La institución acusó a los Gibson de haber discriminado contra ellos por el simple hecho de ser negros.
Oberlin College, una universidad de Ohio, fue condenada el pasado 7 de junio a pagar 11 millones de dólares a un establecimiento por realizar una acusación falsa. Y otros 33 millones por actuar con desprecio por la verdad. Resulta reconfortante observar que una parte del sistema estadounidense se aferra al viejo ideal de la verdad. Una verdad que, una vez más, ha sido sacrificada en nombre de un dios aún desconocido.
Todo empezó hace dos años y medio, el 9 de noviembre e 2016. Tres estudiantes de Orbelin College entran en el Gibson Bakery and Market. Es un negocio abierto a finales del siglo XIX, y que tiene desde entonces una gran relación con la Universidad de Oberlin. A su vera está el Oberlin Bookstore, y ambos están a una manzana del centro educativo, a un paseo por el Tappan Square, tributo al paisajismo urbano del XIX.
Nada de esto estaba en la mente de los estudiantes. Elijah Aladin pensaba comprar una botella de alcohol valiéndose de un carnet falso que asociaba su foto a la edad mínima para comprar alcohol (21 años). Pero llevaba los 19 en su rostro, y Allyn Gibson desconfió de Aladin. Es más, se dio cuenta de que Elijah contaba con que su carnet podría no ser efectivo, pero creía que podría llevarse las dos botellas que guardaba bajo su ropa.
Gibson le hizo ver a Elijah que se había dado cuenta, y comenzó un enfrentamiento en el que acompañaron al joven otras dos compañeras, Endia Lawrence y Cecelia Wettstone. La policía no tardó en llegar. Vieron a Gibson postrado en el suelo, y a varios individuos dándole patadas.
Wettstone y Lawrence pudieron salir de la prisión bajo fianza, tras ser acusados de asalto, y Aladin tuvo que esperar en la cárcel a que se resolviese la acusación de robo sin armas, un crimen que en el peor de los casos conlleva una pena de hasta diez años.
El asunto debió quedarse en eso. Los Gibson, por desgracia, están acostumbrados a que les roben, lo que les supone unas cuantiosas pérdidas. En los últimos cinco años han cazado y acusado a 40 personas. Cuántas más habrán sisado con éxito en el establecimiento en esto años. No ha habido ninguna condena por racismo contra esa tienda desde que abrió, en 1885.
Pero el asunto fue más allá, porque los jóvenes eran estudiantes de la vecina Universidad, y la institución acusó a los Gibson de haber discriminado contra ellos por el simple hecho de ser negros. Si hubiese triunfado la inteligencia en la dirección de la institución, se habrían dejado guiar por la navaja de Occam, que dice que la explicación más sencilla es a su vez la más probable. Los Gibson les acusaron porque intentaron robar, y les pillaron. Los jóvenes eran negros, pero también eran ladrones. Y universitarios, sí, y seguramente multitud de otros aspectos personales que no vienen al caso; al caso de un robo en una tienda.
La Policía confirmó las acusaciones de Gibson. Dijo que no observó ningún comportamiento que hiciera pensar que él hubiera discriminado contra ellos por el color de su piel. El juicio resolvió también en contra de esa acusación.
Varios de los compañeros de los acusados (compañeros de universidad, no necesariamente de los crímenes), se concentraban por centenares frente al establecimiento con carteles que acusaban a sus dueños de ser racistas y pedían a los transeúntes que no comprasen allí.
La Universidad se sumó a las protestas. Y el presidente de la institución, Marvin Krislov y la decana de los estudiantes, Meredith Raimondo, escribieron una carta en la que advertían que había mucho más de lo que se conocía en ese momento, merced a lo que están oyendo de sus estudiantes. Parece mentira que Oberlin College tenga una facultad de Derecho. Raimondo se sumó a las protestas de los estudiantes, y acusaba a la tienda de ser “racista”. También presionó a uno de los proveedores del establecimiento para que dejase de atenderle.
Además, contaban con el argumento definitivo; la prueba de que Gibson había actuado transido de racismo y mala fe. El día antes del incidente habían sido las elecciones presidenciales, que le dieron el gobierno federal a un empresario neoyorkino con una desmedida ambición por salir en pantallas. Unas elecciones que advertían de que ese racismo (un mal exclusivo de la raza blanca) estaba hoy más vivo que nunca.
No todos en Oberlin College veían la situación como Krislov y Raimondo. Roger Copeland, profesor de Teatro de OC, protestó ante el tratamiento que le estaba dando la Universidad a la tienda, y la reacción del vicepresidente de Comunicaciones y otros directivos de la Universidad fue cargar contra él.
Las acusaciones contra Gibson Bakery and Market eran falsas. De las 40 últimas denuncias por robo en el último lustro, 6 eran contra ciudadanos negros (un 15 por ciento), dos asiáticos (5 por ciento) y el resto (80 por ciento), blancos; un ratio que no hace pensar en un sesgo racial. De hecho, según el periodista Daniel McGraw, que ha estado siguiendo el caso desde Legal Insurrection, esos porcentajes se corresponden casi perfectamente con la distribución por razas de los casi 9.000 habitantes de la ciudad: un 73 por ciento de blancos, un 15 por ciento de negros y un 5 de asiáticos.
El juicio concluyó con una rebaja de la calificación de los crímenes y faltas, y también de las condenas, que no incluyeron la cárcel. Los tres condenados leyeron ante el Tribunal un alegato que incluía estas palabras: “Creo que las acciones de los empleados de Gibson no estaban motivados por la raza. Simplemente estaban intentando evitar una venta a menores”.
La actitud de la Universidad tuvo severas consecuencias económicas para Gibson Bakery and Market. Pasó de tener ocho empleados, a uno. Tras más de un siglo dando servicio a la comunidad, el establecimiento estuvo cerca de cerrar. Y todo por detener a tiempo a un estudiante que, acompañado por otros dos, pretendía robar en la tienda. No fue el empleado quien discriminó a los alumnos por su raza, sino la propia Universidad, que entendió que ser negros les convertía automáticamente en inocentes.
Gibson Bakery and Market denunció a Oberlin College, y la institución ha sido condenada al pago de 11,2 millones de dólares por daños causados por la difamación a la que sometió al establecimiento, más 33 millones por daños dado que la institución actuó con “malicia y desconocimiento de la verdad”.
Malicia y desconocimiento de la verdad. Dos actitudes que están amparadas por esta ideología que nos priva a las personas de nuestras cualidades morales, que están asociadas a nuestro comportamiento, y nos encajona en categorías que nos convierten automáticamente en víctimas o verdugos. Les vincula, a ambos, un crimen social, impersonal, un crimen obrado por una sociedad injusta y que hay que echar abajo para reconstruir sobre nuevas bases. Ante esos crímenes históricos y existenciales, nada podemos hacer más que reconocer el papel que nos haya tocado, el de víctimas o el de verdugos. Y mirarnos entre nosotros con compasión, o con indignación. Ante esta situación heredada, ante esta sociedad injusta que simplemente nos ha tocado, no cabe reaccionar con la lógica, pues es la lógica de la propia fuente de injusticias. Sólo cabe la indignación, ese estado de ánimo que nos predispone a enfrentarnos con esta sociedad. Malicia, sí. Desconocimiento de la verdad, también. Porque esa verdad está viciada y es tan injusta como el resto de la sociedad.