Uno, mientras lucha como puede por combatir el calor estival y disfrutar del verano, puede pensar que aquello le queda un poco lejos, pero con una economía mundial tan integrada ello ha dejado de ser cierto. Se lo demostraré. Un estudio del que se ha cumplido poco más de un año llamado The Payoff from Globalization (la paga de la globalización), de Gary Clyde Hufbauer y Paul L. E. Grieco, hacía un cálculo de lo que dejaban de ganar los estadounidenses por no abrir totalmente sus fronteras al comercio: en torno a 10.000 dólares por persona y año. ¿Cuánto dejamos de ganar los europeos? Habría que arremangarse y hacer el cálculo, pero no le andaría muy lejos. Cuente el número de comensales cuando la familia esté reunida frente a la mesa y hágase una idea de a qué estamos renunciando por no forzar a nuestros políticos a que abran las fronteras a más bienes y servicios.
El problema del proteccionismo es que su paraguas es corto y sólo tapa a los intereses mejor organizados; generalmente determinados sectores y grupos empresariales o sindicales con poder político y económico. Si no se siente identificado con ellos, es que las cosas no le han ido bien estos días en Ginebra y que, sea cual fuere su paga de la globalización, ya puede despedirse de ella hasta nuevo aviso. Ni bienes mejores y más baratos, ni mejores sueldos, ni bienes de capital que le hacen a usted más productivo… nada.
Gran parte del comercio, es cierto, está liberalizado, con bajos aranceles y escasas barreras no arancelarias. Pero hay núcleos de resistencia que siguen "captando" a los representantes políticos a nuestra costa: los agricultores estadounidenses y europeos ex equo y los gobiernos de los países en desarrollo con mención especial dentro de la categoría de manufacturas. Ellos son los que han tenido éxito. Ya decía Henry George que "el proteccionismo nos enseña a hacernos a nosotros mismos en tiempos de paz lo que los enemigos quieren hacernos en tiempos de guerra", solo que el enemigo lo tenemos en casa.
Pascal Lamy, director general de la Organización Mundial del Comercio (OMC) dijo al reconocer su fracaso que "hoy perdemos todos". Pero unos más que otros, claro. Entre los más perjudicados, los invitados más pobres a la mesa de negociación. Kamal Nath, ministro de comercio de la India, ha dicho que "los granjeros de mi país pueden competir con los estadounidenses, pero no con el Tesoro americano", que tiene dinero a espuertas, sacado de los ricos contribuyentes de aquél país para metérselo en el bolsillo de sus ricos agricultores. Parte de él se va en precios más competitivos que arruinan la competencia foránea ¿Qué sería de los países más pobres si se les permitiera vendernos en abierta y justa competencia sus mercancías? ¿Cuántos de sus ciudadanos no tendrían que cruzar las fronteras porque sus productos no pueden hacerlo? Ellos también han perdido su paga de la globalización.