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Cuando a las feministas no les importan las víctimas

Publicado en Libertad Digital

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Debería ser el feminismo el que exigiera estudios para saber por qué suceden estos crímenes.

Ha causado gran escándalo entre el feminismo patrio el reportaje de El País de este domingo en el que se contaban los esfuerzos de un grupo de criminólogos que están realizando un estudio pormenorizado, caso por caso, de la violencia de los hombres contra sus parejas para ayudar en la prevención de estos crímenes. El artículo tenía errores, sin duda, como decir que la etiqueta violencia de género incluye «todos los homicidios de pareja», cuando sólo se refiere a mujeres muertas por su pareja masculina. Pero el problema no ha sido ese. Aun en estado preliminar, los datos indican que entre los asesinos analizados había un 5% de psicópatas, un 20% de sociópatas y un 30% de hombres inestables emocionalmente. Y un 45% que no tenían ningún antecedente violento conocido, que no seguían la escalada de violencia que se asocia habitualmente a este fenómeno y cuyos crímenes resultan, por tanto, impredecibles.

¿Cuál es el pecado capital de esta investigación para el feminismo? Pues que lo están haciendo psicólogos y criminólogos, no personas con perspectiva de género, es decir, feministas. Y por tanto no asumen a priori el argumento, propio de idiotas ideologizados, de que los hombres matan a mujeres por una suerte de conspiración machista cuyo objetivo es mantener en pie las estructuras de poder del patriarcado. «No hay un patrón único, la violencia de género no se puede tratar como un fenómeno homogéneo, porque es heterogéneo y multicausal (…) Decir que todo es machismo es quedarse en la superficie, hay que averiguar qué detona esa agresividad mortal». ¡Anatema!

Las feministas llevan toda la semana atacando a los investigadores. En un artículo en lo de Escolar llegaban a la plenitud en el razonamiento circular: «Es trágico poner a resolver la violencia machista a personas que niegan que el machismo sea el motivo troncal: ¡estamos hablando de una violencia que lleva el machista en su propio nombre!». Es decir, le pongo a un fenómeno un nombre ideológico que asume a priori cuál es la causa y cuando consigo popularizarlo lo uso como demostración de que la causa es la que yo digo. «Para contestar a esta pregunta no hacen falta experimentos de criminólogos de CSI, hace falta feminismo», decía la podemita Clara Serra. «Explicar la violencia machista sin perspectiva feminista es ideología y nos mata», decía otra feminista autodenominada radical a la que retuiteaba con entusiasmo Beatriz Gimeno.

Si el objetivo del feminismo fuera realmente acabar con la violencia contra las mujeres por parte de sus parejas, o al menor reducirla, debería ser el feminismo el que exigiera estudios para saber por qué suceden estos crímenes, porque si no se sabe por qué pasan las cosas, malamente se podrán solucionarlas. Pero como buena ideología ya nos da la conclusión hecha: se trata de «violencia machista» porque la causa es y sólo puede ser el machismo y se soluciona poniendo cartelitos en el metro para que los hombres no abran las piernas cuando se sientan. Así que cualquier investigación que busque determinar causas reales de asesinatos reales es perjudicial porque podría determinar –y, lo que es peor, publicitar– que uno de los puntos esenciales en que descansa el feminismo es falso. Y da igual que investigar las razones de estos crímenes pueda ser buena para las mujeres maltratadas, porque lo más importante siempre es la ideología.

Es lo que sucede siempre con la izquierda ungida: en el fondo lo que buscan es sentirse bien consigo mismos, no solucionar problemas. Que, oye, si de paso lo hacen, estupendo, que tampoco son necesariamente monstruos sin entrañas. Pero lo esencial, lo importante, son siempre sus propios sentimientos, su sensación de sentirse moralmente superiores a los otros, al facha, al machista, al especulador sin corazón, a ese que tiene que estar comprado por alguien porque en caso contrario no podría opinar así. Todo lo demás, incluso la violencia de género, ocupa un distante segundo lugar.

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