La fusión por absorción del PP a Ciudadanos o incluso el desbloqueo del PSOE fracasarán en la medida en que atenten contra la estructura de sus partidos.
Las negociaciones entre los partidos políticos a las que estamos asistiendo desde la irrupción Podemos y Ciudadanos en el panorama electoral, y la repetición de las elecciones generales o la amenaza de ello no sólo muestran la capacidad de diálogo de los políticos sino que esconden la fuerte tensión existente en el sistema para retornar a uno bipartidista.
Puede ser a través de mecanismos democráticos o describirse con palabras más bonitas, pero en esencia los partidos políticos son grupos de personas organizadas con el objetivo de tomar el poder, de hacerse con los recursos públicos. Y la cantidad de este tipo de grupos que existe en un país y su evolución depende de diversos factores, como la heterogeneidad social, la existencia de nacionalismos, las fracturas sociales o el diseño institucional (sistema electoral, sistema parlamentario, descentralización…).
Tener presente estos factores puede ser de utilidad para entender la estrategia del «No es no» de Sánchez o el efusivo interés del PP de llegar a acuerdos no sólo de investidura con Ciudadanos sino para que incluso entren en el Gobierno (otra cosa es lo que finalmente ocurra en ambos casos, cuyo resultado depende de más fuerzas contrapuestas).
Existe una teoría de la agregación de partidos que explicaría la tendencia a la reducción de su número basándose en una variable institucional, el nivel de intervencionismo estatal: gasto público, impuestos… Hay otras explicaciones, como las estrategias que adoptan los partidos cuando ese número reducido de partidos se ve sorprendido por la aparición de nuevos jugadores: reajustes del sistema para volver a reducir de nuevo el número de partidos. En este caso, la variable fundamental es un movimiento táctico, ex-post, denominado cooptación política.
La intervención estatal y la cooptación política: hacia el bipartidismo
Un sistema bipartidista tenderá a ser más estable debido a un mayor papel del gobierno en la vida de sus ciudadanos. Conforme se incremente ese rol (por ejemplo, con los elefantiásicos Estados del Bienestar), los votantes responderán votando a partidos ampliamente establecidos y con posibilidades de gobernar, reforzando una tendencia a que se reduzca el número de partidos, y llegando en algunos casos a un bipartidismo de facto (con posibilidad de partidos muy minoritarios o sin importancia significativa). Los votantes se ven como beneficiarios o perdedores de políticas públicas y por ello adoptan razones estratégicas para votar a un partido competitivo, uno con posibilidades, en lugar de hacerlo a su partido preferido o local. Esto es lo que claramente vendió el PP a los votantes de Ciudadanos en la pasada contienda electoral, que no tiraran su voto con la formación naranja. Ejemplo de ello los estudios de Chhibber y Kollman (2004), y de Hedrick y Kettler (2011), que parecen haber encontrado correlación entre el gasto público en educación y el bipartidismo.
Por otra parte, ante la irrupción de nuevos partidos en un entorno bipartidista, los partidos reaccionarán para reajustarse a través de lacooptación. Es una autodefensa de los partidos contra todo elemento externo que desestabilice el régimen, el statu quo y para asegurar su legitimidad. El intento de corregir este desequilibrio se realiza a través de la capacidad de integrar o absorber (en la práctica) a los nuevos actores estratégicos al poder dominante, al sistema de partidos, a través de estrategias de cooptación formales, como las concesiones políticas abiertas, incorporación al Ejecutivo (carteras ministeriales), entregar espacios a los opositores (por ejemplo, responsabilidades en el Congreso de los Diputados) o más sutiles, como el reconocimiento público, la cesión del protagonismo en los medios, la realización de comisiones conjuntas o a demanda, las muestras adulatorias o efusivas en público hacia el partido cooptado… La cooptación política es un argumento ampliamente utilizado para explicar la inexistencia o imposibilidad de terceros partidos.
La estrategia del bipartidismo PP-PSOE
Teniendo en cuenta lo anterior, pueden comprenderse posiciones estratégicas que a primera vista sorprenden, aunque obviamente hay más factores determinantes. Así, dada la incompleta e incorrecta descentralización actual del sistema público español y el enorme peso de su gasto público social y sus impuestos, las elecciones generales priman mucho el aspecto competitivo de los partidos.
En este sentido, el «No es no» de Sánchez y su búsqueda de elecciones cuando en las anteriores todavía perdió más votos, se explica para poder ser alternativa, un partido competitivo frente a Podemos, y ser preferido por sus votantes (jóvenes mayoritariamente) a pesar de que la formación morada pueda ser su ideal en un primer momento. Es una errejonización del PSOE que busca hacer a través de elecciones y esa fuerza bipartidista, una actualización generacional para eliminar la competencia que le ha salido en el extremo.
Y también explica por qué a nivel regional o local, el PSOE apoye a Podemos, una manera de cooptarle políticamente, tratando de integrarlo, apoderarse de su base social, o frenar su impulso electoral. Algo parecido a lo que el PP pretende hacer con Ciudadanos: una evidente cooptación (formal y sutil) al partido de Albert Rivera, adulando su voluntad con empalagosas muestras efusivas de amor como las de Maillo últimamente (qué honesta es la política si lo comparamos con lo que fue la campaña electoral), prometiéndoles comisiones, tentándoles reiteradamente en entrar en el Gobierno o hacer un acuerdo de gobernabilidad, dándoles protagonismo… con el fin de integrarles, silenciarles, o neutralizarles. Algo que, se supone, puede temer Sánchez que le ocurra si permite el Gobierno del PP y Ciudadanos, una manera de cooptación de estos al PSOE. Especialmente cuando los tres partidos comparten gran parte de su programa electoral, Sánchez carece de un bagaje intelectual sólido y un liderazgo claro.
La fusión por absorción del PP a Ciudadanos o incluso el desbloqueo del PSOE fracasarán en la medida en que atenten contra la estructura de sus partidos. Algo que explica el porqué de las decepcionantes y tibias medidas exigidas por Ciudadanos, o por qué el PP se ha negado a realizar determinadas reformas con mayoría absoluta como, por ejemplo, introducir un poco de independencia en el Poder Judicial. En el fondo, este tipo de reformas implican disminuir el poder de los partidos a través de reducir su intervencionismo.
Al final, es la misma razón por la que no se emprenden muchas de las reformas estructurales y liberalizaciones aunque los políticos sepan que mejoraría rápidamente la situación económica. ¿Por qué no reformar la asfixiante regulación laboral creadora de paro en masa y que nos hace padecer niveles de paro no vistos en los países de nuestro entorno salvo Grecia? En parte porque este tipo de reformas afecta a los partidos, a sus organizaciones, su estructura y su poder.
Conclusión
Las tensiones políticas existentes, la dificultad para formar Gobierno y la corrección de esta situación a través de las urnas no sólo se explican solamente porque nuestros políticos «no se entiendan». Los partidos atienden a sus propios intereses, a los incentivos perversos que el diseño institucional promueve, incluido un enorme intervencionismo estatal en la vida de los ciudadanos. Todos tienen incentivos en mantener un sistema, o no modificarlo en gran medida, que les permita eliminar a sus adversarios políticos con mayor facilidad con la tendencia hacia el bipartidismo o la cooptación. ¿Reformar el país? ¿Modernizarlo? A quienes deben reformar no les interesan las reformas. Ya llueva, truene, caigan chuzos de punta, una Gran Recesión o la falta de formación de Gobierno… antes subirán los impuestos y el gasto, que reducir el Estado y empequeñecerse.