El informe Rasmussen sobre tendencias electorales en la precampaña presidencial de los EEUU sitúa al candidato Ron Paul como posible segundo clasificado en las primarias republicanas que se celebrarán próximamente en New Hampshire. Tanto este estado como Paul son atípicos, pero es generalmente en la existencia de excepcionalidades notables donde el carácter de una nación se revela digno de esperanza.
New Hampshire es un estado de profunda cultura liberal. Los impuestos estatales y locales son allí, a los ojos de un europeo, inexistentes. Cae sobre sus habitantes, sí, el oneroso peso de la tributación federal, pero la opinión pública sigue manteniendo a unos políticos proclives a las libertades personales y económicas en mucha mayor medida que en la mayoría de estados norteamericanos. El apoyo social de esta dinámica libertaria se halla en las bases estatales del partido republicano, muy alejadas de los intervencionismos a los que les acostumbraron los neoconservadores o los propios conservadores de pata negra que anidan en el GOP. Igualmente están del todo vacunados del socialismo de viejo cuño y del nuevo de Obama.
No es de extrañar, por tanto, que Ron Paul obtenga sus mejores resultados en un estado donde muchos de sus cargos públicos son miembros o simpatizantes del Free State Project, un movimiento orientado a fomentar la reducción del gobierno a los mínimos imprescindibles para la protección de la vida, la libertad y la propiedad.
Ron Paul es, como New Hampshire, un verso suelto. Es enemigo declarado de los impuestos a los que considera una vía a la ruina económica y moral, que descapitalizan a la sociedad y la enferman de parasitismo y de tantas banderías colectivas que solo ensalzan el sacrificio de los más en beneficio de los menos. También se declara partidario consistente de la disciplina monetaria que ofrece el patrón oro, y resulta por eso y por otras propuestas libertarias la bestia negra tanto de los políticos del establishment como de las grandes corporaciones que viven de él.
Ni Ron Paul saldrá elegido candidato ni New Hampshire pasará de ser un canto de cisne a la sensatez, la racionalidad y la decencia. Aun así, hay que decir que si una nación como la norteamericana entre sus contradictorios frutos es capaz de producir esta consistente y real propuesta de libertad, ofrece aún motivos de optimismo al resto del mundo. Aunque entre las deudas históricas de esa sociedad haya aberraciones cometidas, por desgracia, en nombre de la libertad, con que existan Ron Paul, New Hampshire y ciudadanos libres que los impulsen, la esperanza no ha muerto.
Al otro lado del Atlántico, ¿qué podemos enseñar? En España, casi nada. Lo más similar, mutatis mutandi, y mucho hay que mudar para atisbarlo, es lo que la Comunidad de Madrid y Esperanza Aguirre representan: un modelo económico algo más liberal que el del resto de la nación, una resistencia a la crisis mayor, consecuencia de ese conato de libertad económica, y una posición resuelta y, ciertamente meritoria, de la la Presidenta, a favor de la bajada de impuestos, cuando los de su partido los suben en toda España.
A pesar de los méritos, Aguirre y su Comunidad están muy lejos de Ron Paul y New Hampshire. A pesar de los deméritos de esa distancia, Esperanza y Madrid son nuestros versos sueltos.
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