No cuenta con una posición privilegiada para el comercio, ni contaba con una historia económica ni de otro tipo que le enseñase qué camino seguir, ni tenía (ni tiene) unos recursos abundantes o ricos. ¿Qué le ha convertido en uno de los pueblos más ricos de España? El comercio internacional. Es la globalización lo que le ha permitido colocar sus productos, extraídos en un “mar de plástico”, como se dice de forma despectiva, en los mejores mercados. El Ejido es un punto de comunicación con todos los mercados gracias al comercio internacional y, por esa vía, con la prosperidad.
Es así de sencillo. El intercambio incrementa la riqueza porque el simple hecho de darte algo que valoras más de lo que tú me entregas te hace más rico, como me lo hace a mí, que valoro lo que me das más que lo que te doy a cambio. Pero los beneficios van más allá, porque el comercio amplía el mercado y por tanto las posibilidades de participar en una división del trabajo más profunda y compleja y por tanto con más capacidad de generar riqueza. El comercio acerca los productos propios a los consumidores que más los valoran y nos traen a los consumidores bienes que de otro modo no compraríamos o tendríamos que adquirirlo de peor calidad o a un precio más alto. El comercio, además, nos abre al mundo, a otras formas de vivir. Y disciplina las empresas locales, que tienen que competir con las que vienen de fuera para seguir ganándose nuestro favor.
Este lunes comienza el último intento por sacar adelante la Ronda Doha. O ahora o nunca, porque Obama es un enemigo declarado del comercio internacional, es decir, de los pobres del mundo. Será por eso que cuenta con tantos apoyos. Si no se convierte en el último éxito de George Bush (y sería el mejor), Doha quedará para los libros de historia. Cuando llegan las crisis arrecian los mensajes proteccionistas, como se está comprobando en esta ocasión. Pero abrir los mercados ahora sería una buena noticia; mucho mejor si consideramos la ristra de malas noticias que le preceden y que le seguirán.
Europa tendría que rebajar sus aranceles a los productos agrícolas de los países pobres, pero Sarkozy, ese histrión trotamundos, ese tahúr insoportable, ha dicho que prefiere mantener artificialmente el nivel de vida de 100.000 agricultores europeos al de los millones de pobres del mundo que apenas tienen algo más que lo que arrancan a la tierra, sin apenas capital, para salir adelante. Valiente Sarkozy. Y Estados Unidos tendría que diezmar sus sustanciosas ayudas a los ricos agricultores locales, pero no parece posible. Y los gobiernos de los países en desarrollo tendrían que permitir a sus ciudadanos comprar nuestros productos sin encarecerlos artificialmente. Pero ya han dicho que verdes las han segado.
No pintan bien las cosas para la Ronda Doha. Pero aferrémonos a la fe en los milagros.