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El cisne negro de las pensiones

Publicado en Libertad Digital

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Estas semanas de semiconfinamiento son un momento tan bueno como cualquier otro para retomar a Nassim Nicholas Taleb. En este caso, El cisne negro. Nadie explica mejor la incertidumbre, las probabilidades, los riesgos. En realidad, nadie explica mejor la vida: me sigue pareciendo el autor actual más interesante, perspicaz y profundo. También uno de los más claros: se le entiende todo y se agradece.

Como decía, 2020 es un buen año para leer a Taleb, pero no por la covid-19 (por cierto, Taleb asegura que lo que nos ha pasado no ha sido ningún cisne negro, entre otras cosas porque él lleva años alertando sobre un virus que se propaga a todo el mundo en semanas desde el sureste asiático). Creo que él nos diría que, en ese tema, el último año para leer sus libros (y comprenderlos y asimilarlos) habría sido 2018. Cuando todavía podíamos hacer algo para prepararnos.

Y sí, llegamos tarde para el coronavirus… pero no para lo que vendrá después. Porque, además, estamos todos un poco enloquecidos haciendo predicciones. En estos meses, si hay un tema de debate que ha competido con la necesidad de las mascarillas, la idoneidad de los confinamientos o las estrategias de Suecia, Nueva Zelanda o Taiwan… si ha habido un tema recurrente, decimos, ha sido el de qué pasará a partir de ahora. Cómo será nuestro futuro y cómo habrá cambiado el planeta en 2030: ¿quedarán en pie nuestras ciudades o nos habremos mudado todos al campo? ¿los robots nos robarán todos los trabajos? ¿habrá nuevos coronavirus?

Pues bien, para (no) responder a todo esto, el mejor es Taleb.

El escritor libanés no aparenta ser demasiado humilde. De hecho, leyéndole uno intuye a un tipo prepotente, un poco huraño, más bien antipático, socarrón hasta ese límite que roza el insulto (y sí, me encantaría conocerle y hablar con él). Pero su filosofía sí es humilde y sensata, y por eso me gusta tanto. Si tuviera que quedarme con una de sus idea, sería la que se resume en esa máxima del jugador de béisbol Yogi Berra a la que Taleb recurre a menudo: «It’s tough to make predictions, especially about the future«, algo así como «es complicado hacer predicciones, especialmente sobre el futuro». [Un apunte, parece que no está claro si fue Berra el que realmente dijo la frase o se la han atribuido por error].

Si alguien tiene que aprender de esa idea somos los periodistas. Y los economistas. Nos pasamos el día haciendo predicciones, dando opiniones, adelantando lo que ocurrirá, citando expertos, usando hojas de cálculo con proyecciones… adivinando un futuro que casi nunca hemos logrado anticipar.

En mi caso, desde hace 5-6 años, el tema del que más he escrito es el de las pensiones. Y no por elección, sino casi por obligación: tras mis primeros artículos sobre esta cuestión, en el periódico nos dimos cuenta de que se leían muchísimo más que los dedicados a cualquier otro asunto. Las preguntas de los lectores, de los oyentes y de mis amigos se multiplicaban. Pocas cosas parece que interesen más.

El ‘futuro’ de la Seguridad Social

Todo esto de Taleb, la humildad a la hora de hacer predicciones y las pensiones viene a cuento porque muchas personas, cuando me preguntan sobre la situación financiera de la Seguridad Social, sobre cuál será su prestación o sobre el déficit, me dicen que les doy miedo, que leen mis artículos y se preocupan, que les anticipo un futuro negro, casi que se deprimen tras leer las cifras. Parece claro que soy uno de esos agoreros, de los catastrofistas, sobre los que alertan nuestros políticos. Uno más que hace predicciones muy negativas… que luego a lo mejor no se cumplirán.

Si es así, estoy transmitiendo la idea equivocada. Yo estoy con Taleb: no tengo ni la más remota idea de cómo será el futuro. Ni el futuro en general ni el de las pensiones, ni el de la deuda pública. Desde luego, ni me acerco a intuir cómo será el mundo de 2040.

