Sólo por eso mereció el odio africano de la izquierda patria. Pero ese sentimiento se multiplicó el día que le entrevistó José María Íñigo. Él, que sabía lo que de verdad era una dictadura, consideraba la de Paco Franco poco menos que un juguete roto al lado de la maquinaria, engrasada con sangre, del socialismo en Rusia.
¿Una dictadura? ¡Pero si aquí se podía comprar una fotocopiadora! Es indudable que la de Franco fue una dictadura con todas las de la ley, pero por más que se quiera sustituir su historia por una caricatura, no es en absoluto comparable con el nacional socialismo o con el socialismo así, a secas, que pretendían el control absoluto de la sociedad, la implantación de un hombre y una sociedad nuevos, los ideales que muchos pronuncian una y otra vez como exaltación de la virtud y la justicia y no de la barbarie y la destrucción. La igualdad real es el mejor nombre que ha encontrado el crimen.
El día que pueda llegar el juicio de la Historia sobre Franco, caerán sobre él muchos juicios severos; especialmente sus concesiones a la venganza y al exterminio en sus primeros años y, también entonces, su política económica que fue padre y madre del hambre de postguerra. Pero no fue un régimen totalitario… porque no pretendió controlar (del todo) la economía. La sociedad se basa en relaciones que habitualmente se llaman económicas, y el control de la economía es la que permite la de la sociedad. Esta fue la principal diferencia entre los regímenes totalitarios, como el que denunció Solzhenitsyn y aquellos en los que, como en España, se podía hacer una fotocopia simplemente entregando el símbolo de la libertad, que es el dinero.