Y a la vista de las últimas declaraciones oficiales del Gobierno alemán, todo indica que, llegado el caso, Berlín no está dispuesto a extender el plan de salvamento griego a otros países de la zona euro. Lo cual, no sólo es lógico sino razonable, deseable y sano para el bolsillo de los contribuyentes germanos.
Esta negativa, sumada al riesgo real de que la tragedia griega se contagie a las economías más débiles de la Unión Monetaria –Portugal, Italia, Irlanda y España–, está provocando la huida de capitales de sus respectivos mercados de deuda pública. La cuestión es muy simple, pese a ser trágica. Tal y como señaló el ex economista del Fondo Monetario Internacional (FMI) Simon Johnson:
La pesadilla para Europa no es Grecia o Portugal sino el rendimiento de los bonos italianos y españoles. El rendimiento –tipos de interés que paga el Tesoro– de la deuda española está subiendo porque los inversores, que hasta ahora pensaban que dichos bonos eran casi tan seguros como el dinero en efectivo, están empezando a darse cuenta de que existe un riesgo razonable de que pierdan un valor considerable e, incluso, puedan llegar a una situación de default (suspensión de pagos).
España cuenta con uno de los déficits públicos y exteriores más elevados de los países ricos y las peores perspectivas económicas de la OCDE. Y ello, en un contexto en el que asistimos a una burbuja de deuda pública internacional de grandes dimensiones, ya que todos los gobiernos se han lanzado a una emisión récord de bonos para salvar a sus respectivos sistemas financieros e intentar salir, ilusoriamente, de la recesión.
El mercado está empezando a discriminar entre países solventes y menos solventes y, puesto que el Gobierno de Zapatero no ha hecho absolutamente nada para reducir la brecha fiscal y ganar competitividad liberalizando al máximo la economía, España tiene todas las papeletas para convertirse en la nueva Grecia si la política económica no registra un drástico cambio de rumbo.
La situación es de emergencia nacional. El tiempo se acaba, el iceberg asoma ya por el horizonte y el capitán del barco (Zapatero y sus secuaces) siguen en el salón de fiestas brindando con champán al ritmo de los violines mientras el Titanic se dirige de cabeza hacia el hundimiento. Y no será porque no nos lo hayan advertido. El primer toque de atención de los inversores a Moncloa se produjo el pasado febrero, que pasará a la historia como la primera semana negra de 2010 en bolsa. El segundo resonar de trompetas no será tan tibio.
Tan sólo un dato: el mercado detectó el pasado enero que Atenas estaba en quiebra técnica cuando descubrió con horror el ocultamiento de su deuda y déficit público, y en apenas tres meses su Gobierno se ha visto obligado a implorar un rescate ante la negativa del mercado internacional a seguir financiando su elefantiásica estructura pública. Veremos cuánto margen conceden a Zapatero. Lo triste, sin embargo, es que la situación podría resolverse en 24 horas. Basta con que el Ejecutivo apruebe un recorte inmediato de entre 40.000 y 50.000 millones de euros y liberalice todos los sectores productivos del país para que esos malvados especuladores que ahora venden España comiencen a comprar de nuevo bonos de Tesoro para felicidad y tranquilidad de nuestros políticos.
Y es que, tal y como me ha explicado hoy mismo un buen amigo que trabaja en el mercado de valores internacional:
lo más razonable para explicar las últimas caídas de la Bolsa en España sería la del efecto huida de los inversores extranjeros, que se viene produciendo de un modo creciente desde 2008. Parece lógico que esta huida se siga agravando, ya que España no es ni de lejos un país atractivo donde invertir teniendo en cuenta que hay economías mucho más saneadas y con perspectivas de crecimiento mucho más positivas. Esto unido a la gran incertidumbre que existe respecto al rescate de Grecia, la limitada capacidad de maniobra de la UE y la contrastada inutilidad del Gobierno de Zapatero provoca que la Bolsa española se tambalee día sí y día también.
Se puede decir más alto, pero no más claro.