En España la huelga de pilotos de Iberia ha puesto los pies en el suelo a más de uno que ya soñaba con un plácido vuelo hacia su destino vacacional. Parece ser que a los pilotos del Sepla no les basta con pilotar y creen tener derecho a dirigir la aerolínea. No les gusta la idea de que Iberia esté montando una compañía de vuelos de bajo coste y han decidido presionar escudándose en nuestra nefasta ley de huelga y tomando como rehenes a los pasajeros que les dan de comer cada mes.
A nivel europeo las cosas no andan mejor. Airbus está pasando por uno de sus peores momentos en los últimos años. Primero fue el anuncio del retraso en la entrega del A380, el buque insignia de la compañía. Las acciones de la empresa cayeron en picado después de que sus directivos lo admitieran públicamente el pasado 3 de junio. Y no es para menos: las demoras y cancelaciones previstas producirán unas pérdidas estimadas en 2.500 millones de euros.
Hasta aquí todo consiste en un serio revés económico. Sin embargo, la noticia de que uno de los dos presidentes de EADS (el consorcio europeo propietario de Airbus), el francés Forgeard, vendió sus derechos sobre acciones de la compañía antes de que la noticia de los retrasos fuera pública ha desatado un verdadero escándalo aerospacial. Es más, tres de sus hijos también vendieron acciones. El problema de fondo es que EADS está fuertemente participada por el estado francés, el cual impone siempre un comisario político. El de este turno era Forgeard, anterior consejero de Jacques Chirac y colaborador cercano de Dominique de Villepin, y ha hecho lo que cabe esperar de un político metido a gestionar empresas de altos vuelos. Al final, los dos presidentes de EADS han dimitido pero Francia volverá a poner un comisario que gestione la compañía como si de un campeón nacional se tratara. Los pequeños accionistas y los usuarios y los clientes son los que sin duda salen perdiendo de estas relaciones político-empresariales pero nos lo tenemos merecido por dejar que los políticos sigan metiendo mano en las empresas.
Por desgracias ahí no se acaba el calamitoso estado del espacio aéreo. El parlamento europeo ha decidido elevar el alcance de su populismo ecologista y ha votado a favor de establecer medidas que contrarresten el supuesto impacto de la aviación sobre el cambio climático. La idea es racionar la emisión de gases CO2 que puede emitir esta industria y convertirla en un juego de suma cero o en un sector en reconversión industrial forzada. En fin, parece que después de observar el fracaso de la aplicación de Kyoto en la tierra los parlamentarios quieren extenderla al cielo. Para colmo, los políticos europeos han decidido que, ya puestos a entorpecer la ya de por sí turbulenta industria aerospacial, van a ponerle impuestos al queroseno. El cielo está que arde y los políticos parecen dispuestos a prenderle fuego.