Si hay una industria floreciente, esta es la de las teorías de la conspiración. La pretensión de descubrir insondables maquinaciones detrás de eventos que están a la luz de todos produce en nuestras mentes una satisfacción irracional (asimilable a otras a las que no me referiré) que se explota convenientemente. Es el caso de la película Who Killed the electric car?, ("¿Quién mató al coche eléctrico?"), que conocen desde este lunes los lectores de La Gaceta de los Negocios.
Se trata de un documental que cuenta la peripecia del EV1, un vehículo eléctrico puesto en marcha por General Motors en 1996. Como no hay conspiración sin oscuros muñidores, los malos de esta película los protagonizan al alimón la industria automovilística y las petroleras. Y Dick Cheney, claro, el aderezo de toda buena conspiración. Ellos nos quieren robar un coche limpio, silencioso, ecológico, y todo por proteger sus enormes y contaminantes beneficios. "¡Malditos!", es lo que se supone que debemos mascullar al ver la cinta.
El camino para escapar a estas teorías es lo que los escolásticos llamaban "la recta razón" y que consistiría en atenernos a los hechos y en utilizar nuestra mente para encontrar explicaciones lo más razonables posibles. Para empezar, ¿por qué querría gastarse GM 1.000 millones en un proyecto para luego intentar que fracase? Además, resulta que hay coches eléctricos desde el siglo XIX, y que los intentos de la industria por mover una tonelada de acero y plástico sobre cuatro ruedas impulsada por electricidad se cuentan por decenas. Ninguno ha conquistado a las masas como los de combustión.
Y no lo han conseguido porque no responden a sus necesidades. Les separan de ellas unos cuantos kilómetros, los que le otorgarían la autonomía entre cargas de sus baterías que necesitamos. Andan 70, 100 kilómetros; en condiciones ideales y con conductores expertos (nada que ver con la vida diaria), pueden superar los 200. Y la carga dura varias horas, no los segundos que nos cuesta llenar el depósito. Pueden alcanzar grandes velocidades, pero a cambio de que el viaje nos lleve todavía más cerca. Llegaremos lejos, siempre que no tengamos prisa, la carretera no se empine y nos llevemos como única compañía el buen tiempo.
Esta fue la experiencia de los 800 conductores del EV1. Fueron los malos resultados, pese al entusiasmo inicial, los que mataron la gran iniciativa de General Motors. No necesitamos que alguien nos diga que el asesino es el mayordomo. Nos basta saber que el coche eléctrico depende de una revolución pendiente, la de las baterías. Lo que sí demuestra el caso del EV1 es que las empresas insisten en desarrollar miles de proyectos fracasados, sólo por la promesa de un éxito nos cambiará la vida.