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Volver a empezar

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Se acaban las vacaciones y vuelve cada mochuelo a su olivo. Llega septiembre repleto de incertidumbre y tensión. Tras las culebras informativas de siempre (Gibraltar sigue siendo la reina), retomamos la preocupación por la recuperación económica. Los millones de personas que siguen en el paro, aquellas que ya no tienen subsidio, las familias en las que todos los miembros están sin trabajo, se enfrentan a un comienzo de curso escolar con muchos gastos, a un otoño enrarecido y a los rigores invernales, con la esperanza de que los supuestos buenos datos que llevan un tiempo anunciando nuestros gobernantes se traduzcan en una mejora de su situación.

Pero no nos engañemos. Los datos tan optimistas, que se celebran tanto porque estamos cansados de malas noticias, de esfuerzos y de apretarnos el cinturón, tardarán en permear el entramado económico y calar a los ciudadanos de a pie. Porque para que nuestros millones de parados encuentren empleo es necesario que se fortalezca el tejido empresarial, es necesario que el sistema financiero esté más fuerte, es necesario que el Estado no compita por financiación con las empresas, y es necesario que el lucro deje de ser un estigma para volver a ser considerado como siempre ha sido: un estímulo legítimo.

A finales de septiembre, las elecciones alemanas determinarán si Frau Merkel seguirá siendo quien tome las decisiones en su país y, sobre todo, en qué medida lo hará de manera autónoma o dependerá de extrañas alianzas. La importancia de estas elecciones para España es que ella representa la opción pro euro, dispuesta a seguir regando a golpe de manguera financiera a los países del sur, los que tenemos una economía más frágil, porque cree que es la forma en que Alemania sobrevivirá mejor. Y eso es, para muchos, equivocadamente, la panacea para España. Para otros, lo relevante no es el chorro de euros tanto como las condiciones que hay que cumplir para ser elegible para esas ayudas, y que inyectan un grado más o menos mayor de disciplina económica a los países afectados, para bien o para mal. Así que es probable que, ya sin la presión de la campaña electoral, y dependiendo de los resultados, aparezcan datos menos felices y noticias menos amables para la economía europea.

A esto hay que añadir los efectos que tiene en las economías europeas lo que suceda en Estados Unidos. La mejoría económica, ahora mismo pendiente de un hilo, también nos salpica. El conflicto con Siria, y en especial, la incertidumbre que inocula a los mercados, el posible gasto dependiendo de cómo se resuelva, y cómo afecte la actitud de Obama en su electorado, velan el futuro próximo tras la niebla de las consecuencias no queridas.

En ese caldo de cultivo es en el que el gobierno español ha de poner orden y sensatez, la que aún no ha puesto, en nuestro país. La viabilidad del sistema de pensiones, la flexibilización del mercado de trabajo, la reorganización del modelo de financiación autonómico y la recomposición de un modelo productivo que, de ninguna manera puede ser impuesto ni planificado de arriba a abajo, son los principales toros a los que ha de enfrentarse el gobierno de Rajoy.

Y, sin embargo, este gobierno está tocado por la lepra de la sospecha. El caso Bárcenas, las mentiras del presidente Rajoy, y la escasa capacidad para comunicarse con la ciudadanía del gabinete explica la cara de perplejidad de los españoles cuando se plantean los retos económicos que deben encarar este curso nuestros gestores.

Para completar la estampa, la oposición, que debería espolear al gobierno para lograr que haga algo, tampoco acompaña. En primer lugar, porque no está exenta de escándalos de corrupción, entre los que destaca, por la clamorosa indignación que provoca y lo que representa, el caso de los ERE’s. Pero además, porque la lucha interna y la ausencia de liderazgo desde hace ya mucho tiempo es un escándalo. Para compensar, la izquierda española, de manera irresponsable, emponzoña el ambiente disparando como puede, "a ver qué cae".

Volver a empezar no es fácil. Nunca lo fue. Pero es necesario. Precisamente ahora, cuando la confusión y la desesperanza flotan en el ambiente, hay que volver a empezar a construir, paso a paso, una senda diferente, sobre el suelo firme de los valores liberales, de la defensa a ultranza y sin concesiones de la libertad. No solamente porque esa sea la clave de la recuperación, que lo es. Sino porque es lo ético, son nuestros valores.

La novedad del Instituto Juan de Mariana es que nuestro presidente ya se ha incorporado como rector de la Universidad Francisco Marroquín. Quiero acabar mi primer artículo de este curso recordando a Manuel Ayau, fundador de dicha institución y Premio Juan de Mariana del 2008, quien, en su discurso de recepción del galardón, recordaba que la solución para salir del hambre, para escapar de las garras del marxismo, para mejorar la educación, etc., etc., era la defensa de la vida, la propiedad y los contratos. Y creo que esos tres pilares son los mismos en los que hay que centrarse aquí y ahora para emprender el camino de la recuperación, de la real, en España.

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