Acostumbrados como estamos a escuchar que, si la economía embarranca, los gobiernos tienen que empujar del carro gastando más en lo que sea y que los bancos centrales tienen que tirar de él reduciendo los tipos de interés, uno entiende el regocijo que sienten muchos ante la noticia de que el BCE ha minorado sus tipos de interés un cuarto de punto hasta dejarlos en el 0,5%. Déjenme darles un baño de realismo: los tipos de interés del Banco Central de Japón llevan en el 0% desde 1999, con los magníficos resultados que todos pueden observar. Quizá convenga, antes de comenzar a tirar cohetes, explicar someramente el proceso por el que los tipos de interés del BCE podrían llegar a influir el gasto empresarial o familiar.
Los únicos beneficiarios: gobiernos y bancos
Primero, el endeudamiento privado de un país sólo puede aumentar si familias o empresas quieren endeudarse. Los empresarios comparan el tipo de interés al que pueden financiarse (ya sea a través de los bancos o del mercado de bonos) con la rentabilidad que esperan obtener invirtiendo ese capital, y si la rentabilidad corregida por el riesgo supera ese tipo de interés, entonces asumen la deuda e invierten. Las familias, por otro lado, comparan la utilidad (o el ahorro monetario) que derivan de adelantar su consumo futuro y, si esta es mayor que el tipo de interés al que pueden endeudarse, toman el crédito. Ahora bien, y precisamente por todo lo anterior, si la rentabilidad de las inversiones o la utilidad de adelantar el consumo futuro son nulas o muy inferiores al tipo de interés, no habrá nuevo gasto basado en deuda. Lección inicial: es la demanda de crédito la que mueve todos los procesos de endeudamiento. “Se puede llevar al caballo al río (ofrecer buenas condiciones crediticias), pero no se le puede obligar a beber (forzar a que tome el crédito)”.
Segundo, el tipo de interés al que pueden endeudarse familias y empresas no es, ni mucho menos, el tipo de interés que fija el BCE, sino el tipo que les ofrecen los bancos privados o los mercados de capitales. El tipo que establece un banco central es aquel al que pueden refinanciarse a corto plazo los bancos privados, pero éstos no tienen por qué transformar ese tipo al que se endeudan a corto plazo por el tipo al que ofrecen crédito a largo plazo a familias y empresas. En ocasiones, el diferencial entre ambos es muy estrecho, de modo que la transmisión de la “política monetaria” es bastante inmediata. En otras ocasiones, como la actual, el diferencial es muy amplio debido a que la debilitada posición financiera del banco y, sobre todo, el alto riesgo que implica para la banca extenderle crédito a un sector privado en plena depresión, de manera que las bajadas de tipos del BCE apenas tienen repercusión alguna sobre las tasas ofrecidas por los bancos a los agentes privados. Lección segunda: si la banca se niega a cometer la imprudencia de endeudarse a corto plazo con el BCE y prestar a largo plazo, la política monetaria del banco central a la hora de promover tipos más bajos para familias y empresas será estéril.
En España, ahora mismo, ambas restricciones se hallan plenamente operativas: ni familias y empresas encuentran abundantísimas oportunidades de ganancia como para cargar con nueva deuda sus ya saturadas espaldas, ni los todavía infracapitalizados bancos patrios tienen capacidad o voluntad de prestar a un sector privado español que sigue siendo de alto riesgo. La reducción de tipos del BCE y la promesa de una provisión ilimitada de crédito para entidades financieras hasta al menos 2014 sólo servirán, por consiguiente, para beneficiar a aquellos dos agentes a los que siempre ha privilegiado un banco central: entidades financieras y gobiernos. Las primeras verán rebajar sus costes financieros (ensanchando su cuenta de resultados con cargo al envilecimiento de la moneda europea) y los segundos experimentarán una cierta moderación de sus tipos de interés (pues los bancos privados sí están, por lo general, dispuestos a seguir extendiéndoles crédito a las condiciones algo más favorables del momento). En la medida en que, además, los Estados se tomen está relajación monetaria como un impulso a perpetuar sus desequilibrios presupuestarios (esto es, en la medida en que los gobiernos busquen endeudarse a un ritmo todavía mayor que el actual), el euro tenderá a depreciarse frente al resto de divisas, de manera que ya podemos afirmar que Draghi nos mete de lleno en la pauperizadora guerra de divisas global.
Por una nueva burbuja
Los habrá, claro, que juzguen necesario que el BCE, en lugar de prestar a los bancos para que estos, a su vez, lo hagan a familias y empresas, extienda crédito directamente al sector privado al 0,5%. De este modo, dirán, se salvará el segundo escollo para que la política monetaria del banco central funcione: la renuencia de la banca privada a trasladar esas laxas condiciones a sus préstamos empresariales o al consumo. Lástima que el asunto no sea ni mucho menos tan sencillo. ¿Puede el BCE discriminar entre los millones de familias y empresas solventes y los millones insolventes? ¿O en cambio se propone que preste a todas ellas sin preocuparse por la morosidad? ¿Acaso no supone ello volver al modelo de las subprime, los ninja, las preferentes y demás calamidades (presta y no a quién)? ¿Socializamos las milmillonarias derivadas de esta imposible diligente gestión del BCE entre todos los europeos?
Es más, si el BCE ofreciera financiación ilimitada a familias y empresas al 0,75%, ¿qué tipo de economía creen ustedes que estaríamos alumbrando? Si familias y empresas tomaran ese crédito abaratado, comenzarían a endeudarse mucho más de lo que ya lo están para ejecutar proyectos de bajísimo rendimiento. Planes de negocio con rentabilidades de apenas el 1% o el 1,5% serían aceptados e implementados. A medio plazo, viviríamos un boom crediticio artificial (una nueva burbuja de prosperidad ficticia asentada en el endeudamiento); a largo plazo, sentaríamos las bases para padecer una economía hiperapalancada y de bajísimo rendimiento: una economía moribunda y zombificada.
Pero tranquilos: nada de lo anterior pasará porque ya ha sucedido. Ya tenemos una economía hiperapalancada y de bajísimo rendimiento debido a las reducciones artificiales de tipos que propició el BCE a partir de 2002. No hay margen para reinventarnos en ese desastre. Lo llamativo, con todo, es que los mismos que aplaudieron entonces sigan jaleando al BCE ahora para que suceda exactamente lo mismo que hace una década. Ni aprendemos ni, lo que es peor, queremos aprender.