El nivel de seguridad que un occidental puede una muerte no violenta es muy superior al de épocas pasadas, y no parece que la tendencia vaya a cambiar, más bien al contrario.
El día 12 de junio 49 personas fueron asesinadas en una discoteca en Estados Unidos por un sujeto de 29 años, nacido en Estados Unidos y de origen afgano. Un mes después 84 personas murieron arrolladas en Niza por un camión conducido por un tunecino de 31 años residente en Francia. Cinco días más tarde, un refugiado afgano de 17 años hirió a cuatro personas con un hacha en Alemania. Sólo pasaron tres días hasta que un alemán de 18 años, y origen iraní, matara a 9 personas en un centro comercial en Munich. A los dos días un refugiado sirio de 21 años asesinó a una mujer e hirió a dos personas más en el sur de Alemania. Ese mismo día por la noche otro refugiado sirio de 21 años se hizo explotar en la entrada de un concierto en Alemania hiriendo a doce personas. Por último, el 26 de julio un francés y un argelino de 19 años degollaron a un párroco en una iglesia en Normandía.
La impresión que uno saca de este relato de hechos, que no es más que la correlación de noticias más relevantes aparecidas en los medios de comunicación en lo que llevamos de verano, es que se ha producido un brote virulento de musulmanes (nacidos aquí o que inmigraron hace bastantes años) que han decidido cometer atentados en occidente.
Hilando más fino, se extrae que ocho musulmanes entre los 17 a los 31 años decidieron realizar ataques individuales, o en pareja, con armas que tenían a su alcance (ya que sea porque las podían adquirir legalmente o en mercado negro local, alquilarlas o simplemente cogerlas del lugar donde trabajaban) por una serie de distintas razones. Parece claro que cinco de ellos querían causar ataques terroristas en nombre del ISIS (Niza, asesino del tren, Ansbach y Normandía (2)), del resto no está claro qué pretendían, si es que pretendían algo. El asesino de Orlando era homófobo, y puede que un homosexual reprimido, y no parece que tuviera ninguna conexión con el ISIS o ningún otro grupo terrorista. El asesino de Munich parece un adolescente desequilibrado y el asesino del sur de Alemania no pasa de ser un suceso de violencia local (mató a su compañera de trabajo).
Sobre los cinco que pueden ser considerados terroristas, tres de ellos son personas muy jóvenes que improvisan ataques con armas blancas a objetivos sencillos. Dos de ellos se conocen por internet y otro actúa en solitario. Los otros dos, que también actúan en solitario, sí es posible que tuvieran contacto con el ISIS, pero el arma utilizada para sus ataques son bastante básicas (un camión alquilado y un artefacto explosivo bastante rudimentario).
Para poner algo de contexto a estos datos podemos recordar otros atentados cometidos por el extremismo islámico en Occidente; el comando terrorista del 11 de septiembre lo formaban 15 saudís de entre 29 a 31 años, un libanés de 26, dos emiratíes de 23 y 24 años comandados por un egipcio de 33 años. Planificar su ataque les llevó años y tuvo un coste bastante elevado.
Ataques menos importantes, como el 11M en Madrid y el 7J en Londres, necesitaron de la coordinación de 8 y 4 terroristas respectivamente y elaboración de bombas con explosivos potentes, y también necesitaron de una financiación elevada y una planificación de meses.
Lo más parecido a este tipo de atentados en los últimos años fue los ataques coordinados en París el 25 de noviembre del año pasado, donde 9 terroristas armados con fusiles y explosivos atacaron varios establecimientos, que tuvieron su continuación en el atentado de Bélgica en marzo de este año.
El resto de atentados en occidente por parte de musulmanes son protagonizados por hermanos (como los de Enero de 2015 en Charlie Hebdo o los del maratón de Boston en 2013) o por individuos aislados.
Así que un análisis frío de la situación saca a relucir que no estamos ante una muestra de fortaleza del terrorismo islamico, sino ante un momento de impotencia, donde se tiene que recurrir a extremistas aislados, y en muchos casos actuando seguramente de motu propio, que tienen que atentar con lo que tienen a mano. A diferencia de los comienzos de la década pasada, donde los extremistas podían organizarse en grupos durante meses o años y recibían financiación y logística en el extranjero.
Pudo haber un momento de preocupación en noviembre del año pasado cuando otro grupo numeroso de terroristas se pudo organizar para atentar de manera seria en Paris. Pero parece claro que el riesgo estaba concentrado en los grupos extremistas de Bélgica, que habían sido bastante mal controlados por parte de su policía. Cosa que se ha subsanado, al menos en su mayor parte, en estos meses.
Que nadie me entienda mal, que en países donde la tasa de homicidio ronda los 2 por cada 100.000 habitantes se produzcan este tipo de ataques es un problema muy serio, pero para encarar los problemas primero hay que ponerlos en su contexto, y para ello lo principal es distanciarse de los sucesos (en el tiempo, esperando unos días antes de sacar conclusiones, y, con las limitaciones que cada uno tenga, sentimentalmente).
Por desgracia en estos días hemos podido asistir a una serie de reacciones y análisis exagerados, derrotistas y con ninguna base.
Lo cierto es que occidente, con todos los peros que queramos, está combatiendo correctamente al terrorismo. Las bandas terroristas locales son prácticamente inexistentes, y eso es algo que se tendría que notar especialmente en España, que hemos tenido que padecer a una hasta tiempos recientes, y ningún grupo terrorista extranjero tiene desplegados comandos activos (que ya hayan atentado y no hayan sido neutralizados), ni parece que exista capacidad de introducir terroristas foráneos en nuestras fronteras, así que su radicalización se debe realizar en nuestro suelo.
Tampoco hay pruebas de que ningún país extranjero financie o apoye a grupos terroristas que atenten en occidente. Y el pseudo Estado montado por el ISIS está en vía de desaparecer al ser atacado por todos los frentes. Señal de que la débil Europa, y su aliado Estados Unidos, deben de seguir una política exterior los suficientemente efectiva para conseguir este fin.
En definitiva, occidente está mejor preparado que en 2001 para afrontar el terrorismo, y éste ha sufrido las consecuencias. No ha sido un camino de rosas, y otras partes del mundo han pagado un precio mucho más alto que nosotros, con numerosos errores y excesos políticos. Pero el nivel de seguridad que un occidental puede tener sobre si su muerte no va a ser violenta es muy superior al de épocas pasadas, y no parece que la tendencia vaya a cambiar, más bien al contrario.
Esto abre las puertas a otra serie de problemas, como la sobreprotección del Estado, y el coste en libertades que esto conlleva. Pero precisamente para poder fijar el debate en estos términos hay que clavar una pica de sentido común y dejar de dramatizar la realidad.
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