José Antonio Granero Ramírez, decano del Colegio de Arquitectos de Madrid, escribió en Expansión: "La historia confirma que el capitalismo sin regulación, basado sólo en el libre mercado, no organiza de forma efectiva la sociedad moderna, y no garantiza estabilidad". Y el francés Michel Barnier, comisario europeo de Mercado Interior y Servicios, del Partido Popular Europeo, declaró a ABC: "Nuestro mercado financiero no tenía reglas, era un casino".
Desde luego, si la historia confirma algo es justo lo contrario de lo que dice el señor Granero Ramírez, porque la realidad es que la expansión del Estado ha sido tan considerable como generalizada. No hay tal cosa como una sociedad cuya organización se fundamente "sólo en el libre mercado". Pero al mismo tiempo ese enorme crecimiento del Estado, como hemos comprobado en años recientes, ha hecho cualquier cosa menos garantizar la estabilidad.
Tras ese tópico, don José Antonio tiene más, "encontrar el equilibrio óptimo entre mercado y regulación estatal para un desarrollo eficiente y sostenible" o "por la asimetría de la información, no existe la competencia perfecta", y demás argumentos endebles con unos objetivos claros: combatir la libertad, restringir el mercado, imponer tarifas, forzar la colegiación obligatoria, etc. Eso sí, luego de exponer unas ideas endebles con el propósito de obtener beneficios económicos para un grupo, se pone solemne y concluye: "En un mundo que pretende ser más justo y equilibrado, medir todo en términos económicos resulta obsoleto".
Lo del señor Michel Barnier sí que resulta en verdad obsoleto, y además disparatado. En efecto, reprocharle a la economía libre sus deficiencias éticas es muy antiguo, y comparar el capitalismo con un casino también lo es. Lo que resulta chocante es el patente contraste entre lo que dice don Michel y la realidad. Primero, los mercados financieros por supuesto que tienen reglas, fijadas por políticos y burócratas como él mismo. Cuando el sistema intervenido estalla, se precipita la corrección política a echarle la culpa a una supuesta anarquía desreguladora que ni está, ni estuvo ni se la espera.
Para colmo, una vez que ha probado que es capaz de distorsionar la realidad en el caso de los mercados financieros, el señor Barnier pasa directamente al insulto en el caso de los casinos. Vamos a ver: ¿quién le ha dicho que los casinos no tienen reglas?