Y en esas estamos. Banco Central Europeo y Reserva Federal han "provisto de liquidez para facilitar el funcionamiento ordenado de los mercados financieros", como se ha justificado esta última, en ese lenguaje entre técnico y arcano que sugiere, pero que no dice nada. Ahora se dice que la Fed bajará los tipos y que el BCE y el Banco de Japón retrasarán su decisión de subirlos. ¿Qué ocurre? Los ciudadanos tenemos la sensación de que nos están guiando unos perros lazarillos. Y sus palabras, reconfortantes y vacías, nos llenan de inquietud. La palabra crisis comienza a musitarse en los mentideros y cuando la leamos en los periódicos con grandes tipografías ya será tarde. Sí. Se acabó la fiesta y volvemos a casa con la sensación de que, cuando nos despertemos, nos va a subyugar una terrible resaca. Menos mal que están el BCE y sus amigos ofreciéndonos una dosis más. Todavía podemos aguantar un poco. Seguimos en pie.
Ahora, con el mareo de la última dosis y el vértigo de la caída, miramos atrás para saber cómo hemos llegado a esta situación. Para que se haga una idea imagínese que un buen vecino, que merece su total confianza, se le acerca y le pide prestada una pequeña cantidad. "Por supuesto, cuenta con ello", le dices. Y preguntas: "¿para qué lo necesitas?". "Tengo que comprar una casa", te responde. No es que se haya visto temporalmente corto de fondos o que tenga una pequeña necesidad inmediata que no pueda atender. Se va a embarcar en uno de sus proyectos económicos más importantes de su vida y en lugar de haber ahorrado lo suficiente o pedir ese capital a otros ahorradores, pagando su precio correspondiente (préstamo a largo plazo y con incertidumbre), tira de pequeños préstamos a corto, más baratos, que va renovando una y otra vez.
¿No hay algo extraño en ese comportamiento? Sí. Es un fraude con todas sus letras. Un crimen económico mayúsculo que sólo ante el ignorante pasa por mera técnica financiera. Es el fraude que el sistema bancario ha adoptado como corazón de su negocio. Endeudarse a corto, captando nuestros depósitos, y prestarlo a largo plazo, para otorgarnos hipotecas. Nosotros entregamos liquidez y ellos prestan capital. Un juego malabar ante nuestras propias narices. Un engaño del que participamos igualmente.
Pero en la economía cada pecado crea su propia penitencia. Y llega un momento en el que las consecuencias del fraude se vuelven contra todos. Se han iniciado demasiados proyectos a largo plazo para los que, sencillamente, no hay ahorro suficiente. Hay que reconocer, cuanto antes mejor, el estado de cosas. Es necesario liquidar los malos proyectos, reconocer que muchos de los activos que tenemos no valen ni la mitad, sanear la economía y seguir adelante.
Pero a base de convertir liquidez en activos ilíquidos, los bancos se encuentran en situaciones comprometidas y piden ayuda a los bancos centrales, una de las instituciones más viles de nuestro tiempo. Cada nueva ayuda retrasa la penitencia, pero agrava el pecado y la pena. Privadamente lo único que nos queda por hacer es atarnos los machos, ahorrar para un futuro incierto y esperar que los ríos de tinta, sangre y lágrimas no nos arrastren.