Leo en un diario local, sin ningún tipo de sorpresa, que el «Drago», una moneda de ámbito local y virtual creada hace unos meses en La Palma con el ilusorio fin de dinamizar la economía y reactivar el comercio, ha fracasado.
El dinero es un bien económico más, con la diferencia de que cumple tres funciones: medio de intercambio, depósito de valor y unidad de cuenta.
Por ello, a lo largo de la historia, los bienes económicos que se han convertido en moneda, es decir, que la sociedad, a través del mercado, ha aceptado como moneda y ningún gobierno ha impuesto, han cumplido las siguientes características: poseer un valor económico antes de convertirse en moneda, ser homogéneos y fácilmente divisibles en partes iguales, no estropearse con el paso del tiempo para permitir el atesoramiento, ser transportables, difícilmente falsificables y tener una escasez relativa controlada, para evitar lo que hacen hoy los gobiernos: inundar el mercado de billetes y de esta forma empobrecer a los ciudadanos.
Por todo ello, el oro y la plata han sido los bienes económicos que se han convertido en dinero por excelencia. El primero incluso llegó a ser el patrón o contravalor principal hasta que los gobiernos decidieron eliminarlo para poder controlar mejor a la sociedad manejando su moneda a su antojo.
Bitcoin, un sistema informático monetario y de pagos abierto, descentralizado y protegido por técnicas de criptografía, está al comienzo de un largo proceso para convertirse en dinero.
Las razones de su incipiente éxito son que cualquiera puede entrar en el sistema, ver cómo funciona, comprobar que no es una estafa, que es infalsificable y que no existe ningún emisor central de dinero, pues las unidades monetarias se crean a velocidad decreciente por cualquier individuo mediante complejísimos algoritmos matemáticos, hasta alcanzar 21 millones de unidades que, a su vez, son divisibles en 100 millones.
¿Por qué el «Drago» no ha sido aceptado por la sociedad palmera; el oro y la plata sí lo fueron en el pasado; y los «bitcoins» están empezando a serlo? Es sencillo, el «Drago» no cumple algunas de las características que son fundamentales para convertirse en dinero y que el oro, la plata y los bitcoins sí tienen.
Los dragos son fácilmente falsificables por cualquier «hacker» informático y no tienen escasez relativa, pues aparentemente su creador puede ir multiplicando la moneda sin ningún tipo de límites, al contrario de lo que ocurre con el oro, la plata y los bitcoins. Además, es un sistema centralizado y cerrado que hace que la sociedad desconfíe del mismo.
Por último, curioso a la vez que sospechoso, es que para crear dos dragos hubiera que pagar un euro con la justificación de gastos y mantenimiento del sistema.
Con semejantes circunstancias y características, la noticia no es que el «Drago» haya fracasado, sino que haya habido algunos que hayan pagado por recibir apuntes informáticos sin ningún tipo de valor, infinitamente multiplicables y falsificables.