No quiere depender de otros proveedores, se modo que se desplaza al sureste asiático a adquirir la mercancía, que transporta a los EEUU gracias al tráfago militar desde Vietnam. Una vez en el Harlem, Frank explica que "yo soy dueño de mi propia empresa y vendo un producto que es mejor que el de la competencia, a un precio más bajo que el de la competencia".
La película ilustra cómo funciona la competencia y el verdadero carácter de quienes quieren controlarla. Frank desplaza del mercado a los otros oferentes, y en nombre de éstos le habla un mafioso italiano, Tosca, que le dice: "sabes que el precio que pagas por un galón de leche no representa su verdadero coste de producción. Está controlado. Fijado". Pero no es así. El precio se descubre en el libre juego del mercado, un proceso abierto y que se desvirtúa si se intenta controlar. Y no está marcado por los costes, sino por la concurrencia de compradores y vendedores en competencia. Por eso Lucas le responde: "fijo el precio que considero justo".
Tosca da entonces en el clavo. "Tus clientes están contentos, pero ¿qué hay de tus colegas? No estás pensando en ellos". Es aquí, de toda la conversación, cuando aparece el verdadero gangster, el que habla de precios justos, de pensar en el resto de oferentes antes que en los clientes, el que considera controlar, fijar el precio de los bienes al margen del libre juego del mercado.
Es posible que sus alegaciones al precio justo no conmuevan el corazón de Frank Lucas, de modo que Tosca le hace una mención a la posible reacción del resto de los productores, con graves consecuencias sobre su integridad. American Gangster, así, con mayúsculas, debiera ser el título de infinidad de historias, y no sólo la de la heroína en el Harlem de la era Woodstock.