El pueblo somalí, que será somalí pero no es tonto, en cuanto consigue acumular unos pocos chelines va y compra dólares.
He leído en El Semanal de ABC un artículo sobre los cambistas del mercado de Bakara, en Mogadiscio, que cambian dólares americanos por chelines somalíes. Dos frases llamaron mi atención. La primera es que los cambistas son «el Banco Central de Somalia». Y la segunda es que «son ellos los que deciden el tipo de cambio según su propia percepción de la situación nacional».
Son dos obvias falsedades. Unos cambistas que negocian nunca pueden ser un banco central, que es una institución estatal, impuesta coactivamente sobre la población. Pero, además, ¿deciden esas personas el tipo de cambio? Gentes que compran y venden, ¿cómo pueden decidir un precio? Es evidente que no pueden hacerlo: si hay alguien que decide un precio, eso no es un mercado.
Lo interesante del caso es que el propio artículo recuerda las condiciones excepcionales de Somalia: la guerra civil, el caos, y señores de la guerra que imprimen su propio dinero en una situación donde «ya no hay una cotización oficial fiable».
En una situación tan extrema, ¿qué sucede? El pueblo somalí, que será somalí pero no es tonto, en cuanto consigue acumular unos pocos chelines va y compra dólares. Vamos, como durante décadas han hecho mis compatriotas argentinos, y por la misma razón, a saber, la moneda o las monedas que pretenden imponerles los que sobre ellos mandan o pretenden mandar no es una moneda fiable. Por tanto, en cuanto uno la consigue lo que quiere es cambiarla por otra. Ante esa demanda, aparecen unos empresarios dispuestos a satisfacerla. Pero, como cualquier empresario, ni son una autoridad ni deciden ellos por su cuenta el precio.