El hecho de que los políticamente correctos hayan pasado de la desigualdad a las desigualdades revela su desconcierto.
Los que predican sobre la urgencia de “luchar contra las desigualdades” nunca las definen con un mínimo de rigor. Un destacado historiador económico, Leandro Prados de la Escosura, catedrático de la Universidad Carlos III de Madrid, aborda el problema en un trabajo que invita a la reflexión y la cautela a la hora de prorrumpir en diagnósticos alarmistas (“Well-being Inequality in the Long Run”, Centre for Economic Policy Research, 2018).
El hecho mismo de que los políticamente correctos hayan pasado de la desigualdad a las desigualdades revela su desconcierto, porque en realidad sólo tienen dos cosas claras: quieren subir los impuestos y no les importa en absoluto que el Estado sea cada vez más desigual con respecto a sus súbditos.
Sabido es que la desigualdad económica tiene varias acepciones, empezando por la más obvia: no es lo mismo la renta que el patrimonio. Pero además tiene dimensiones sociales, según la midamos, por ejemplo, por indicadores de salud o educación. Estos indicadores avalan la tesis de que la desigualdad social bajó después de la Primera Guerra Mundial, mientras que la desigualdad de rentas aumentó hasta finales del pasado siglo, y ha venido reduciéndose desde entonces.
Según el profesor Prados, la desigualdad en el bienestar ha tendido a caer: “La globalización de la educación primaria masiva y las transiciones sanitarias parecen ser las principales impulsoras de esta tendencia igualitaria”. Ha habido además cambios sanitarios que no suelen ser subrayados: “Durante buena parte del siglo XX, con la transición epidemiológica extendida por el mundo, la esperanza de vida subió y su dispersión bajó”. Pero en el siglo actual se registra una segunda transición sanitaria, debida a las campañas contra las enfermedades respiratorias y cardiovasculares, “lo que extendió la esperanza de vida de la población de más edad en el mundo desarrollado, y provocó un incremento en la desigualdad sanitaria”.
Todo esto contrasta con la desigualdad más utilizada, que es la medida por las diferencias entre las rentas per cápita: “Mientras que la desigualdad de renta ponderada por la población aumentó hasta el tercer cuarto del siglo XX, la desigualdad en las dimensiones sociales disminuyó desde la Primera Guerra Mundial. Asimismo, el contraste entre la desigualdad en términos de renta y de desarrollo humano es notable, y desafía la noción de que la renta per cápita constituye un buen predictor de las tendencias en el bienestar”.