Hugo Chávez estuvo rodeado de un halo de secretismo interesado por parte del régimen. Lo mismo que sus frecuentes visitas a La Habana cuando se trató del cáncer. Una vez se consumó su muerte, además de las intrigas palaciegas dentro del PSUV, se convocaron elecciones, ganadas por el oficialismo.

Como resultado, Nicolás Maduro es la nueva figura del gobierno. Aún es pronto para determinar en qué sigue la senda del chavismo y en qué se aparta de la misma. No obstante, algunas y peligrosas constantes del pasado inmediato mantienen su protagonismo.

La primera de ellas, las continuas descalificaciones a la oposición, particularmente a la figura de Capriles Radonsky, al que acusa permanentemente de sabotear al gobierno, por ejemplo tras su reunión con el Presidente colombiano Juan Manuel Santos. La segunda, y en íntima relación con la anterior, afirmar que en Venezuela está creciendo la extrema derecha pero "él evitará que aparezca un nuevo Pinochet". Por tanto, Maduro no se ha apartado de la ortodoxia argumental de su predecesor, de quien ha heredado su carácter mesiánico.

Así, en los últimos días hemos asistido a denuncias de golpe de Estado y posibles intervenciones de sicarios para desestabilizar el sistema político. Frente a ello, la respuesta ha consistido en culpar a Estados Unidos de todos los problemas. Sin rubor, Maduro declaró a Le Monde que "Obama sonríe pero bombardea".

A nivel exterior, el nuevo caudillo tampoco se aparta de la senda marcada por Hugo Chávez. Se mantienen intactas las relaciones con Nicaragua, Cuba, Bolivia y Ecuador. De hecho, la primera visita oficial la ha efectuado a Bolivia, reuniéndose con Evo Morales. Este afrontará en breve elecciones, en un contexto de creciente desaprobación a su gestión política. Está por ver si la oposición es capaz de organizarse para plantear un programa y un candidato alternativo, algo que en los años previos no ha logrado.

En Cochabamba, hemos asistido a una diatriba incendiaria por parte de ambos. Términos como imperialismo (asociado principalmente a Estados Unidos), coparon los discursos. En cuanto a las líneas de cooperación que seguirán, apuesta clara por el intervencionismo en sectores como el de la alimentación, de tal modo que será el Estado quien controle la producción y exportación de los alimentos. Para ello se creará una empresa, cuyo nombre es tan rimbombante como ambiguo: "grannacional".

Lo paradójico del caso es que, mientras Morales y Maduro hablan de crear las bases para una nueva América Latina, los socios de su proyecto socialista no aumentan. Es más, naciones que hasta la fecha se han mantenido "neutrales", principalmente para evitar enfrentamientos con Caracas, apuestan por mirar comercialmente hacia el Pacífico y en concreto, hacia China. La Alianza del Pacífico se ha convertido en un rival claro para el ALBA.

Más allá de América Latina, Irán se atisba como su principal socio internacional. Desde el régimen de los Ayatolás se ha bendecido la nueva situación política venezolana. Al respecto, el intercambio de visitas ya ha empezado: si semanas atrás Ahmadineyad acudió a la investidura de Nicolás Maduro, ahora ha sido David Velásquez (Vicecanciller venezolano) quien se ha reunido en Teherán con el Ministro de Exteriores iraní Alí Akbar Saheli.

Desde otro prisma, Siria mantendrá en Venezuela su portavoz en la región. A comienzos de mayo, Maduro lanzó sus primeros ataques verbales contra Israel, lo que es muy del gusto de Al-Assad. En la Conferencia sobre Siria (29 de mayo), auspiciada por Irán, Venezuela será uno de los asistentes, aunque el protagonismo recaerá sobre Rusia (que se ha atrevido a denunciar doble moralidad de los países occidentales) y China (cuya política exterior no diferencia pragmatismo de relativismo).

En conclusión, los patrones de funcionamiento del Chavismo siguen vigentes en Venezuela, con un régimen que prefiere hablar de imaginarios enemigos externos, antes que solucionar los problemas de su población. A pesar de las campañas de maquillaje, muchas de ellas en Occidente, el descrédito del socialismo del siglo XXI sigue su curso.

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