Los elementos de juicio que se aducen para justificar la necesidad de esta reforma, curiosamente, no tienen en cuenta lo más importante, en realidad lo único trascendente, que obviamente es el bebé no nacido, cuyo derecho a la vida se soslaya a favor del de la madre a acabar con él.
Hay quien se escandaliza de que un feto de 31 semanas pueda ser asesinado, descuartizado y tirado al cubo de la basura, todo dentro de la más estricta legalidad. Sin embargo, ¿qué diferencia existe entre un ser humano no nacido con treinta semanas de gestación y otro de veinte, o de quince o de cinco? Ninguna, salvo las características de su desarrollo físico. Pero lo esencial en este caso no es la apariencia física del bebé, sino su condición humana, y eso es algo que todos adquirimos desde el momento de la concepción. El cigoto unicelular, desde el mismo instante de la concepción, es ya un organismo único de la especie homo sapiens, con sus 46 cromosomas que definirán sus características personales a lo largo de su vida. En el momento de la concepción estamos ante una nueva y genéticamente única vida humana individual.
No hay ningún momento entre la concepción y la muerte a la vejez en que la ciencia pueda discriminar la esencia humana del individuo: "A partir de aquí se es un ser humano, de aquí hacia atrás no". Imposible. Si se es un ser humano se es desde el principio.
Por tanto, aunque las leyes dicten la licitud de asesinar a un ser humano no nacido, en el plano ético estamos ante la privación del derecho a la vida de un individuo. Un ser humano que además no puede valerse por sí mismo, sobre cuyo derecho a la vida el Estado se arroga la capacidad de decisión. El principal argumento de los partidarios del aborto es que se trata de un ser vivo que depende del soporte vital de la madre para su existencia y que, por tanto, la madre puede decidir si quiere seguir manteniéndolo con vida o "desconectarlo". Sin embargo, cuando nace, el bebé sigue necesitando los cuidados de la madre para sobrevivir. ¿Están los proabortistas dispuestos a admitir que una madre resuelva dejar de darle a su recién nacido los cuidados necesarios para su supervivencia en aras de ese "derecho a decidir"? Si no lo están cuando el niño tiene dos días de vida, la argumentación para justificar el aborto pierde toda consistencia.
Desde un punto de vista estrictamente liberal, el derecho a la vida del bebé no nacido prevalece sobre cualquier otro supuesto derecho de los demás a suprimirlo. A esto último se le llama asesinato. Por más que las leyes eviten sancionar a quien lo cometa, cualquier persona moralmente sana debería reprobar esta práctica y exigir su ilegalización. No estaría de más que el partido que representa las ideas liberales en España tomara nota de esta cuestión tan elemental y actuara en consecuencia. Y es que, especialmente en este asunto, sobran reflexiones y faltan…