La única recomendación debería ser: dejemos que el mercado y la propiedad privada actúen.
El 11 y el 12 de noviembre se celebró la Conferencia Internacional promovida por la Pontificia Academia de las Ciencias, junto con la Fundación Rockefeller, entre cuyos objetivos principales estaba “compartir la evidencia científica más reciente para reducir el desperdicio de alimentos”, a fin de proporcionar “recomendaciones, a ciudadanos, Gobiernos y organizaciones internacionales”, para implementar políticas e inversiones tendentes a dicha reducción. Así, el papa Francisco escribía, con motivo de dicha conferencia, que “debemos poner fin a la cultura del descarte, nosotros que pedimos al Señor que nos dé el pan nuestro de cada día. El desperdicio de alimentos contribuye al hambre y a los cambios climáticos”.
Lo cierto es, sin embargo, que el propio mercado está demostrando ser más efectivo que todas esas conferencias internacionales y las “recomendaciones” que de ellas resultan. Al fin y al cabo, por mucho que se debata o se escriba sobre el asunto, lo que necesitamos son soluciones reales, imaginativas, innovadoras y eficientes para alcanzar esos objetivos. Y el mejor modo de alcanzarlas, el único, diría yo, es la experimentación práctica, a través de la competencia, del mercado, de la prueba y del error. Por eso está siendo el denostado capitalismo -es decir, y simplificando, el sistema económico basado tanto en la propiedad privada de los medios de producción, como en el libre mercado como mecanismo de asignación de recursos-, quien está ayudando a encontrar las soluciones que mejor ayudan tanto a optimizar el uso de recursos en la producción de alimentos, como la reducción del desperdicio de los mismos.
Es efecto, el desperdicio de alimentos -así como del agua y otros insumos utilizados en su cultivo-, o la infrautilización -no por falta de recursos- de las tierras ya destinadas a la agricultura, se pueden producir por muchas razones, pero, simplificando mucho, las fundamentales son: por mala gestión del campo, no aprovechando con eficiencia los momentos óptimos para la siembra, la recolección o el mal uso de fertilizantes, pesticidas o del agua destinada a la cosecha; por una mala gestión de los almacenes (sobre todo de productos perecederos, al producirse pérdidas importantes por el transcurso del tiempo o por plagas), y en las cocinas y en la mesa, por un deficiente cálculo de las raciones óptimas.
En la actualidad existen innumerables empresas buscando soluciones creativas que consigan optimizar tanto la producción como el consumo de dichos alimentos en las distintas fases a las que nos hemos referido. Así, se pueden citar muchos proyectos -como este de Microsoft-, que se centran en optimizar, a partir del internet de las cosas y de la inteligencia artificial, los momentos adecuados -en función del clima, de la situación de la tierra, etc.- para realizar las distintas tareas agrícolas (siembra, tratamientos, riegos, recolección, etc.), y las dosis óptimas de insumos (aguas, fertilizantes, pesticidas, etc.) permitiendo un aumento de la producción de las cosechas y reducción de los costes, optimizando el uso de los recursos, como el agua. Existen otros proyectos, también basados en internet de las cosas y en inteligencia artificial, como el de Centaur, que ayudan a gestionar el stock de alimentos en los silos, previniendo que se estropee lo recolectado por el transcurso del tiempo, deficientes condiciones de conservación o ataques de plagas durante su almacenamiento. Otras empresas, como Wastless, han diseñado aplicaciones que permiten adaptar los precios, en tiendas y supermercados, al momento y sobre la marcha, subiéndolos o bajándolos en función de la disponibilidad, la demanda y las fechas de caducidad de los distintos productos, lo que aumenta la rentabilidad de los establecimientos y disminuye el desperdicio de alimentos (ya que se bajan drásticamente los precios de los productos a medida que se acerca su fecha de caducidad, fomentando su venta y evitando, por tanto, que se desperdicien por caducar). Además, son también numerosas las aplicaciones que permiten adquirir, a bajo precio, la comida que queda, a diario, en las cocinas de restaurantes y hoteles, así como las especializadas en gestionar los stocks de tiendas y restaurantes en función de la época del año, el tipo de cliente, las vacaciones inminentes, el clima, etc., o las que indican, en dinero, el desperdicio de alimentos en las cocinas de hoteles y restaurante por exceso de comida en las raciones que se sirven, sistemas que ya están aplicando empresas como IKEA para reducir desperdicios y, por tanto, costes.
Los ejemplos mencionados son sólo una pequeña muestra de lo que se está haciendo, en ese y en otros campos, para aumentar la producción de alimentos y reducir los costes y los desperdicios; pero a pesar de los éxitos ya cosechados, estamos todavía en pañales y queda casi todo por hacer: todavía se tiene que generalizar tanto el uso de la inteligencia artificial para hacer predicciones, como la disponibilidad de los datos que generará el internet de las cosas de la mano de los sistemas 5G, y a medida que eso llegue, los resultados serán cualitativamente mejores.
Están muy bien las conferencias internacionales, pero la solución no está en darles consejos a los Gobiernos y a las organizaciones internacionales para que actúen y gasten dinero público; las empresas están ya actuando y siempre han sido las empresas privadas, los empresarios que se juegan su dinero, quienes han liderado y abierto los caminos que conducen hacia la riqueza y una prosperidad cada vez más generalizada. La reducción de los desperdicios de alimentos no va a ser una excepción, como estamos viendo. La única recomendación debería ser: dejemos que el mercado y la propiedad privada actúen, y, para eso, removamos las barreras que lo impiden y dificultan. Todo lo demás no son más que palabras… pérdidas de tiempo y de recursos.
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