Con setenta y un costaleros, según señala el auto del magistrado Pedreira, se puede llevar el paso de la última cena de Salzillo de la Semana Santa murciana con dos equipos para ir relevándose, aunque la experiencia nos dice que cuando la justicia le pone la proa al Partido Popular, las consecuencias penales suelen ser raquíticas, y eso en el caso de que se sustancie alguna.
Porque lo cierto es que resulta difícil creer que setenta y un tíos y tías hayan estado trincando pasta ante las barbas apostólicas de Mariano Rajoy, pero sea como fuere, lo cierto es que ya están imputados, y eso, en España, es un baldón que se lleva para casi toda la vida, por más que al final te absuelvan con todos los pronunciamientos favorables.
El papelón más difícil de interpretar va a ser el de los que "pasaban por ahí" y han acabado imputados en el sumario, sin haber cambiado de jaguar ni haber comprado viviendas en las estaciones de esquí más afamadas. La justicia discriminará en su día los honestos de los corruptos, pero de momento todos van en la misma procesión. Y esa es una circunstancia bastante peligrosa, porque alguno de estos puede ponerse a contar cotilleos jugosos de los miles que surgen a diario en cualquier partido político y enredar la madeja todavía más de lo que ya está. Eso sin contar con la típica aparición de la mujer despechada, personaje clásico en estos sainetes, que acaba rematando la pieza y dándole mucha vidilla a todo el asunto.
El Gobierno está encantado con todo este follón, claro, porque es un argumento excelente para que los telediarios gubernamentales cierren el bloque de información nacional y los votantes olviden el desastre económico sin parangón en que nos ha sumido la ineptitud proteica de Zapatero. Entre uno que te roba a través del BOE y otro con la intervención de personajes como los protagonistas de la trama Gürtel, la gente acaba prefiriendo al primero, que además va rasurado. Es sólo cuestión de bigotes.