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De Prada, seguidor de Lenin

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Para quien tiene un martillo en la mano todo le parecen clavos, de modo que quien guarda un pequeño Torquemada en su corazón verá del primero al último de sus días ocasiones perfectas para darle un aldabonazo a la libertad, a la espera de que alguno de ellos sea el último y definitivo. La penúltima es la condena a Federico por sus críticas a José Antonio Zarzalejos, a quien dedica una elocuente carta.

Hasta quienes aborrecen abierta y sinceramente la libertad, como es el caso de De Prada, necesitan una idea para llevarla (otra vez) a la hoguera. Ya puestos, ¿por qué conformarse con una autoridad en la materia inferior a Lenin? Con él se encontró nuestro Fernando de los Ríos en su viaje a la Rusia soviética para preguntarle cuándo se iba a establecer allí la libertad. "Libertad, ¿para qué?", fue la respuesta del ideólogo de nuestro escritor. Pues esa es la clave. La libertad está bien, sí, pero en función de quién la tenga y para qué la utilice. De Prada: "La libertad, en sí misma, no es más que un movimiento; hace falta determinar la dirección de ese movimiento para establecer si tal libertad merece ser protegida jurídicamente."

Está todo clarísimo. Sólo que a uno le asaltan las dudas. ¿Quién establece si la dirección con que uno hace uso de la libertad es correcta o no? ¿Torquemaditas ilustres como Juan Manuel de Prada, o nos valen los que ya tenemos instalados en el Gobierno? Y ¿cuáles son los límites para cercenar la libertad? Puestos a repartir permisos de lo que se puede y no se puede permitir (siempre en nombre de la "verdadera libertad" de la que habla De Prada), tampoco hay razones para ser generoso si, como el escritor, se tiene la Verdad y la Moral siempre de su lado.

Es más, si no cabe más libertad que la que se permita para ciertos comportamientos pero no para otros es que, en verdad, no hay libertad. La libertad protege lo bello y lo feo, lo moral y lo inmoral, y tiene que ser así, porque por un lado nos permite aprender con la experiencia y por otro no cae en el error de imponer soluciones únicas… y siempre negativas.

De Prada se siente cómodo en su papel de censor frustrado. Por lo que se refiere a los demás, a quienes estamos a la espera de que el moralista nos conceda su cédula, sólo nos queda repetirnos sus palabras: "La verdadera libertad es un estado de obediencia". Amén.

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