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Cómo volver la V menos asimétrica

Publicado en El Confidencial

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La fase de reconstrucción (o reestructuración) será el periodo de tiempo que tardaremos en recuperar el nivel de producción previo a la crisis.

En su presentación del Programa de Estabilidad correspondiente al año 2020, la ministra de Economía, Nadia Calviño, acuñó un término que rápidamente trascendió a los medios de comunicación: la recuperación en “V asimétrica”. De entrada, podría parecer que nos encontramos ante un neologismo dirigido a maquillar la trágica realidad económica en la que nos encontramos: la nueva versión del “aterrizaje suave” o de los “brotes verdes” que tanto se emplearon durante la crisis anterior. Sin embargo, y a diferencia de las precedentes cabriolas propagandísticas, el concepto de V asimétrica sí requiere de una más pausada reflexión para ayudarnos a comprender la situación en la que nos encontramos y los pasos que debemos dar a continuación.

Primero, ¿qué sería una recuperación en V simétrica? Una crisis donde la rapidez y la profundidad de la caída fueran idénticas a la rapidez y a la elevación de la recuperación. Una V asimétrica es una crisis en la que caemos más hondo y más rápido de lo que nos recuperamos ulteriormente. O expresado de otra forma, en la V asimétrica, la recuperación se produce en dos fases: una fase que podríamos denominar de reactivación y otra que podríamos llamar de reconstrucción o reestructuración.

Es fácil observar cada una de esas etapas en el mismo gráfico de “V asimétrica” elaborado por el propio Ministerio de Economía. En él, he destacado cuatro puntos que conforman tres segmentos: el segmento AB (que representa la etapa de caída), el segmento BC (que coincidiría con lo que hemos llamado fase de reactivación) y finalmente el segmento CD (que constituye la fase de reestructuración).

La fase de caída dependía esencialmente de la dureza y de la duración de las medidas de distanciamiento social que se decretaran para combatir la pandemia así como de la capacidad de la economía para readaptarse ante las mismas (por ejemplo, en qué medida las empresas podían seguir funcionando a través del teletrabajo o del reparto a domicilio).

La fase de reactivación supone la puesta en marcha de aquellas empresas que hayan logrado sobrevivir a la crisis y, por tanto, da lugar a un rebote incuestionable de la actividad. La potencia de este rebote dependerá, empero, de dos circunstancias: la primera es cuánto tejido empresarial se haya destruido durante la etapa anterior (lo cual, a su vez, dependerá de cuántas empresas se hayan visto efectivamente afectadas por la suspensión de la actividad y de cuántas de ellas contaran con suficiente liquidez como para sobrevivir al parón o, alternativamente, de cuántas se hayan mantenido a flote por las medidas de apoyo gubernamentales) y la segunda es el ritmo que marcará el plan de desescalada (cuanto más se prolongue el regreso a la normalidad, menos vigorosa será la reactivación). Así las cosas, si ninguna parte del tejido empresarial hubiese salido seriamente damnificada y si el levantamiento de las restricciones fuera exprés, entonces sí tendríamos una recuperación en V simétrica. Pero, como es obvio, ninguna de ambas condiciones se va a dar (en parte, por buenas razones: un levantamiento exprés del confinamiento en algunas zonas implicaría un elevado riesgo de nuevos contagios).

Ahora bien, y como ya hemos indicado, no todo el tejido empresarial será capaz de ponerse en marcha durante la fase de reactivación. Grosso modo, hay dos tipos de compañías que permanecerán pasivas tras el fin del desconfinamiento. Por un lado, aquellas que se hayan descapitalizado durante el periodo AB, esto es, aquellas que hayan acumulado tantas pérdidas durante la etapa de caída como para haber devenido insolventes (verbigracia, una constructora que haya entrado en concurso): son las empresas viables descapitalizadas. Por otro, aquellas que, aun cuando sigan disponiendo de suficiente capital como para reabrir, se enfrentarán a un cambio tan profundo en los patrones de su demanda que igualmente van a tener o que reestructurarse o que desaparecer (por ejemplo, hoteles o aerolíneas que sufran un desplome persistente en la demanda turística): son las empresas inviables.

Así las cosas, la fase de reconstrucción (o reestructuración) será el periodo de tiempo que tardaremos en recuperar el nivel de producción previo a la crisis como consecuencia de la presencia de empresas viables descapitalizadas y de empresas inviables. De ahí que la etapa de reestructuración requerirá de inyecciones de capital para reflotar a las empresas viables descapitalizadas y de flexibilidad económica para reconvertir el tejido empresarial inviable (o, directamente, para crear nuevas empresas distintas de la actualmente existentes). Solo así lograremos relanzar la maquinaria que funciona pero que se ha quedado sin combustible y reemplazar la maquinaria que ha dejado de funcionar por otra que sí podamos activar: solo así, en suma, lograremos acelerar la segunda fase de la recuperación y no prolongar el estancamiento.

En definitiva, la V será tanto más simétrica, y tanto menos asimétrica, cuanto más ahorro interno o externo seamos capaces de movilizar y cuanta mayor sea nuestra libertad para invertirlo productivamente. Toda política (por ejemplo fiscal) dirigida a desincentivar el ahorro a largo plazo y toda política (por ejemplo regulatoria) dirigida a esclerotizar la estructura productiva serán políticas que solo prolongarán nuestra agonía.

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