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El Big Bang de Obama

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Eso, y no otra cosa, es su "yes, we can". Un "Podemos" que dispara a todos los cambios que se habían resistido secularmente. Entre otras cosas, por causa de la Constitución y del federalismo. Pero éste está de capa caída, y la Constitución es, en la mente de Obama, un texto con una legitimidad corta y breve. Y en ningún caso un freno a la voluntad de los estadounidenses que le tiene a él como máximo representante.

Obama es un presidente atípico, de eso no cabe duda. Está a la izquierda de su partido, que es la izquierda posible en Estados Unidos y, en condiciones normales, jamás habría llegado a la presidencia de un país que mayoritariamente se confiesa conservador. Pero ha llegado en un momento de crisis a la que ha contribuido en no poca medida su antecesor, George W. Bush. Y las crisis debilitan la resistencia de la sociedad a las embestidas del poder. El jefe de Gabinete de Obama, el radical Ralph Emmanuel, declaró en su momento que "no querrás jamás que una buena crisis se eche a perder. Esto es, lo que quiero decir es que es una oportunidad para hacer cosas que, de otro modo, no podrías hacer".

Obama quiere reformar el mercado financiero, el sanitario, el energético y lo que se le ponga por delante. The Politico, esa última gran creación del periodismo, explica que el Big Bang de Obama se desinfla. El Big Bang es la teoría de que Obama tenía que aprovechar el impulso político de su llegada para atizarle varios trágalas al Congreso de los Estados Unidos, en lugar de negociar en años sucesivos cada uno de los grandes proyectos de su Administración. Esa teoría podría ser más falsa que el flogisto.

Porque Obama es el epítome de la elocuencia vacía. Sus palabras son sugerentes y atractivas, un llamamiento a todo el mundo a hacerlas suyas. Pero no son lo suficientemente precisas como para explicar bien cuáles son sus verdaderos planes. Obama, sencillamente, no ha explicado a sus ciudadanos las razones y las implicaciones de todas sus políticas. Los cambios se aceleran, pero la gente tiene que digerirlas antes de aprobarlas. Y congresistas y senadores lo saben, y temen perder sus puestos si siguen ciegamente al presidente, incluidos varios demócratas.

Quizá la política de los Estados Unidos no sea tan de chicle como pretende Obama.

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