Una calamidad como han sufrido los habitantes de Nueva Orleáns atrae a todo tipo de moscones intelectuales. En especial a aquellos que han perdido sus argumentos en el debate de las ideas. Cuando ven una tragedia como esta se apresuran a sacar partido y tratan de apuntalar sus ruinosas teorías con las trágicas imágenes que difunden los medios combinadas con medias verdades o completas falacias. Uno de los grupos cuyos partidarios se han dado prisa en aprovechar la coyuntura ha sido el movimiento radical ecologista. Su mensaje ha sido claro. La catástrofe se debe a nuestro voraz sistema económico de libre mercado, es decir, al capitalismo.
El argumento más sofisticado diría poco más o menos lo siguiente: “Los gases efecto invernadero están calentando el planeta. Ese calentamiento produce un incremento en la temperatura media del océano y éste, a su vez, sirve de caldo de cultivo de más y mayores huracanes”. Puesto así, en abstracto, la mayoría de los científicos admitirían que no es una teoría descabellada. El problema viene cuando se intenta poner a prueba.
El primer problema, en el caso del Katrina, lo encontramos nada más echarle un vistazo a la serie histórica de huracanes que han tocado tierra en los EEUU. Entre comienzos y mediados del siglo XX, una época en la que se supone que se produjeron relativamente pocos gases efectos invernadero, tuvo lugar un fuerte incremento de los huracanes de mayor fuerza destructiva (los de las categorías 3, 4 y 5 en la escala Saffir-Simpson). Entre la primera y la quinta década del pasado siglo estos huracanes se duplicaron pasando de 4 a 10. Sin embargo, en las décadas que siguieron al fin de la segunda guerra mundial, cuando la emisión de gases efecto invernadero se multiplicaron significativamente, hasta el final de la década de los 70, los huracanes más destructivos y el conjunto de todos los huracanes que tocaron tierra disminuyó de manera continuada y significativa pasando de 24 a 12 el total y de 10 a 4 los de mayor virulencia. Desde entonces y hasta ahora ha habido un escaso aumento de la incidencia de huracanes. En la pasada década aún se mantenían por debajo de la media del siglo XX sumando los de gran fuerza 5 ocasiones y 14 el cómputo total de los que tocaron el suelo de los EEUU. La cuestión que se plantearía cualquier persona culta es dónde está la correlación entre emisión de gases y variación del número o la intensidad de huracanes. La respuesta es bien sencilla: Desde una perspectiva empírica no existe tal correlación.
Esto nos conduce al problema de la causalidad. Los expertos en huracanes afirman que estos fenómenos naturales responden a ciclos pero dicen saber todavía poco de los fenómenos que desencadenan esos ciclos. La hipótesis ecologista consiste en afirmar que el factor principal que domina esos ciclos es el calentamiento de las aguas. Como veremos, su teoría tiene serios problemas. Antes que nada porque las aguas de la región de formación de huracanes del Atlántico (entre los paralelos 5 y 20 norte, desde África hasta América) vienen sufriendo un ligero enfriamiento en las últimas décadas. El equipo del programa medioambiental de las Naciones Unidas (UNEP) reconoce este dato cuando dice que “áreas como el Océano Atlántico norte se ha enfriado en las últimas décadas.” Pero aún hay más. En el resto de zonas en las que se forman los huracanes no ha habido ningún crecimiento en la cantidad ni la intensidad de estos fenómenos a pesar del ligero calentamiento de muchas de sus aguas. Por lo tanto no sólo no hay evidencia empírica de una relación entre la emisión de gases y la frecuencia o intensidad de los huracanes sino que la supuesta base teórica de los ecologistas hace aguas por los cuatro costados del razonamiento teórico más elemental.
Por eso no es de extrañar que los más reputados estudiosos de los huracanes nieguen la autoría de este fenómeno al calentamiento global. Entre estos famosos científicos destacan James J. O´Brien, Roy Spencer y William Gray. Gray, considerado por muchos colegas e instituciones como el mayor experto mundial en huracanes, no sólo ha explicado recientemente en The New York Times que en su opinión no existe relación entre huracanes como el Katrina y la influencia que el hombre pueda estar teniendo sobre la temperatura global de la tierra sino que ha asegurado que los pocos que afirman ahora lo contrario saben muy poco de huracanes y mucho de cómo hay que conseguir subvenciones públicas. Y es que ahora todos se apuntan a la lluvia de millones que trata de correr un tupido velo sobre la cadena de despropósitos gubernamentales. Sería una verdadera tragedia que la desgracia humana de los habitantes de Nueva Orleáns sirva para engendrar otra desgracia intelectual: el rescate del movimiento radical ecologista a manos del sufrido contribuyente americano.