Chocan dos concepciones básicas. Una liberal, que espera que surjan ciudadanos formados e independientes, con un criterio propio y capaces de labrarse una carrera con aportaciones valiosas para la sociedad. La otra es mucho más ambiciosa. No se contenta con que los ciudadanos realicen sus propios planes, ni lo busca. Lo que pretende es transformar la sociedad; echar nuestra forma de vida al basurero de la historia y erigir sobre nuevas bases una construcción nueva y maravillosa que colmará los sueños de justicia infinita de algún iluminado.
Pero para ello es necesario cambiar a las personas, lograr un hombre nuevo que se amolde a la sociedad del futuro y libre de las cadenas que le atan a lo viejo. Por eso la instrucción, es decir, aprender los saberes que hemos heredado y codificado en un conjunto de asignaturas, que era el objetivo tradicional de la educación, es ahora un obstáculo. Y por eso la degradación de la educación, el hecho de que los púberes de hoy sepan menos que lo que sabían sus padres y sus abuelos es un resultado natural, perfectamente explicable por el hecho de que el objetivo no es empaparse de los conocimientos de nuestra civilización, sino olvidarlos para crear otra, nueva y distinta. El vacío se llena con valores que no son el resultado de la precipitación de nuestra experiencia, sino ideologemas con los que se quiere programar al hombre nuevo progresista.
El instrumento adecuado para todo ello son los colegios públicos. Los privados, concertados o no, otorgan a los padres una mayor autonomía, un mayor control sobre la educación de sus hijos. Pero hay unos cuantos españoles para los que esa libertad es insuficiente. Sigue siendo una educación reglada y muy restrictiva sobre lo que se puede o no se puede enseñar en las escuelas. Y por eso, prefieren educar en casa. Son un millar o dos de familias; es difícil saberlo. No llevan a sus hijos al colegio y se han lanzado a la aventura de enseñarles, ellos, todo lo que deban saber. No es ya que les transmitan su forma de ver la vida, sino que les instruyen.
En España viven en la alegalidad, y da miedo proponer que se les reconozca su pleno derecho a elegir cómo quieren educar a sus hijos, no sea que acaben con más dificultades que las que ya tienen. Se da la paradoja de que a muchos se les acusa de abandono familiar por tener a los hijos… ¡en casa! En pocos casos como éste, de la libertad de unos pocos depende la libertad de todos, ya que lo que está en juego es nuestro derecho a elegir sin restricciones la educación que queremos para nuestros hijos.