Los paraísos fiscales limitan que los Estados den rienda suelta a su voracidad tributaria y que nos obliguen a todos a pagar mucho más de lo que ya estamos pagando para que ellos puedan gastar mucho más de lo que ya están gastando.
La revelación de los papeles de Panamá ha multiplicado las críticas contra los paraísos fiscales por parte de todas aquellas personas que defienden un Estado grande y bien nutrido de ingresos tributarios. Al entender de muchos, si durante los últimos años no hubiésemos sufrido la competencia desleal de los paraísos fiscales, no sólo nos habríamos ahorrado los recortes presupuestarios de la crisis, sino que incluso podríamos haber incrementado el gasto público. Pero ¿podemos cuantificar cuántos ingresos pierden los Estados como consecuencia de los paraísos fiscales?
Una de las estimaciones más conocidas acerca de la evasión tributaria mediada a través de estas jurisdicciones es la que proporciona la Tax Justice Network: según sus cálculos, los paraísos fiscales se han convertido en el refugio de un volumen de riqueza cifrado entre 21 y 32 billones de dólares. Si ese enorme patrimonio proporciona unas rentas del capital anuales de entre 630.000 y 960.000 millones (esto es, suponen una rentabilidad anual media del 3%), que fuesen gravadas al 30%, cada año los Estados de todo el mundo podría ingresar adicionalmente entre 190.000 y 290.000 millones de dólares.
Sucede que estos cálculos de la Tax Justice Network están repletos de importantes fallos metodológicos dirigidos a inflar las cifras de riqueza salvaguardada en paraísos fiscales (para una crítica detallada a la metodología, pueden leerse las páginas 93 a 110 de este ensayo). De ahí que recientemente hayan sido ampliamente corregidos a la baja por el economista francés Gabriel Zucman, en su libro The Hidden Wealth of Nations.
Zucman no es ningún ultraneoliberal salvaje interesado en minimizar la influencia de los paraísos fiscales: es coautor de varios papers sobre desigualdad con Thomas Piketty y, de hecho, su libro constituye un alegato por su erradicación. Aun así, no puede más que rechazar los cálculos simplistas de la Tax Justice Network y, en su lugar, ofrece una estimación más moderada: el patrimonio en paraísos fiscales no es de 21 o 31 billones de dólares, sino de 7,6. Es cierto que el propio Zucman reconoce que su estimación podría pecar de conservadora, pero él mismo acota que, como mucho, el patrimonio en paraísos fiscales podría ascender hasta los 10,5 billones. O dicho de otro modo, las estimaciones del economista francés son entre un 50 y un 66% inferiores a las de la Tax Justice Network.
Ahora bien, pese a las enormes discrepancias en materia de estimación de la riqueza depositada en paraísos fiscales, Zucman calcula que los ingresos tributarios perdidos por los Estados son igualmente de 190.000 millones de dólares. ¿Cómo llega a esa cifra? Básicamente, el economista francés reconoce que al menos el 20% de la riqueza en paraísos fiscales está correctamente declarada en sus países de origen, de modo que la evasión se concentra en el 80% restante, esto es, en 6,1 billones. Posteriormente, Zucman considera que ese patrimonio es capaz de proporcionar un rendimiento anual del 5% –305.000 millones de dólares–, el cual juzga que podría gravarse a un tipo cercano al 41%. Con esto, llegamos a una cifra de 125.000 millones de dólares perdidos en recaudación: cifra a la que Zucman añade otros 65.000 millones por menor recaudación en concepto de impuestos de sucesiones y patrimonio. En total, pues, 190.000 millones de dólares que podrían alcanzar los 250.000 millones si la riqueza en paraísos fiscales fuera de 10,5 billones de dólares en lugar de 7,6.
Por consiguiente, tanto la Tax Justice Network como Gabriel Zucman estiman que la recaudación fiscal mundial es cada año unos 200.000-250.000 millones de euros inferior de lo que podría ser sin paraísos fiscales. Tomemos tal cifra como buena –pese a las dudas metodológicas que suscita: la rentabilidad actual del capital dista de ser del 5% y las rentas exclusivamente del capital no están sometidas a un gravamen medio del 41%– y preguntémonos: ¿son 200.000-250.000 millones de euros una fortuna como para revolucionar la situación presupuestaria de nuestros Estados? El propio Gabriel Zucman nos lo traduce a una magnitud mucho más comprensible: 200.000 millones de euros es el 1% de los ingresos tributarios de todos los Estados del planeta. Sí, el 1%. No el 10, no el 20, no el 30, sino el 1%.
No pensemos, además, que tal cifra se halla muy heterogéneamente distribuida (es decir, que casi toda ella se concentre en EEUU y la Eurozona). Para el conjunto de Europa, Zucman estima una pérdida de recaudación de 78.000 millones de dólares: y dado que España representa alrededor del 6,6% del PIB de toda Europa, estaremos hablando de una pérdida de ingresos cercana a los 5.200 millones de dólares, esto es, unos 4.700 millones de euros… el 1,1% de los ingresos fiscales de España.
Así pues, la recaudación que pierde nuestro país por la existencia de paraísos fiscales se ubica en el 1,1% de todos los ingresos del Estado: poco más de 4.500 millones de euros anuales: el equivalente a media paga extra de los empleados públicos. Entenderán ustedes, pues, que la desastrosa situación presupuestaria de España y de muchos Estados europeos no se debe a la existencia de paraísos fiscales: el manirroto Cristóbal Montoro cerró 2015 con un déficit público de más de 50.000 millones de euros; en 2009, la manirrota Elena Salgado cerró el año con un déficit superior a los 110.000 millones de euros. ¿En qué habrían contribuido 4.500 millones a tapar ese agujero? En prácticamente nada: los recortes y las subidas de impuestos se habrían producido en igual medida.
O acaso cabe pensar que se habrían producido en mucha mayor medida: lo que verdaderamente molesta de la existencia de los paraísos fiscales no es lo que los Estados pierden de manera directa, sino lo que dejan de ingresar de manera indirecta, esto es, toda aquella recaudación que se les escapa por ser incapaces de subir mucho más los impuestos ante la presión competitiva que ejercen los paraísos fiscales (cuanto más suban los tributos, más capital se refugiará en otras jurisdicciones y mayor recaudación perderán los Estados). Sin paraísos fiscales, tenga por seguro que el impuesto de sociedades, el impuesto sobre la renta, el impuesto de sucesiones o el impuesto sobre el patrimonio serían mucho más altos en todo el mundo de lo que actualmente son: puede, por tanto, que los ricos pagaran más, pero a buen seguro usted también pagaría muchísimo más.
En contra de lo que suele decirse, los paraísos fiscales no nos fuerzan a pagar muchos más impuestos a los ciudadanos que no nos refugiamos en ellos: al contrario, los paraísos fiscales limitan que los Estados den rienda suelta a su voracidad tributaria y que nos obliguen a todos a pagar mucho más de lo que ya estamos pagando para que ellos puedan gastar mucho más de lo que ya están gastando. Lo que escuece no son los 4.500 millones de euros que –inflando las estimaciones– España deja de ingresar por la evasión a paraísos fiscales, sino los muchos más miles de millones de euros que no pueden parasitarnos por el contrapeso que representan jurisdicciones con una fiscalidad mucho menos confiscatoria.