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Arreglando el mundo a golpe de cadera

Publicado en Libertad Digital

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Con toda seguridad, la primera exigencia del mundo subdesarrollado es que se le permita seguir el camino que hace doscientos años inició Europa. El problema es que si, en vez de organizar saraos tercermundistas, los políticos europeos comienzan a facilitar el comercio libre de los productos de los países pobres y a estimular la llegada de capital extranjero, la izquierda se queda sin oprimidos a los que liberar.

La absurda superioridad moral que aún conserva "la vulgata marxista" (Raymond Aron dixit, ministra), se basa en un diabólico juego de intereses. Para la izquierda caviar, es inadmisible cualquier mejora en las condiciones de vida de los pobres obtenida sin seguir sus preceptos, fracasados una y otra vez en el siglo XX, el "siglo socialista". El objetivo no es incorporar a la masa depauperada al primer mundo, sino asegurarse de que su tragedia pueda seguir utilizándose como coartada anticapitalista para mantener su dudosa prerrogativa intelectual en el mundo desarrollado. Como la urraca de las pampas, el socialismo, para despistar, canta en un sitio, pero pone sus huevos en otro.

No hay que ser muy "solemne" para darse cuenta de que la ayuda internacional es la mejor forma de trasvasar dinero de los pobres del primer mundo a los ricos del tercero. De hecho, esto es algo que la izquierda debería percibir de forma intuitiva, pues en materia de trasvase monetario entre bolsillos ajenos, con destino final en el propio, los socialistas son una autoridad. Al contrario, la ayuda internacional no sólo no soluciona el problema sino que lo agrava, pues si al mejorar las condiciones económicas aquélla se reduce, los países beneficiarios carecen de incentivos para progresar.

Pero más allá de estas cuestiones elementales de economía básica, que la derecha ignora y la izquierda desprecia, hay una cuestión que conviene destacar dado el sentido cósmico de la moral que el progresismo sitúa en el epicentro del discurso postmoderno. Porque repartir migajas entre los necesitados con dinero ajeno, es cualquier cosa menos un ejemplo de virtud. En esto, el sentido tradicional de la caridad es también mucho más digno que la solidaridad subvencionada y el turismo tercermundista. Y encima obligamos a los pobres hombres y mujeres negros y negras a tragarse el espectáculo hortera del dichoso bailecito. ¿Qué nos han hecho?

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