Entre su cúmulo de despropósitos sobresale esta perla: "El liberalismo es igual de peligroso que el comunismo, y conducirá a los mismos excesos". Tampoco debe sorprendernos mucho, pues ya hace dos años sentenció: "El ultraliberalismo es el nuevo comunismo". Pero tampoco entonces fue original: setenta años antes, José Antonio Primo de Rivera había proclamado: "El movimiento nacionalsindicalista está seguro de haber encontrado una salida justa, ni capitalista ni comunista". Y antes que José Antonio estuvo Benito Mussolini, que en 1932, en su artículo "La doctrina del fascismo", dejó escrito: "Que el XIX haya sido el siglo del socialismo, el liberalismo y la democracia no significa que el XX vaya a ser también el siglo del socialismo, el liberalismo y la democracia".
Resulta sintomático que, entre alabanzas a derechistas como Giscard d’Estaing y socialistas como Mitterrand, critique a Le Pen por su racismo y xenofobia. "Siempre he sido alérgico al Frente Nacional; es casi físico, no puedo soportar todo lo que sea racismo o xenofobia". Por supuesto, Chirac no tiene nada contra la xenofobia, tal y como demuestra su antiamericanismo visceral; pero parecer tener menos que nada contra el resto del ideario del Frente Nacional…
Chirac es ante todo un hombre de orden castrense. Rechaza tanto el ideal liberal de que los individuos sean libres frente a cualquier coacción como el socialista de que el Estado organice en todo momento las relaciones sociales. En el ejército, los soldados gozan de una relativa libertad… dentro de la disciplina militar, pero una vez iniciada la guerra se convierten en peones del general. Del mismo modo, Chirac parece creer en la autonomía del individuo… dentro de un Estado centralizado y poderoso, capaz de regir la sociedad y hacia los más elevados objetivos. En sus propias palabras, hay que encontrar "un buen equilibrio", que se encuentra " en medio de los dos sistemas", es decir, del capitalismo y el comunismo.
Es curioso cómo el relativismo y la huida de los valores pueden dar forma a un credo vacío, que sirva para cualquier menester. Si, según Chirac, el capitalismo es tan asesino y represor como el comunismo, no se entiende muy bien por qué el justo medio entre ambos iba a dejar de ser un sistema abominable. A menos, claro está, que Chirac quiera situar al Estado entre dos criminales para convertirlo en una suerte de Cristo redivivo y erigirlo en símbolo de una nueva fe.
La virtud no siempre se encuentra en el punto medio, ni los extremos tienen por qué solaparse. Por poner sólo un ejemplo: la extrema bondad no tiene nada que ver con la extrema maldad. Al equiparar comunismo y liberalismo, esclavitud y libertad, miseria y progreso, veneno y alimento, Chirac muestra su lado más auténtico y terrorífico.
Esta confusión relativista entre libertad y coacción es patente a lo largo de su demagógico discurso. Si hace dos años fue capaz de afirmar: "Tenemos que imponer, a escala planetaria, nuevas formas de gobierno y leyes para el mercado global", y hace unos meses aseveraba: "El modo en que la globalización está funcionando ahora, el modo en que los ricos la imponen, es incompatible con mi idea de moralidad global", en su nuevo libro se queja de la "hegemonía" de empresas como Coca-Cola porque representan… una imposición del punto de vista norteamericano.
Chirac ignora su rol como político, como monopolista de la compulsión social, y lamenta que unas compañías estadounidenses logren hacer tan felices a los franceses como para convertirlas en "hegemónicas". La relación empresario-cliente tiene un carácter voluntario que nunca lograrán las cadenas Estado-contribuyente, por mucho que les duela a los intervencionistas.
Chirac se describe como un "desconocido"; no será por sus ideas. El estatismo, el proteccionismo, el antiliberalismo, el agrarismo y la antiglobalización impregnan por igual a fascistas y socialistas, accionistas mayoritarios del pensamiento único. Uno sólo puede lamentar el infortunio de una sociedad que ha sido dirigida y controlada durante 12 años por tan siniestro personaje… y tocar madera para que no nos veamos nosotros en las mismas. Pero algo me dice que en España todo puede ir a peor.