La burbuja de China se ha creado bajo la creencia religiosa de que el gobierno puede controlarlo todo por ser una economía intervenida.
“I got a plan. Run away fast as you can” Kanye West
Las salidas de capital de China han aumentado un 51% desde los primeros meses del año, situándose en una media de 43.000 millones de dólares en diciembre. En los últimos doce meses la cifra, según Goldman Sachs, supera el billón, y Natixis estima la cifra de 2016 en 900.000 millones de dólares.
China vuelve a ser la gran incógnita para el crecimiento mundial de 2017, y las decisiones de los propios agentes económicos chinos de sacar capitales del país muestran el riesgo de una enorme devaluación, superior a la ya llevada a cabo, y una economía que ha consumido más deuda en lo que va de año que EEUU, la UE y Japón juntos.
La burbuja china está explotando a cámara lenta y es normal que las empresas y ahorradores chinos saquen el máximo de fondos -sea vía adquisiciones o directamente a depósitos- del país ante el riesgo de que el estado chino decida solventar los enormes desequilibrios de la economía china vía represión financiera.
Los justificadores -porque defensores ya hay pocos- del errado modelo chino acuden siempre a dos variables falaces. El crecimiento del PIB y las enormes reservas de moneda extranjera del país.
Un crecimiento que necesita cuatro veces más endeudamiento para una unidad de PIB que hace ocho años es claramente insostenible. China ya ha abandonado su “objetivo” de crecer un 6,5% en 2017.
En 2016 la deuda de China ya supera el 250% del PIB, liderada por las empresas semiestatales -que contabilizan como “deuda privada”- y la burbuja inmobiliaria. China ya gasta un tercio de su PIB en pagar intereses.
La otra razón para justificar el desequilibrio chino es la enorme cantidad de ahorro y activos de la economía china. Un ahorro incluyendo depósitos de 205% del PIB y activos en manos de las corporaciones chinas equivalentes al 550% del PIB. El argumento de los justificadores del destrozo chino les sonará a los españoles, porque se repetía una y otra vez durante la burbuja de 2007. “La deuda de las empresas y familias no es preocupante porque está soportada por activos y se pueden vender para reducir deuda”.
Solo hay tres problemas. El precio pagado por esas empresas por los activos ha sido absolutamente desproporcionado con su posible valor de venta, haciendo adquisiciones a múltiplos inconcebibles que hoy supondrían enormes pérdidas patrimoniales. El segundo, que la inmensa mayoría de los activos de las empresas semiestatales -responsables de gran parte del aumento de endeudamiento- son simplemente invendibles ante una desaceleración china y devaluación imparable. Y tercero, las deudas asociadas a la burbuja inmobiliaria se convierten en impagables cuando el activo pincha, porque la capacidad de vender esos inmuebles es muy baja.
Cuando se dice que la gran mayoría de las salidas de capital son para adquisiciones y, por lo tanto, eso es bueno, se disfraza otra realidad. La de hacer cualquier adquisición al precio que sea y como sea para tener cobertura ante el pinchazo de la burbuja china.
La burbuja inmobiliaria fue alentada directamente por las autoridades. En 2014 el Banco Central chino redujo masivamente las restricciones al crédito y los tipos de interés. A la vez, el regulador del mercado de valores eliminó las restricciones para que los promotores inmobiliarios aumentaran capital y vendieran bonos y acciones, lanzando la burbuja a subidas de precios del 20% anual.
La respuesta fue inmediata. En octubre de 2016, las 196 promotoras inmobiliarias cotizadas chinas más que duplicaron su deuda, desde 1,3 billones de yuanes en 2013 a más de 3,3. La deuda de las familias se disparaba de un 31% a un 41,5% del PIB. ¿Y si para la música? Cualquiera se puede dar cuenta de que la caída de precios y dominó de quiebras sería enorme en los mercados secundarios y muy relevante en las grandes ciudades. Sería prácticamente imposible controlar el impacto.
Que dicha deuda se encuentre fundamentalmente denominada en moneda local y en bancos locales nos lleva a pensar que el efecto contagio del riesgo al resto del mundo será bajo, probablemente a nivel financiero, pero no en cuanto a crecimiento y expectativas de inflación.
Que el Yuan se haya depreciado contra el dólar de manera y las exportaciones hayan caído nos muestra otro de los grandes problemas de la economía china, su baja competitividad y valor añadido.
El problema de China ya no es ni debatible. El brutal aumento de la deuda en 2016 coincide con un dólar fuerte y una administración norteamericana orientada a romper el enorme beneficio comercial que China tiene con EEUU.
Si no se hace algo realmente drástico para parar la orgía de deuda, el problema será mayor a medio plazo. El gran dilema es que el gobierno chino no es solo incapaz de controlar el endeudamiento de las empresas semiestatales, sino que en realidad se alienta vía bajadas de tipos y reducción de condiciones, y que tomar medidas para parar la burbuja inmobiliaria lleva inexorablemente a que se genere un efecto contagio. Pero se ha demostrado que no se puede parar con medidas suaves.
Como todas las burbujas, siempre se generan en áreas que consideramos inexpugnables o de bajísimo riesgo. La de China se ha creado bajo la creencia religiosa de que el gobierno puede controlarlo todo por ser una economía intervenida. Pero el riesgo chino no se reduce porque no haya ‘pinchado’ en 2015 o 2016, aumenta.