A mí sí me gusta esa Europa de los mercaderes que en algún momento parecía la estación final del proyecto de la UE.
Si los líderes de la UE se creyesen su propia retórica, aceptarían mañana mismo el último plan propuesto por Boris Johnson. Es una solución razonable a un problema endemoniado, el de separar comercialmente, sin que exista una barrera física, las dos irlandas. No es perfecto porque probablemente ningún plan puede serlo, pero cumple todas las exigencias que debería tener Bruselas.
El problema es que no se la creen. El discurso oficial nos dice que la UE es la mayor área de libre comercio del mundo, un espacio de paz y prosperidad en el que los países florecen y sus pueblos se hermanan, un lugar del que nadie querría nunca irse. Así, según esta versión, el Brexit sería un error de manual, un tiro que los británicos se están dando en su pie, una equivocación histórica que empobrecerá a las islas y del que saldrá una Unión más fuerte y cohesionada.
No se lo creen ni ellos.
En realidad, desde el principio de las negociaciones, la UE ha demostrado que no quiere facilitar el Brexit. Porque no quiere que salga bien y porque su fuerza no radica en los beneficios que ofrece a los socios que se queden, sino en el castigo que pueda imponer a los que se marchen. Lo peor que le puede pasar a la UE no es un Brexit que sea un desastre, que empobrezca al Reino Unido y dañe a la economía del resto de Europa, que dinamite las relaciones entre los exsocios y levante un muro de resentimiento en el Canal de la Mancha. Lo peor que le puede pasar a la UE es un Brexit que salga bien. Y no digamos si es un Brexit sin acuerdo, a lo Boris Johnson, pero que salga bien. Ése es el gran miedo en Bruselas, entre sus burócratas y sus políticos. Porque como salga bien, piensan aunque no lo digan, detrás marchan Suecia y Dinamarca, Holanda y Finlandia, Alemania e Italia.
Imagínense que mañana preguntamos a los ciudadanos de estos países, en un referéndum en el que tuvieran que elegir entre dos opciones:
- Seguir como hasta ahora
- Convertirse, en lo que hace referencia a sus relaciones con la UE, en Suiza o Noruega, países con un acuerdo comercial-aduanero con la Unión. Sin período de transición, sin coste, sin las dudas de la ruptura: simplemente, levantarse mañana y tener el mismo estatus que cualquiera de estos países.
¿Qué creen que escogerían los suecos? ¿Y los daneses? Pues eso.
De hecho, el miedo es lo mejor que tenía el campo bremain: los que querían que el Reino Unido siguiera siendo parte de la UE se pasaron la campaña asegurando que toda clase de males se abatirían sobre las islas si ganaba el Brexit. Por cierto, que por ahí también tienen su punto flaco: exageraron tanto las consecuencias negativas que, cuando tres años después, apenas ha pasado nada (de hecho, a la economía británica, en comparación con otras de la UE, no le ha ido demasiado mal), ahora sus predicciones no las toma en serio casi nadie.
Pero ese argumentario, el del miedo, nos dice mucho más. El resultado en el referéndum fue de 52% vs 48% a favor del Brexit. Y el discurso políticamente correcto nos dice que fue «ajustado», que una decisión tan importante no se puede tomar de esta manera, que el referéndum es un mecanismo viciado…
Sobre los resultados, ese 52%-48, aparte de que el Brexit es la opción política que más votos a favor ha tenido nunca en la historia británica, habría que pensar en lo que significa: porque podemos estar más o menos seguros de que el 52% que votó por irse… lo que quería era irse. Será por las campañas antieropeas de los tabloides desde hace 40 años o por las mentiras sobre el dinero que se ahorrarían. Ahí no entro, pero parece claro lo que les motivó: no les gusta la UE.
¿Y el 48%? ¿Querían quedarse? ¿Les gusta de verdad la UE? ¿O les daba miedo lo que ocurriría en caso de ruptura? Volvemos a la pregunta planteada antes: si la opción fuera levantarse mañana y ser Suiza, sin costes de separación, cuántos británicos habrían votado Remain. ¿El 20-25%? Y estoy tirando por arriba.
Porque ésa es otra. Nos dicen que la campaña del Brexit mintió y nos pintan al votante anti-UE como si fuera un hooligan con cuatro cervezas de más. Como si los que votaron por quedarse hubieran hecho un doctorado en historia constitucional inglesa y otro en economía antes de acudir a las urnas. Pero si en algún campo se agitaron el miedo y las bajas pasiones, fue en el del Bremain. Era lo mejor que tenían.
Y eso por no hablar de la propaganda. Ningún proyecto político ha recibido más dinero para su defensa a lo largo de la historia que la UE. Dinero del que sufraga viajes a periodistas para conocer las instituciones comunitarias, reuniones con líderes de opinión o conferencias para debatir sobre el futuro de Europa. Dinero para publicidad en los medios, para financiar subvenciones a sectores estratégicos y para abonar sueldos a políticos amortizados. No digo, porque no lo creo, que quienes son contrarios al Brexit lo sean porque les paguen para ello. Estoy convencido de que la mayoría son sinceros. Pero que se dejen de cuentos: la versión oficial pro-UE tenía muchos más medios y apoyos. No eran el lado débil en la pelea, como a veces se presentan. De hecho, en pocos asuntos hay más unanimidad entre la prensa y los partidos europeos que en lo que toca al Brexit. ¿Y nos dicen que el problema fueron las portadas del The Sun? ¿O unos pocos millones de libras que algún millonario excéntrico donó a la campaña del Brexit?
Si hubiera un mínimo de honradez en la clase política comunitaria, lo que deberían estar preguntándose ahora mismo es cómo pudo salir mal. Con el 90% de los grandes medios de comunicación a favor, con el apoyo de los partidos políticos, con el miedo a lo desconocido, con las décadas de dinero gastado en defender la UE…
En realidad, a mí sí me gusta esa Europa de los mercaderes que en algún momento parecía la estación final del proyecto de la UE, un continente en el que los productos y las personas se movían sin demasiadas restricciones. Eso sí, tampoco me llevo a engaño: la realidad es una caricatura de aquel proyecto original. Ningún área comercial en todo el mundo es más cerrada, tiene más leyes anti-competencia, restringe más el comercio y limita más la innovación que la UE. Por eso, entre otras cosas, nadie quiere quedarse y por eso tienen que agitar el miedo. Es lo único que les queda. Su mejor opción no es que el Brexit salga bien, sino que salga mal. Porque saben que, cómo a los británicos les funcione la apuesta, en 15-20 años aquí no queda ni el apuntador.