Será el individuo el que soportará, con el sudor de su frente y sus impuestos, los dislates y bravuconadas de los políticos.
Theresa May sufrió ayer una amarga derrota en el Parlamento Británico. En estos largos meses de tensiones y gestos auto-afirmativos por parte de unos y otros, los analistas económicos hemos tenido tiempo para realizar todo tipo de previsiones, anticipar toda suerte de escenarios, más terribles o más optimistas, del mundo tras el Brexit. Mi olfato me dice que, independientemente de los corrimientos de tierra propios de cualquier transición, las economías occidentales encontraríamos un nuevo equilibrio, lo que ahora llaman el “new normal”. Es un término que, dejando de lado el anglicismo, me gusta porque indica que no se regresa a la situación de partida, sino que hay cambio, evolución, y la estabilidad alcanzada es dinámica, como lo es el proceso económico. En el caso del Brexit, incluso aceptando que sobrevendrían perturbaciones, que muy posiblemente empeorarían los resultados de las macromagnitudes que a los economistas nos sirven como punto de referencia, no sería una mala noticia.
Por supuesto, el deterioro económico es negativo, no es deseable. Pero no vivimos en un entorno idílico en el que hay unas pocas turbulencias y el resto del viaje se desarrolla apaciblemente. Vivimos en un mundo imperfecto en el que el equilibrio y la estabilidad son la excepción. Precisamente, los errores son la principal fuente de aprendizaje del ser humano. Las imperfecciones confieren personalidad al rostro, las caídas nos recuerdan que hay que estar siempre atentos, que nada está dado y permiten que nuestro ingenio siga desarrollándose para tratar de enmendar en lo posible nuestras equivocaciones.
Ya sé que mi perspectiva no es la habitual entre los economistas, que la mayoría de las veces nos centramos en proponer políticas de estabilización, medidas anti-cíclicas y diseñamos modelos de equilibrio económico parcial o general. Justamente, hacemos todo eso porque la realidad es la opuesta, y marcamos nuestro Jardín del Edén en el mapa, como destino al que llegar. Pero es una utopía. Por lo que obsesionarse con ello, en lugar de aprender a sacar partido de lo que tenemos aquí y ahora, es una enorme pérdida de energía y tiempo. Superponiendo estas ideas en el problema del Brexit, cada perjuicio para unos conllevará una oportunidad para otros. Los supervivientes más beneficiados serán los que sepan hacer de su debilidad su punto de apoyo. Es una realidad más plausible que el Apocalipsis económico que pintan algunos, muchas veces con más intención política que otra cosa.
Y esa creo que es la primera lección que podemos extraer de este complicado proceso: la incertidumbre es la norma, la imperfección es la ventaja.
No obstante, Theresa May dispondrá de tres días para modificar el acuerdo, lo que parece improbable. A partir de ahí, el Parlamento británico se hace cargo de todo. Eso quiere decir que se puede presentar una moción de no confianza contra May y convocar elecciones. La salida del Reino Unido de la Unión Europea podría retrasarse más allá del 29 de marzo o incluso anularse. Pero ¿quién toma esa decisión? ¿Será el Parlamento o habrá que convocar otro referéndum?
Desde el punto de vista británico, lo que se está poniendo de manifiesto es que es peligroso jugar con la información que se le da a la sociedad con el objeto de que decida acerca de algo tan relevante. Muchos británicos no están de acuerdo con ceder soberanía a la UE. Yo tampoco: no me fío más de los políticos y burócratas europeos que de los nacionales, así que quiero limitar y controlar las acciones de todos ellos.
Quienes han aprovechado ese sentimiento tan legítimo para exacerbar el nacionalismo identitario y el enfrentamiento entre “nosotros y los de fuera” han hecho muy mal. A la semana de conocerse el resultado del referéndum, la población pareció salir del trance y comenzó a recapacitar. Pero no son mejores quienes han sesgado negativamente la información acerca de las consecuencias de la salida. Y tanto más porque su objetivo, a menudo, es político: quieren sacar a May del gobierno a costa de lo que sea. Y en ese saco cabe empeorar todo cuanto sea posible. Este escenario de desinformación y oscurecimiento de la verdad está impidiendo ver con claridad qué Brexit es el mejor, si sería preferible un acuerdo “blando” o discernir si, por el contrario, la Unión Europea es intransigente. El ciudadano de a pie en el país vecino sigue su vida y mira desde la distancia esperando que sobrevenga lo que tenga que sobrevenir. Pero el resultado es que la solución de un nuevo referéndum que eventualmente anulara el Brexit, no es tampoco una buena opción: después de los desplantes y desencuentros ¿estaría dispuesta la Unión Europea a hacer como si nada? No lo creo.
Y esta es la segunda enseñanza: manipular la información para crear confusión y seguir la premisa de “cuanto peor, mejor” es harto peligroso. Y si se trata de temas tan sensibles como la identidad, la soberanía, los nuestros y los otros, tanto menos a la ligera se deben tratar estos temas.
Lamentablemente, ninguna de estas dos lecciones está en el tablero en España. Seguimos sometidos a la esclavitud a que nos somete ponernos en manos de quien asegura conocer el secreto del Paraíso. Hemos entregado nuestra capacidad de decisión a personas que dicen llevarnos por el camino de la estabilidad, el equilibrio, la igualdad, la perfección. A cambio, nosotros renunciamos a elegir, equivocarnos y mejorar, y por supuesto, les mantenemos indefinidamente en el poder.
Tampoco parece que estemos dispuestos a evitar a quienes manipulan la información y emponzoñan el ambiente para sacar tajada. Al revés, participamos en circo cayendo en lo más zafio pero convencidos de que el último que habla, gana.
Sea como fuere y pase lo que pase, será el individuo el que soportará, con el sudor de su frente y sus impuestos, los dislates y bravuconadas de los políticos de allí y de aquí. Hasta que decidamos recuperar nuestra libertad para seguir siendo imperfectos.