A principios de los años noventa un Fidel Castro aun a pleno rendimiento criminal envió a Estados Unidos a un grupo de agentes de inteligencia para que se infiltrasen en varias organizaciones de exiliados y saboteasen sus operaciones. Entre ellas se encontraba “Hermanos al rescate”, una asociación con unas avionetas que patrullaba el canal de la Florida en busca de balseros. Eran otros tiempos. Castro, privado del subsidio soviético y temeroso de correr la misma suerte que el infame Erich Honecker, endureció su política hasta un extremo desconocido incluso en la isla. A aquellos años de hambre y espanto el régimen los bautizó como “periodo especial”. El Gobierno quería frenar estos vuelos que, además de proporcionarle una pésima imagen internacional, en ocasiones penetraban en el espacio aéreo cubano y arrojaban propaganda anticastrista.
La red de espías desplegada en Florida atendía al nombre de “red avispa” y estaba compuesta por doce agentes jóvenes y bien entrenados. Haciéndose pasar por exiliados consiguieron infiltrarse en “Hermanos al rescate”, la Fundación cubano-americana y otras de menor tamaño. Aunque el exilio cubano en Miami es numeroso, sus miembros están desde hace décadas bien conectados entre ellos. Esa ventaja supieron aprovecharla los espías de Castro y pronto comenzaron a remitir valiosas informaciones a La Habana. Gracias a ellas la fuerza aérea cubana consiguió abatir en 1996 con un MiG dos avionetas desarmadas cuando volaban sobre aguas internacionales. En el ataque murieron cuatro ciudadanos estadounidenses.
Dos años más tarde el FBI desmanteló la red y detuvo al operativo completo. Curiosamente, la detención se produjo gracias a la indecible torpeza de la Seguridad del Estado cubana, esa versión castrista de la Stasi a la que los cubanos de dentro temen más que al mismísimo diablo. La Seguridad del Estado había cursado a Washington un minucioso dossier para que los norteamericanos deportasen a Luis Posada Carriles, un cubano-americano acusado de atentar contra un vuelo de Cubana de Aviación en 1976. Posada Carriles no fue deportado, pero los agentes de la CIA obtuvieron de aquella documentación las pistas necesarias para desarticular la célula cubana en la Florida.
De los doce acusados cinco confesaron, dos se dieron a la fuga y los cinco restantes se mantuvieron en sus trece y fueron juzgados. Tres de ellos –los que Obama acaba de liberar– fueron condenados a cadena perpetua ya que se les acusaba de haber participado en la operación de derribo de las dos avionetas de “Hermanos al rescate”. Los otros dos recibieron condenas menores que redimieron totalmente en Estados Unidos para posteriormente ser deportados a Cuba.
De la propaganda al chantaje
Castro vio muy pronto que aquella operación de espionaje semifallida podía convertirse en una gran campaña de propaganda victimista de alcance internacional. Durante años los procastristas de todo el mundo han machacado mañana, tarde y noche al personal con la letanía de los “cinco de Miami”. En España se llegó incluso a organizar una campaña de ámbito nacional que recorrió todo el país con conferencias, mítines, conciertos y el verbeneo caribeño que es habitual entre los castrófilos de la madre patria. La disparatada versión del régimen cubano era que se trataba de antiterroristas, una categoría de la que Castro lleva echando mano de manera intensiva desde el atentado contra las Torres Gemelas que, casualmente, coincidió en el tiempo con el juicio y condena a sus espías.
El Gobierno estadounidense se mantuvo impertérrito con este asunto durante años. En el otro lado Castro insistía una y otra vez en la liberación sabedor de que la mejor estrategia de defensa siempre es atacar. Porque, y esto es importante tenerlo en cuenta, Fidel Castro no transige. Jamás lo hizo y jamás lo hará. Todo en su confuso y enfermizo universo íntimo va de dominación y de imponerse a los demás. No entiende otra manera de relacionarse con el mundo y con quienes lo pueblan.
Como mediante la acometida propagandística no conseguía nada –ya era difícil que lo consiguiese teniendo en cuenta que los espías eran asesinos de canonización improbable más allá de los ya muy convencidos–, pasó a emplear otra de las especialidades de la casa: el chantaje. En diciembre de 2009 la policía cubana arrestó en La Habana a Alan Gross, un contratista norteamericano de 60 años de edad, que había introducido en el país un equipo de comunicación por satélite para que una comunidad de judíos cubanos pudiese conectarse a Internet. Acceder a la red en Cuba es ilegal siempre que no se disponga de un permiso especial que el Gobierno solo concede a los más cercanos. De ahí que los disidentes se las ingenien para burlar una ley tan dictatorial que a cualquier español le parecería intolerable. El célebre tuitero Yusnaby, por ejemplo, se conecta desde un teléfono móvil con la SIM de una operadora española en itinerancia. ¿O pensaba que lo hacía desde un móvil cubano?
Alan Gross ha pasado cinco años en prisión acusado de “actos contra la independencia o la integridad territorial del Estado” (sic). Entretanto, el régimen se las ha apañado para emplearle como herramienta de presión contra el Gobierno de Estados Unidos para que éste procediese a liberar a los espías de Miami. Las intentonas de canje han sido múltiples y en todas las ocasiones la respuesta de Washington ha sido la misma… hasta esta semana, en la que Barack Obama decidió bajarse los pantalones sin necesidad alguna de hacerlo porque a los Castro y su odioso régimen les queda entre poco y menos. Los causantes del derribo de aquellas dos avionetas solidarias están hoy de vuelta en Cuba, donde han sido recibidos como héroes. Gross, por su parte, inocente absoluto desde el día de su detención en el aeropuerto de La Habana, también ha regresado a casa, aunque con la salud muy deteriorada y una experiencia que no olvidará en lo que le queda de vida.
La pregunta que cabría hacerse es por qué Castro –esta vez Raúl– no ha conseguido salirse con la suya antes. Simple. Pensaba que iba a recuperar a los espías de la red avispa sin necesidad de nada más. Con entregar a Gross a cambio bastaría. Pero la salud del cautivo empeoraba por meses y hasta había amenazado con suicidarse. Muerto no valía de nada, así que Castro ha rebajado ligeramente sus pretensiones aceptando, por ejemplo, que los Estados Unidos reabran su embajada en La Habana. No sabemos si delante de la legación organizarán lamentables carnavales revolucionarios como los que el régimen patrocina enfrente de la Oficina de Intereses norteamericanos. Lo que sí sabemos es que un castrismo acabado, que se enfrenta a los últimos momentos de un poder omnímodo, se ha hecho con una nueva e inesperada victoria.