Ni Rajoy ni ningún otro político va a devolver jamás un céntimo a no ser, claro, que la devolución sea en especie y debidamente reconducida grupos que pueden servir como palanca para aminorar la sangría de votos
Anda el Partido Popular revuelto con la cercanía de las elecciones. No es que se vean desprovistos de su cómoda mayoría absoluta, es que se ven fuera de la Moncloa. Y ahí hace mucho frío, tanto como para congelar sus esperanzas de volver a mandar en algún momento antes de diez o doce años. De palmar en las urnas, el PP –o lo que quedase de él– tendría que enfrentar una resaca de una envergadura desconocida, cabe incluso la posibilidad de que se lo terminase llevando por delante. La receta rajoyana de vender la recuperación económica y haber evitado el rescate no coló en las municipales, luego es predecible que tampoco lo haga en las generales.
La recuperación es cierta, ha llegado tarde y no gracias, sino a pesar del Gobierno como bien gusta de recordarnos Carlos Rodríguez Braun a diario en su cuenta de Twitter. El artífice de la recuperación económica ha sido el sector privado, que se ha ajustado como un campeón y, después de un sacrificio indecible, hoy luce renovado y es muy competitivo. También han contribuido shocks externos como la bajada en el precio del crudo, que está a la mitad de precio que hace un año, o la buena marcha de mercados como el alemán o el británico, que compran muchos productos españoles y envían varios millones de turistas a nuestras costas cada año.
El Gobierno, por su parte, puso su granito de arena en forma de reforma laboral y en poner punto y final al suplicio de las cajas de ahorro. En el primero de los casos la reforma fue cobardona y floja, marca Soraya, por eso sus efectos han tardado tanto en notarse, tres años, que ahí es nada. La conclusión del sistema cajero –y bankero– se saldó con un palo al contribuyente, lo cual era previsible, porque los políticos no conocen otro modo de solucionar un problema que tirando de dinero ajeno. Ahora bien, muerto el perro, muerta la rabia. Solo nos queda esperar que el país quede vacunado durante un siglo con el tema de la funesta banca pública.
Pero la recuperación no ha sido la tierra soñada que nos habían vendido, no estamos en el Jauja burbujero al que muchos querían volver. Económicamente el país está más saneado, pero no se ata a los perros con longaniza, la banca no regala el dinero y no se baten récords de venta de automóviles cada mes. Los sueldos, además, son más bajos que en 2010 y no se termina de encontrar arreglo para el pavoroso desempleo juvenil, que en algunas regiones como Andalucía supera holgadamente el 40%. Los únicos que han salido bien librados parecen ser los funcionarios. Ganan lo mismo que antes de la crisis y un 50% más que los trabajadores del sector privado. No podía ser menos con un Gobierno de abogados del Estado, economistas del Estado y técnicos comerciales del Estado presidido por un registrador de la propiedad, hijo y nieto de funcionarios, cuyo más remarcable mérito en la vida es haber sacado una oposición cuando era jovencito.
Sorprende que con lo mucho que hemos tenido que padecer en este lustro ominoso nos vengan ahora con lo de “devolver el dinero a la gente”. Podrían directamente no habérselo quitado antes, pero ahí no entro porque la principal es mentira. Ni Rajoy ni ningún otro político va a devolver jamás un céntimo a no ser, claro, que la devolución sea en especie y debidamente reconducida a ciertos grupos que pueden servir como palanca para aminorar la sangría de votos que les espera. El ojito derecho del Gobierno son, de nuevo, los funcionarios. Tiene lógica, ellos también lo son. Confraternizan con sus penalidades. Saben lo importante que puede llegar a ser un Moscoso o una paga extra liquidada en tiempo y forma. En España hay cerca de tres millones de empleados públicos entre perpetuos y temporales. Digo perpetuos porque en el sector público el contrato ad eternum es una realidad contante y sonante. Si de estos tres millones consiguen cooptar mediante dádivas a la mitad de ellos estaríamos hablando de un buen puñado de escaños. La otra mitad se la rifan entre Podemos y el PSOE, eximios defensores de “lo público” en la calle.
Pero Rajoy necesita más. Necesita, así, para abrir boca, que una parte de los que le elevaron en 2011 confíen de nuevo en él. No es un grupo organizado, es esa España laboriosa y poco amiga de meterse en líos que está hasta las narices de tanto chalaneo, tanta trola y tanta prepotencia montoril. Ahí lo tiene más difícil aunque no del todo imposible. Los fanatismos y torpezas múltiples de los podemitas y del mendrugo de Artur Mas le están haciendo parte del trabajo, el resto lo tiene que hacer él. Le queda poco tiempo, apenas nada, cualquier cosa puede suceder tras las vacaciones que vuelva del revés las encuestas. Después de cuatro años se lo va a jugar todo en cuatro meses. De alguien como Mariano Rajoy no se podía esperar otra cosa.