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Dani Mateo, hispanófobo

Publicado en Libertad Digital

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No deberíamos prohibir unas ofensas y permitir otras.

Hace unos meses al exalcalde de Londres Boris Johnson escribió que le parecía «absolutamente ridículo que las personas elijan andar como buzones», en referencia a las mujeres que llevan burka, pero que debían poder hacer el ridículo sin problemas legales. Naturalmente, se desató el infierno. Rowan Atkison, el inolvidable Mr. Bean, firme defensor de la libertad de expresión y de relajar las leyes que penalizan ofender, defendió a Johnson al afirmar que el único baremo que habría que usar con el humor es si el chiste es bueno, y ese lo era. Dudo que pensara lo mismo de Dani Mateo, en general, y de su sketch en el que se sonaba los mocos con la bandera de España en particular. ¿Y qué sucede cuando algo pretendidamente gracioso resulta no serlo? Que lo único que queda es el mensaje, en este caso la ofensa gratuita.

Como cualquiera que tenga una edad mental superior a los doce años sabe, una bandera no es un trapo ni un trozo de tela. Es un símbolo. Y aquello que simboliza puede entrar para muchas personas dentro del territorio de lo sagrado, es decir, de aquello sobre lo que no se puede ni bromear. En el caso de las banderas sucede con la de España, sí, pero también con las de la Segunda República, las arcoiris, la de la hoz y el martillo, ikurriñas, esteladas, etc. En nuestro país tradicionalmente ha salido siempre gratis odiar a España, pero no burlarse de la izquierda o los nacionalistas. Lo progre, lo moderno, es ser hispanófobo. De modo que Dani Mateo, de todos los símbolos del mundo, escogió naturalmente la bandera de España; ¿qué más da que alguien se ofenda? Seguro que son de derechas, putos fachas, gente deplorable cuyas ideas y sentimientos no le importan a nadie realmente decente como él. Como además es un cobarde, cuando ha visto que esta vez –cosa rara– su broma sin gracia podía acarrear consecuencias, ha escurrido el bulto diciendo que no pretendía ofender sino denunciar el peligro de que las banderas acaben siendo más importantes que las personas. Claro. Ha sido por eso. De ahí que siendo un cómico progre en un programa progre de una cadena progre con audiencia progre eligiera la bandera española. No la estelada, o la republicana. Porque no hay nada que denuncie más el peligro de los excesos del sectarismo que escoger para burlarte justo la bandera que ni tú ni nadie en tu entorno considera sagrada.

Nunca he estado muy a favor de considerar delito la ofensa. No es que no lo entienda. Duele mucho cuando alguien pisotea tu terreno sagrado. Lo sabían los indios en las películas de vaqueros que veíamos de niños, aunque yo entonces no entendiera que quisieran matar a un señor por pasar por el sitio equivocado. Pero más duele que una mujer te dé calabazas y no vamos a meterla en la cárcel por eso. No me parece tan extravagante que se quiera civilizar un poco el discurso público. Pero unos meses de cárcel que en realidad se traducen casi siempre en multa no parecen un freno más efectivo que la condena social, amplificada hoy día por las redes sociales. Se supone también que propagar el odio de palabra debería ser ilegal porque si no se multiplica y es más probable que alguien pase a la acción violenta. Sería estúpido negar que las ideas tienen consecuencias, aunque sólo fuera porque estoy escribiendo y usted leyendo un texto que intenta promocionar unas ideas determinadas. También que es más fácil decir cualquier barbaridad que argumentar razonadamente en contra. Pero precisamente porque las ideas son importantes, los límites a su expresión deberían ser lo más reducidos posible, y las sociedades occidentales llevamos unos años caminando en sentido contrario. Desgraciadamente, tenemos el empeño de equiparar moral y ley, de prohibir el Mal y obligar al Bien. Es un camino que lleva al horror del totalitarismo, donde todo lo que se hace y dice es político y le importa al Estado.

No, no deberíamos santificar en las leyes el supuesto derecho a no ser ofendido. Pero en caso de que lo hagamos, no deberíamos prohibir unas ofensas y permitir otras. Sonarse con la bandera de España debería estar tan fuera del discurso admitido como cantar el cara al sol. Cuando la progresía que domina los medios y las artes entienda por fin que a esto podemos jugar todos antes podremos tener una discusión racional sobre dónde deben estar los límites a la libertad de expresión.

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