Otra forma, mucho más sencilla y entendible, de denominar a los ‘empujoncitos’ que propugna Thaler es “manipulación”
Richard Thaler ha sido agraciado con el Premio Nobel de Economía de 2017por sus decisivas contribuciones al desarrollo de la llamada “economía conductual”, esto es, a la aplicación de las herramientas que nos proporciona la psicología para refinar y enriquecer la caracterización de los ‘agentes’ que actúan dentro de los modelos económicos.
Y es que, en contra de lo que simplificadamente asumen muchos de estos modelos, el ser humano no es un agente perfectamente racional apenas preocupado por maximizar sus intereses más egoístas: las decisiones humanas están tamizadas por sesgos cognitivos (no siempre somos buenos maximizadores de nuestra utilidad), no son fáciles de implementar (no sólo actuamos deliberadamente de acuerdo con nuestros planes, sino que también nos movemos por instinto y por impulso) y no están únicamente conformadas por preferencias egoístas (también nos preocupa la equidad de las distintas interacciones sociales: una idea amplia de “interés propio” que ya avanzó Hayek en 1946).
Thaler ha sido el principal economista que ha impulsado este cambio de paradigma (Daniel Kahneman recibió el Nobel de Economía en 2002 por ayudar a desarrollar esta misma área del conocimiento, pero era psicólogo, no economista) y, justamente por haber espoleado el surgimiento de este rico campo de investigación (y de controversia), ha recibido el Nobel de 2017.
Y, evidentemente, las implicaciones de los hallazgos de Thaler no quedan confinados dentro del perímetro de la ciencia económica: si, en determinados contextos, los seres humanos no siempre eligen bien según sus propios criterios de qué es “elegir bien”, entonces puede ser necesario empujarlos a tomar las decisiones que ellos mismos estiman correctas. ¿Cuáles son esoscontextos en los que las personas no eligen bien? Pues cuando las decisiones que han de tomar son muy complejas e infrecuentes en su día a día y, sobre todo, cuando los costes de decidir mal sólo aparecen en el muy largo plazo. En tales escenarios, lo normal es que la mayoría de las personas escoja mal justamente porque no somos perfectamente racionales y porque carecemos de un perfecto autocontrol.
¿Qué hacer en estos casos? Una opción sería dotarnos de un dictador benevolente que obligara a la gente a tomar decisiones correctas: cercenar la libertad individual e imponer un mandato político universal. Thaler, por el contrario, no defiende el uso de prohibiciones y obligaciones: su propuesta consiste, más bien, en rediseñar el marco decisorio dentro del que actúa cualquier persona para, sin entrometerse en su libertad individual (o entrometiéndose de un modo mínimamente invasivo), abocarla a elegir bien. Más que por la orden, Thaler aboga por el empuje (‘nudge‘). Es por eso que el economista de Chicago ha denominado a su idea “paternalismo liberal”: generar reglas paternalistas que en última instancia sigan siendo respetuosas con la libertad individual.
Por ejemplo, las personas pueden desear ahorrar lo suficiente durante su vida laboral como para disfrutar de una jubilación digna, pero a su vez pueden carecer o de los conocimientos necesarios para determinar cuánto hay que guardar cada mes o de la fuerza de voluntad para hacerlo: en tal caso, los políticos podrían decretar que, por defecto, todos los trabajadores deban efectuar contribuciones mensuales a un plan de pensiones, si bien aquellos que así lo deseen se les siga permitiendo tramitar su renuncia a tales contribuciones.
A su vez, muchas personas pueden estar empáticamente de acuerdo con donar sus órganos a terceros en caso de muerte cerebral; sin embargo, si para poder utilizar sus órganos el sistema sanitario exige que hayan prestado explícitamente su consentimiento en vida, entonces muchas de esas mismas personas podrían terminar lo haciéndolo por simple inercia o descuido: de ahí que una vía, respetuosa con la libertad individual, para maximizar las donaciones sea presumir que, por defecto, todos los individuos están de acuerdo con donar sus órganos salvo que expliciten su oposición.
O, finalmente, muchos motoristas pueden entender, y aceptar, la conveniencia de llevar casco mientras conducen, sin embargo muchos de ellos también dejarían de hacerlo de no ser por la obligación legal y la multa asociada a su incumplimiento: el problema, claro, es que algunas personas pueden considerar que el mandato de llevar casco conculca su libertad individual, por lo que una opción paternalistamente liberal sería mantener, por defecto, la obligación universal de llevar casco… salvo para aquellas personas que opten por tramitar una licencia para conducir sin casco (con sus correspondientes requisitos).
Como vemos, el paternalismo liberal consiste en cambiar la inercia de los diseños institucionales (crear opciones “buenas” por defecto) al tiempo que se sigue permitiendo que las personas, asumiendo costes relativamente pequeños, puedan optar contra tales inercias. Para varios liberales, empero, el paternalismo liberal de Thaler no tiene nada de liberal: el paternalismo estatal tiene mucho más que ver con la agenda conservadora que con los principios liberales de respetar las elecciones vitales de cada ser humano tal como se manifiestan (con sus aciertos y con sus errores). Personalmente, es verdad que no veo el paternalismo liberal de Thaler como algo consustancial al liberalismo, pero sí como algo compatible con el mismo en al menos dos dimensiones.
