Un dirigente de Podemos, en un debate en la Complutense, desdeñó el liberalismo como «ideología». Reprodujo la vieja patraña marxista según la cual las ideas de los comunistas son ideas, teorías o incluso, pásmese usted, ciencia, pero las ideas de los demás son ideología, que es una combinación de error y de intereses espurios e inconfesables. Se comprende que las dictaduras socialistas hayan reprimido a tantas personas sólo por su forma de pensar.
Lo recordé al leer una declaración de doña Laura D’Andrea Tyson, expresidenta del Consejo de Asesores Económicos del Presidente de EEUU y profesora en la Universidad de California en Berkeley, que rechazó la antinomia entre Estado y mercado por ser una «cuestión ideológica» que pone el énfasis en la oposición entre política y libertad, y añadió:
La pregunta equivocada es: ¿cuán grande debe ser el Estado? La pregunta correcta es: ¿[hay que] desarrollar programas públicos eficientes para ofrecer bienes y servicios públicos que ni el sector sin ánimo de lucro ni el mercado pueden suministrar?
Se podría argumentar que la teoría de los fallos del mercado, sustento de semejante fantasía, es insatisfactoria, como se han ocupado de destacar Ronald Coase y otros, que refutaron el supuesto aval científico de quienes aseguran saber lo que el mercado puede hacer o no.
Sin embargo, lo más escalofriante es que para doña Laura Tyson, y para tantos intoxicados por la fatal arrogancia neoclásica, el tamaño del Estado no importa, es decir, la libertad de los ciudadanos no importa, y podrá ser quebrantada sin un límite preciso, porque en realidad es sólo un problema técnico. Así, se juntarán los expertos más avezados, como por ejemplo ella misma, que no por nada es doctora en Economía por el MIT, nada menos, y determinarán en qué grado vamos ser libres.
Para que no queden dudas, añadió que el Estado debe convertirse en «inversor de capital riesgo» y, sobre todo, dedicarse a la propaganda, dado que, asombrosamente, hay muchas personas que están hasta las narices de la opresión fiscal, económica, política y legislativa que padecen a manos de los gobernantes. Esto es algo peligroso, advierte alarmadísima la doctora Tyson, que hay que remediar mediante las convenientes campañas de propaganda que ayuden a «restablecer la confianza del público en el propio Estado».