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Descolonización, estados fallidos y el Sahara

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… y las tensiones entre ellos marcaron las siguientes décadas. Todos los procesos internacionales relevantes, todos los conflictos entre países o entre organizaciones estaban polarizados o eras susceptibles de ello si las grandes superpotencias así lo deseaban. Cualquier régimen podía conseguir la legitimación universal si era apoyado por alguno de los dos bloques: el comunista como herramienta para llevar la revolución y el socialismo al resto del mundo, el occidental si consideraba que éste le hacía fuerte para luchar contra su rival. Ambos bandos legitimaron así dictaduras y democracias, aunque para la Unión Soviética y los comunistas en general, las segundas eran simplemente un paso previo para el Estado socialista.

Pero la Segunda Guerra Mundial no sólo trajo la Guerra Fría. El esfuerzo de guerra había dejado agotados a dos de los imperios que hasta 1945 habían dominado el mundo, el británico y en menor medida, el francés. Ambas potencias administraban, gestionaban y dominaban políticamente una parte muy importante de los continentes asiático y africano y otro tanto se podía decir de otros países europeos como Portugal, Bélgica u Holanda. Sin embargo, ese dominio había recibido el golpe definitivo, los esfuerzos económicos que supuso la guerra habían generado fuertes déficits que hacían imposible que siguiera mucho más.

No menos importante era el cansancio de casi todas estas sociedades que, después de seis años de guerra, no estaban muy dispuestos a aguantar más conflictos y muertos. A ello hubo que unir el auge del internacionalismo marxista y religioso, en especial el islámico, el resurgir de los nacionalismos y el carácter anticolonialista de las sucesivas administraciones estadounidenses con la de Roosevelt a la cabeza. Todo ello propició del declive del dominio de Europa sobre el mundo y la denuncia del colonialismo que hasta ese momento había sido un sistema asumido por dominantes y dominados sin demasiados problemas ni conflictos más allá de los locales y algunos entre potencias coloniales.

Y así, como después de las Guerras Napoleónicas se inició la emancipación de América del dominio español, Asia y África se deshicieron del dominio europeo en un entorno marcado por la polarización de la Guerra Fría, ideas políticas y filosóficas novedosas y otras que lo eran menos. La independencia de La India, la guerra de Corea, la de Vietnam, los procesos de descolonización de las naciones africanas, el nacimiento de Israel, los conflictos de las naciones musulmanas con éste, deben enmarcarse en este escenario.

El resultado de la descolonización, sin entrar ni en las causas y los efectos ni en la complejidad del mismo, fue diverso. De él nacieron estados que hoy son prósperas democracias como por ejemplo Canadá, Australia o Nueva Zelanda. Otros son estados más o menos estables, muchos de ellos con regímenes autoritarios como la mayoría de los que forman parte del mundo musulmán y alguno con un paulatino asentamiento de procesos democráticos como La India. Pero no pocas sociedades que nacen del post colonialismo se pueden considerar estados fallidos, es decir, estados que se encuentran en conflicto permanente entre facciones dentro del propio territorio o con los estados fronterizos, en los que no se han desarrollado instituciones sociales que hayan permitido la estabilización de la sociedad y donde la corrupción y la violencia forman parte de la misma, sin que los individuos luchen por erradicarlas, sino más bien ignorarlas o dirigirlas a favor de su propia facción o grupo.

El Sahara es uno de estos estados fallidos. Su proceso de descolonización fue tardío y en unas circunstancias muy diferentes de las que se dieron en los países subsaharianos o de las de su entorno atlántico-mediterráneo más cercano. España, como potencia colonial debería haberse hecho cargo de supervisar el proceso, pero la muerte de Francisco Franco y el inicio de la transición de la dictadura a la democracia la hacía un supervisor poco preparado y dispuesto. A pesar de ello, el Sahara fue uno de los temas que usó la entonces oposición política (socialista y comunista principalmente) contra los ejecutivos de centro que gobernaron España durante los primeros años de democracia, apoyando la creación de la República Árabe Saharaui Democrática. No es extraño que muchos piensen que el actual gobierno socialista de España haya traicionado a sus aliados.

Marruecos presionó al gobierno español a través de la Marcha Verde que lideró el propio Hassan II y observó en el Sáhara un territorio con gran cantidad de recursos naturales que podía poner bajo su soberanía. España terminaría cediendo el control administrativo, pero no la soberanía, de su colonia a este país y a Mauritania tras los Acuerdos de Madrid. El imperialismo no sólo es propio de los estados europeos. Los marroquíes tenían de su lado a dos grandes socios. Por una parte, a Francia: su ex potencia colonial era (y es) su gran aliada aunque sólo fuera porque Argelia, la otra ex colonia francesa, estuviese bajo la órbita soviética. El otro socio fue (y es) Estados Unidos que también veía al aliado marroquí como una manera de hacer frente a la creciente influencia de los rusos en el norte de África (Argelia y Libia).

La Guerra Fría polarizaba las partes del conflicto: Estados Unidos y Francia apoyaban a Marruecos, mientras que Argelia (enemiga local de Marruecos) y la Unión Soviética apoyaban al Frente Polisario. Este se enfrentó exitosamente a Mauritania que terminó por renunciar a la parte que le correspondía, pero no ha Marruecos que ocupa el territorio de facto. España, mientras tanto, rehuyó hacer frente a sus compromisos internacionales, actuación lógica dada la delicada situación de ese momento.

El resultado es un conflicto enquistado en el que se mezclan diferentes intereses. Occidente en general y Francia, España y Estados Unidos en particular, no están interesados en que estalle un conflicto armado en la zona pues crearía un foco de tensión demasiado cerca de Europa y que podría extenderse a otras partes del territorio africano con el integrismo islámico como modelo para algunas de las facciones implicadas. La ONU sigue con su política de mantener los conflictos en una situación de “baja” violencia a través de una aparente neutralidad, en vez de solucionarlos.

Marruecos se siente fuerte en la zona, bien por el apoyo de sus aliados, bien por la pasividad de España. Esto le hace incrementar el uso de la fuerza y el control de la información a través de la censura de los medios de comunicación propios y los de otros países. Además, durante estas tres décadas largas se ha encargado de “colonizar” el Sahara con marroquíes que puedan hacer de contrapeso en caso de que se vaya a una solución que pase por algún tipo de referéndum.

El Frente Polisario, ya sin el apoyo soviético, pero con las formas que había aprendido de este totalitarismo, y con Argelia aparentemente ajena al conflicto, ha anunciado una respuesta armada como única salida a la situación. Todo ello nos llevaría o a una guerra, para la que ya no dispone de los medios necesarios ni el apoyo internacional preciso, o a un incremento de la violencia terrorista que podría afectar a los intereses de las partes implicadas, pero que también podría restarle el escaso apoyo que posee en Occidente si se perjudicaran los intereses de éstos o se produjera un incremento de la presencia de Al Qaeda en la zona, algo que no sólo no es descartable sino bastante plausible.

La solución a corto o medio plazo no es fácil pues no hay una parte que tenga “el poder” y que pueda hoy por hoy, acabar con la otra de manera rápida y poco cruenta. La internacionalización de los conflictos y cierta moral “pacifista” que dominan actualmente simplemente lo impiden. No estoy haciendo un juicio moral ni estoy tomando partido por el bando más fuerte o el más débil, soy simplemente descriptivo.

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