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El “cambio” es el poder a toda costa

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Pello Urizar, de Eusko Alkartasuna, dice con razón que EH Bildu, la última marca electoral de ETA, es una fuerza del cambio.

Los medios de la política han cambiado, y han pasado de la violencia a la religión a la ideología, y de ahí al slogan. Y el propio slogan se ha degradado hasta quedarse en un sintagma, o en una palabra. Según han ido cambiando los consumidores de los medios de comunicación, así se ha ido adaptando el discurso político, hasta convertirse en un hastag.

Su función consiste en transmitir sensaciones, emociones, y cortocircuitar un diálogo más o menos razonado, todo lo razonado que permite una democracia de masas. “Casta” fue el slogan de los años 2014 y 2015, y tras las elecciones de diciembre ha sido substituido por “cambio”.

El “cambio”, en la política española, nos retrotrae necesariamente a la campaña socialista de 1982. Entonces, la palabra tenía mucho más sentido. La democracia estaba recién estrenada por la UCD, una coalición formada por personalidades que venían del régimen anterior. El verdadero cambio ya se había producido: la UCD gestionó la instauración de la democracia. Pero aún quedaba por ver qué pasaría si la izquierda, si los perdedores de la Guerra Civil llegaban al poder.

Aquél cambio duró algo más de 13 años. El nuevo centro derecha en el poder también quería cambiar las cosas, pero su lenguaje era distinto. Hablaba de una nueva mayoría, de reformas, de regeneración. Pero no se ha vuelto a dar tanto valor político a la palabra “cambio” hasta ahora. Es normal; España sufre desde 2008 la mayor crisis económica que haya sufrido desde la Guerra Civil, y es fácil asociar la esperanza a un cambio. El desorden económico desembocó, además, en una crisis política e institucional que, por el momento, se ha llevado por delante al anterior jefe del Estado y al turnismo de Partido Popular y PSOE.

No es ello poco cambio, pero su nombre sigue siendo efectivo, ahora con un significado distinto. Para entenderlo, tenemos que retrotraernos a mayo de 2014. En esas elecciones Podemos entró con el 8 por ciento del voto y 5 de los 54 escaños que le corresponden a nuestro país.

Tenía un discurso rupturista; se postulaban como unos outsiders, preocupados por la falta de democracia y por los recortes, impuestos por la “casta”, un saco en el que entran el PP, el PSOE, los empresarios, Bruselas, tirios y troyanos. Era un discurso, se decía entonces, “trasversal”, ni de izquierdas ni de derechas, sino representante del ciudadano de a pie, de “la gente”, que sufre sin entender, e impotente, los recortes impuestos por la crisis.

Las encuestas les colocaron, en los últimos meses de 2014, por encima del PSOE y del PP. Eran la alternativa a los grandes partidos, y al sistema entero, falsamente democrático (las decisiones se toman en Europa) y devorado por la corrupción. Pero 2015 fue un año muy desfavorable para Podemos, y terminó en unas elecciones, las del 20 de diciembre, les situaron en una posición menor, y con otro partido, Ciudadanos, robándoles la tostada de la alternativa al “bipartidismo”.

Había que pactar con el PSOE, que un minuto antes era la “casta”. Y para eso hay que forjar una nueva estrategia de comunicación. Mientras la casta se va por el desagüe de la estrategia política, se forja su substituto. Ahora PSOE y Podemos entraban en el nuevo saco de “las fuerzas del cambio”, y éste significa no otra cosa que expulsar al PP del gobierno.

Podemos tiene como único norte la toma del poder. Su objetivo es ocuparlo para imprimir cambios desde el mismo que impidan, o al menos dificulten, una alternancia. Necesita la palanca del PSOE, como necesita al PNV, a los restos de la banda de ladrones de Convergencia, a Izquierda Unida (que ya ha engullido), y al Sursum Corda. Pello Urizar, de Eusko Alkartasuna, dice con razón que EH Bildu, la última marca electoral de ETA, es una fuerza del cambio. E Irene Montero puede decir sin temer a equivocarse, que “no se puede incluir a Ciudadanos entre las fuerzas del cambio”.

El “cambio” no es más que un eufemismo de la búsqueda de poder a toda costa. Y si Podemos lo consigue, entonces sí podremos decir que algo habrá cambiado para siempre en la democracia española.

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