No aprendemos las lecciones de la historia económica porque nos ciega la ideología, el buenísimo y la miopía.
Casi dos meses después del parón casi total de la economía, ya se percibe la magnitud del tsunami que se está comiendo, literalmente, la capacidad productiva española. Mientras en suelo patrio se afianzan medidas fáciles que dejan satisfechos a los ciudadanos más ingenuos y a los políticos más superficiales, algunos miramos a Europa con la esperanza de que sirva de contención.
Los representantes del populismo más burdo cogobiernan y deciden la agenda económica del país. Al menos hasta ahora. Si Arrimadas y los naranjas van a ser capaces de frenar esta escalada y Sánchez va a recurrir a ellos aunque sólo sea para seguir en el poder, que es su único objetivo, está por ver.
Pero producen escalofríos los mensajes que se mandan a nuestros socios europeos desde las instancias más altas del Gobierno. Ayer, lunes, Nadia Calviño, ministra de Economía, declaraba sin rubor que, en su opinión, no está bien «que el resultado de esta crisis deba ser que unos países acaben estando más endeudados que otros» porque, según ella, «“estamos todos en el mismo barco».
Lo dice la responsable de la gestión económica de un país cuya carta de presentación es el peor comportamiento de la deuda pública en la Unión Europea durante el período 2007-2019, con un aumento del PIB del 8%, que está muy bien, pero un aumento de la deuda pública del 59,7%. El peor de los 27 países porque, aunque la deuda griega es mayor, su PIB cae una cuarta parte, como explica Paco Beltrán, autor de los cálculos.
Sin embargo, en la misma entrevista, Calviño afirma que España no necesita acudir a ninguno de los tres mecanismos en los que la Unión Europea articula la ayuda: el Banco de Inversión Europeo, el MEDE y el programa SURE de ayuda al desempleo. Estamos muy bien y nos basta con los mercados de deuda para salir adelante.
¿En serio? ¿Cuánto tiempo vamos a mantener esa confianza de los mercados? Porque ya sabemos lo quisquillosos que son. Te deslizas por la peligrosa pendiente del populismo vacuo y lo mismo te abandonan por una opción menos arriesgada. Y, entonces, sólo nos quedará la ayuda europea. Nadia lo sabe.
Por eso, advierte desde ya que somos todos europeos y que, por tanto, de cada uno según su capacidad y a cada uno según su necesidad. Y nosotros, en su momento, vamos a estar pero que muy necesitados. La solución a la Marx encaja como anillo al dedo. El Gobierno de Sánchez es capaz de defender a Dios y al demonio a la vez. Y ahí está Calviño para levantar la bandera de la solidaridad con el dinero de los demás, en nombre de Europa.
Lo que hay detrás de esa postura es el conocimiento de que las ayudas europeas no son unilaterales, tienen contraprestación. Por ejemplo, recientemente se difundía la noticia de que Bruselas admite aumentos de déficit por medidas temporales, no permanentes, como la renta mínima. Pero la ley deja bien claro en qué condiciones.
El artículo 135.4 de la CE explica que, entre otras cosas, deberá aprobarse un plan de reequilibrio que permita la corrección del déficit estructural teniendo en cuenta la causa excepcional que originó el déficit estructural. Estos detalles los conocemos desde que firmamos el Memorando de Entendimiento en la pasada crisis del 2008.
A principios de abril, los ministros alemanes Maas y Scholz calculaban que el Mecanismo Europeo de Estabilidad (MEDE), que sirve para que los países de la zona euro recauden capital de manera conjunta y bajo las mismas condiciones favorables, aportaría unos 28.000 millones de euros a España. Eso sin contar el fondo de garantía paneuropeo para garantizar préstamos del Banco Europeo de Inversiones (BEI) o el proyecto SURE de apoyo financiero a empresas de aquellos países más golpeados por el desempleo.
Calviño mira a los mercados, no con ojos liberales, dispuesta a medir la valía de su gestión en el mercado, sino para comprar tiempo. Entre tanto, se aprueba la renta mínima sin tener claro de dónde se va a sacar el dinero para financiarla, pero con la asertividad propia de un ignorante o un demente. «Una medida imprescindible que hace de España un país decente y solidario con los compatriotas pobres».
Esa frase, que podría haberla escrito el mismísimo Generalísimo, la lanzaba una «madre y periodista» tuitera ayer mismo. Sin embargo, el ejemplo de Franco es oportuno e iluminador. Su obsesión por proteger al compatriota pobre le llevó a controlar los precios de los cereales provocando hambre y racionamiento.
Su buenísima intención de industrializar España le llevó a nacionalizar las empresas estratégicas y aquellas más importantes, de acuerdo con el criterio del régimen. El INI fue devorado por la propia imposibilidad de la planificación central. El compatriota pobre padeció quince años terribles hasta el cambio de Gobierno del 51. Gracias a la ayuda del «malvado capitalismo» de Estados Unidos, y el Plan del 59, con la inestimable colaboración del Fondo Monetario Internacional.
No aprendemos las lecciones de la historia económica porque nos ciega la ideología, el buenísimo y la miopía. Porque, otros países, como Alemania, que también sufren destrucción de riqueza y colapso de las cadenas de valor en sus industrias, están protegiendo a sus ciudadanos de los posibles desmanes de los socios irresponsables europeos (sí, nosotros), con la Constitución en mano.
El Tribunal Constitucional de este país ha determinado que el programa de compra de deuda pública del Banco Central Europeo es contrario a la Constitución. Entre otras razones, la resolución declara que la falta de una estrategia de salida predeterminada aumenta los riesgos. Y obliga al Bundesbank a «garantizar que los bonos que ya se hayan comprado… y se mantengan en su cartera, se vendan en base a una estrategia, a ser posible, a largo plazo».
Eso es defender al compatriota pobre. Lo demás son gestos.