Nuestro técnico tiene parte de razón, pero la gente adquiere ordenadores una vez cada cuatro años, y por esas cosas que los burócratas no acaban de entender, las personas normales compramos productos de uso inmediato, fungibles o no duraderos, varias veces al día o a la semana.
Estas características de consumo, le dirán los técnicos, están previstas en el cálculo del IPC, pero es evidente que el medidor falla, y ya no sólo por la ponderación sino por muchos otros errores de omisión como el de no incluir las variaciones de precio en la vivienda de propiedad, algunos impuestos, el arbitrario sistema de medición por números índice y otros problemas insolubles como la imposibilidad de medir la calidad de los productos respecto al precio, algo que sólo el mercado y no un burócrata puede establecer.
El desfase del IPC con la realidad ha calado últimamente entre la gente debido a la fuerte pérdida de poder adquisitivo que hemos sufrido sin que el índice oficial haya experimentado grandes variaciones o, al menos, variaciones similares a las de nuestra cesta de la compra. No sólo eso, sino que incluso nuestra pérdida de poder adquisitivo es superior a la europea. La inflación subyacente (alimentación y energías) ha sido un 25% superior a la nuestros vecinos comunitarios y los productos de primera necesidad, desde agosto de 2007, se han disparado. La leche ya es más cara que la gasolina, en términos interanuales ha subido casi un 30%, y en general, los alimentos básicos como el pan, arroz, pasta, queso o huevos, tienen crecimientos de dos dígitos.
A pesar de las incongruencias del sistema de cálculo, omisiones convenientes y la falta de realismo, están usando este índice para moldear nuestra vida, como por ejemplo, revisar nuestros salarios y pensiones.
En definitiva, los indicadores macroeconómicos del Gobierno ya hace mucho tiempo que no sirven como datos objetivos que sirvan para aplicar medidas en beneficio del ciudadano, sino como demostración de lo bien que gestiona el Estado. El medio se ha convertido en un fin. Algo que también hemos visto con las nuevas estadísticas de empleo, que esconden a parte de parados, o la reforma de la educación que, favoreciendo la ociosidad y el mínimo esfuerzo, sólo pretende disimular el nefasto nivel de nuestros estudiantes permitiendo que los alumnos vayan pasando cursos y mejoren así las estadísticas.
El gran problema es que por más que se repita una mentira ésta no cambia la realidad. Las consecuencias en el maquillaje de los precios siempre la acabamos pagando nosotros. Un maquillaje que cada vez es más caro.