Primero, el paternalismo liberal puede emplearse estratégicamente para reducir el actual grado de injerencia estatal en nuestras vidas: toda sustitución de una obligación o prohibición por un ‘empujón’ constituye un avance hacia una mayor libertad individual. Es verdad que la agenda liberal “de máximos” puede abogar incluso por la desaparición de tales empujones estatales, pero como paso intermedio suponen una mejora: la existencia de mecanismos de salida, aunque sea asumiendo ciertos costes, siempre es preferible a su inexistencia. Por ejemplo, si sustituyéramos las cotizaciones obligatorias a la Seguridad Social por cotizaciones por defecto de las que fuera posible salir (el famoso contracting-out británico), entonces nuestra libertad individual se incrementaría con respecto a lo que sucede actualmente.
Segundo, el paternalismo liberal no tiene por qué aplicarse exclusivamente desde el Estado: sus recomendaciones pueden ser de utilidad para el sector privado. Por ejemplo, ¿dónde es preferible que los supermercados coloquen la comida saludable: a la vista de sus clientes u oculta detrás de los alimentos insanos? ¿Qué planes de empresa es preferible que los empresarios ofrezcan a sus trabajadores, aquellos diseñados para maximizar su predisposición a ahorrar o aquellos otros que la minimizan?
Los agentes dentro del sector privado también tienen que escoger sobre los marcos decisorios a los que ellos mismos, o sus contrapartes, se van a enfrentar, y en ese caso el paternalismo liberal puede ser de utilidad para, desde la sociedad civil y el mercado, contribuir a minimizar los errores de las personas (sería un ejemplo de lo que Jason Kuznicki ha denominado “ingeniería social liberal”: solventar los fallos del mercado desde el mercado).
Ahora bien, cuando el paternalismo liberal no se restringe a las decisiones internas del sector privado ni tampoco busca reducir el grado de intervención actual de los Estados —es decir, cuando el paternalismo liberal pretendeutilizarse como excusa para incrementar el intervencionismo estatal y el poder de los políticos—, entonces no sólo se vuelve incompatible con el liberalismo, sino también en una amenaza directa para nuestras libertades.
A la postre, otra forma, mucho más sencilla y entendible, de denominar a los ‘empujoncitos’ que propugna Thaler es “manipulación”: lo que, en el fondo, defiende el Premio Nobel es utilizar el diseño de las instituciones para manipular, de un modo leve y orientado a hacer el bien, a las personas. Pero una vez abrimos la puerta a que los políticos —o las asambleas populares— utilicen las herramientas estatales para manipular a las personas por su propio bien, ¿qué impide que los políticos instrumenten esa hiperlegitimidad moral para manipular las instituciones sociales en su propio beneficio? O aun suponiéndoles buenas entonces, ¿qué nos garantiza que esos mismos políticos no sean víctimas de las mismas limitaciones cognitivas que el resto de seres humanos y, por tanto, orienten al resto de personas a tomar malas decisiones?
No es que Thaler no haya pensado en esa posibilidad, pero sus réplicas no resultan nada convincentes en este punto. De acuerdo con el de Chicago, que el paternalismo liberal pueda terminar siendo abusado por los políticos no significa que, como tal, sea negativo. O dicho de otro modo, de acuerdo con Thaler, su propuesta debería ser valorada en cuanto a tal y al margen de los riesgos —lejanos y difusos— que pueda acarrear. Pero aquí el Premio Nobel está, consciente o inconscientemente, trampeando al lector.
A la postre, el paternalismo liberal de Thaler se vindica como una forma pragmática y realista de contrarrestar la ingenua e idealista visión liberal de una sociedad compuesta por personas racionales y comprometidas con la justicia: “Debemos analizar al ser humano tal cual es y debemos diseñar las instituciones sociales según esa auténtica naturaleza del ser humano, no según su descripción idealizada”. ¿Pero acaso el paternalismo liberal de Thaler no adolece exactamente de esa misma ingenua e idealista visión con respecto a los políticos encargados de planificar los “empujones” que integrarán las instituciones sociales? ¿Cómo se nos puede instar, por un lado, a que analicemos al ser humano tal cual es y tal cual actúa (economía conductual) mientras que, por otro, se nos reclama que obviemos cómo son y cómo actúan los políticos? Economía conductual sí, pero Elección Pública también: es decir, dejemos de idealizar tanto al ‘homo economicus‘ como también al ‘homo politicus‘.
Sólo cuando comprendamos que, sí, permitir que las personas cometan errores es peligroso para esas personas pero que, también, otorgar a los políticos el poder suficiente como para impedir que otras personas cometan errores resulta mucho más peligroso para todos, entonces comenzaremos a comprender por qué el liberalismo sigue siendo preferible al paternalismo liberal de Richard Thaler. Teniendo en cuenta que uno de los típicos sesgos cognitivos que destaca la economía conductual es sobrevalorar las ganancias inmediatas e infravalorar los costes de muy largo plazo, sería un error elemental el otorgar mayor poder a los políticos por los posibles beneficios que ello podría reportarnos a corto plazo aun olvidándonos de los gigantescos costes que terminaría generándonos a largo plazo.