Realicen un repaso mental conmigo. ¿Cuántas veces no han escuchado alguna de estas críticas contra el sistema de mercado libre? Los márgenes entre los precios que pide el mercado a los consumidores y los que ofrece a los fabricantes y productores son enormes, los intermediarios se llevan la parte del león sin aportar apenas valor, el sistema capitalista es ineficiente por su anarquía y podría realizarse una distribución planificada por el gobierno de forma mucho más económica (esto ya se oye menos tras el caótico experimento socialista, pero estuvo muy en boga hace décadas), el mercado se olvida de los pobres, los precios de los productos están inflados por culpa de las marcas que venden bienes intrínsecamente no muy distintos de los genéricos con altas primas, la competencia de precios es una ilusión pues existe colusión entre los empresarios para evitar que estos desciendan, los trabajadores no participan en los beneficios que genera su empresa, la soberanía del consumidor es un mito…
Imaginen ahora un empresario que, punto por punto, se dedica a poner en solfa todas esas cuestiones. Que lo hace de forma sistemática y durante más de tres décadas. Iniciando sus actividades a pequeña escala y terminando por poderlo hacer de forma global. Pues sorpréndase porque ese empresario ha existido y tras su fallecimiento su compañía sigue funcionando de acuerdo con las líneas maestras fijadas por su creador. Para quien aún no lo haya adivinado, estoy hablando de Sam Walton y de su empresa Wal-Mart.
Cuando Wal-Mart abrió su primer establecimiento, el margen medio que cargaban los minoristas sobre las mercancías vendidas era del 45% y los costes de distribución representaban el 5% del precio de venta. Con su forma de operar Wal-Mart bajó esa cifra al 30% y al 3% respectivamente. Su propuesta de valor de «siempre precios bajos» y «satisfacción garantizada» se fundamentaba sobre la idea de que es posible reducir sistemáticamente los márgenes unitarios si se consigue mayor volumen y rotación. Es decir, puede llegar a ser más rentable vender con un margen por unidad de 3 en vez de 5 si se logra elevar el número de unidades vendidas por periodo de 10 a 25 (50 en el primer caso, 75 en el segundo). Es más, al incrementar las ventas y el beneficio total con un volumen de inversión similar, el retorno sobre la inversión también aumenta. Además de vender al menor precio posible la clave para vender mucho es mover mercancía que tenga buena salida. Es decir, vender lo que más guste al consumidor. ¿Quién dijo que el consumidor no es soberano?
Pero Wal-Mart todavía iba a ser capaz de reducir aún más los precios e incrementar la satisfacción del cliente con dos nuevas ideas. Por un lado, a través de la popularización de las «marcas blancas» ponía en juego su reputación (tan buena o mejor, pero más barata para el consumidor) en sustitución de la de los fabricantes. Por otro lado, con un impresionante sistema logístico de distribución y transporte iba a ser capaz de llevar cuenta de –y poner en el menor tiempo posible en los estantes– aquellas mercancías que más demandadas estaban siendo por los clientes. Los más beneficiados por todo ello serían las personas de menos ingresos que verían reducido el coste de la cesta de la compra en más de una tercera parte.
Seguramente el pueblo con más multimillonarios por cada mil habitantes de los EE.UU. es Bentonville (Arkansas) donde Wal-Mart tiene su sede social. El número de millonarios se corresponde con el de trabajadores de Wal-Mart que llevan el suficiente tiempo en la compañía como para haber visto multiplicar el valor de las acciones que la empresa viene entregando a sus empleados con más de un año de antigüedad como parte de su sueldo. Desde que Wal-Mart salió a bolsa en 1971 hasta la muerte de su fundador Sam Walton, 20 años después, la cotización de la acción se multiplicó ¡por más de 1.000 veces! (han leído bien), convirtiendo en multimillonarios no sólo a gerentes, compradores o encargados de almacén, sino también a camioneros y cajeras de la compañía.
Pese a la bestial campaña en su contra auspiciada al unísono por sindicatos –que no han conseguido penetrar la compañía–, izquierdistas radicales y progres de clase alta, una reciente encuesta llevada a cabo por RasmussenReports.com (la única encuestadora que obtuvo un 100% de acierto en las últimas elecciones norteamericanas) mostraba que el 70% de la población tiene un buen concepto de Wal-Mart –porcentaje que se elevaba al 80% entre los trabajadores y ex trabajadores de la compañía así como entre familiares y conocidos de estos–. ¿Se imaginan un partido político o sindicato de esos que dicen «representar al pueblo» con ese nivel de aceptación? Otro dato significativo de dicha encuesta es que, entre los detractores de la compañía, prima la gente de elevados ingresos. En resumidas cuentas, que unos trabajadores no sindicados lleguen a multimillonarios trabajando en una compañía que ha elevado el poder de compra de los menos pudientes en una tercera parte, consiguiendo a la vez enriquecer a sus accionistas y todo ello sin ningún programa socialista de redistribución o fomento es algo que las élites de la izquierda sencillamente no pueden tolerar.
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