En realidad, se me ocurren bastantes escenarios en los que podrían desaparecer todos esos riesgos-peligros que ahora parecen tan inminentes (como los periodistas no aprendemos, mi próximo artículo girará en torno a las «megatendencias» de las que hablan los gurús):

una recuperación económica espectacular, al estilo de lo que sucedió hace un siglo, tras la epidemia de la gripe española, que dispara el empleo y los ingresos del Estado;

avances tecnológicos que adelantan en varias décadas el proceso de robotización-digitalización que ya anticipamos y que no sólo no nos empobrecen, sino que nos hacen más productivos y ricos

una marea de inmigración de alto poder adquisitivo y alta productividad, que decide que, si va a trabajar desde casa… mejor que esa casa esté en Málaga que en Helsinki o en Eindhoven. Como ya he escrito otras veces, ésta siempre me ha parecido una de nuestras mejores bazas como país; y hace un par de días leía esto en el Twitter de Berta G. de Vega: «Cosas que pasan. Tiendas de golf en la costa que están vendiendo bastante a residentes nuevos nórdicos que se han venido a vivir aquí y a currar online. Y se compran los palos». ¡Crucemos los dedos!

una revolución en los cuidados médicos (por ejemplo, chips que nos monitorizan y se adelantan a las enfermedades) que abarata la factura sanitaria y libera presupuesto para otras partidas, como las pensiones

…o un cisne negro

Sí, un cisne negro. Porque siempre que nos viene a la mente esta imagen, pensamos en algo malo. Pero no tiene por qué ser así. Taleb describe un cisne negro como un suceso con tres atributos: «Es una rareza que habita fuera de las expectativas normales; produce un impacto tremendo; y la naturaleza humana hace que inventemos explicaciones de su existencia después del hecho, con lo que se hace explicable y predecible a posteriori».

Es verdad que Taleb nos alerta más sobre las sorpresas negativas. Porque son las que nos pueden hacer más daño si no vivimos en un entorno antifrágil (otra idea que me encanta). Pero también nos avisa de que el suceso puede ser positivo y de que, sea bueno o malo, podemos sacar mucho partido de lo inesperado si estamos preparados.

Aquí habrá algunos lectores confundidos. «Pero, Domingo… sólo en el último año te hemos leído titulares sobre ‘la vía griega‘ para las pensiones, ‘cinco advertencias para tomarnos muy en serio’, ‘un recorte inevitable‘, o ‘las verdades del barquero que no queremos mirar’. ¿Y ahora nos dices que no tienes ni idea de cómo será el año 2040? ¿Y que las cosas podrían salir bien?».

Exactamente. Ésa es la idea.

La apuesta

Cuando hace unas semanas escribí sobre «la vía griega» por la que ha optado el Pacto de Toledo, no es porque piense que es inevitable que en la próxima década se produzcan recortes del 10-20-40% como pasó en el país de Alexis Tsipras. Lo que han hecho nuestros políticos no es condenarnos… es optar por la no reforma, como hicieron los griegos. ¿Y qué esperaban los políticos helenos en el año 2000? ¿Una situación como la de 2012? No, esperaban que todo saliera bien: que Grecia creciera, que no hubiera una crisis financiera, que la financiación de la UE sirviera para ir cerrando el agujero presupuestario, que las inversiones llegaran (incluso sin reformas) atraídas por un país con mano de obra barata y dentro de la Eurozona… que todo saliera bien. Y si no salía, que el marrón se lo comiese otro.

Aquí hemos hecho la misma apuesta.

Las reformas de las pensiones que se han aprobado en varios países de Europa en los últimos 20-30 años no son perfectas, ni cubren ante cualquier riesgo, ni implican una promesa a sus trabajadores actuales de que podrán jubilarse con una prestación tan generosa como la de sus padres. No lo dicen, porque no pueden decirlo. Las reformas como la sueca (el modelo que, en mi opinión, debería tener en la cabeza el legislador español) son, sobre todo, flexibles. No pretenden anticipar el futuro, sino estar preparadas para el mismo. Sí, es cierto, imponen algunos pequeños ajustes desde ya, incluso aunque podrían ser innecesarios si todo saliera bien; y al mismo tiempo intentan proteger a sus ciudadanos de recortes brutales si algo falla.

Porque lo normal es que falle. Lo normal es que tengamos una población más envejecida; que la montaña de deuda pública en la que nos sentamos nos pase factura; que el estancamiento de la productividad que arrastramos desde hace décadas siga presente; que la esperanza de vida siga creciendo (esto es una noticia excelente, pero un reto financiero); que nuestro mercado laboral siga siendo menos eficiente que el holandés o el alemán; o cosas todavía peores… Porque nos podría ir mejor, pero también peor de lo que pensamos.

Esto es para lo que debemos prepararnos. Por supuesto, al mismo tiempo que intentamos reformar todos esos problemas para que su impacto sea lo menos negativo posible.

¿Y si todo lo anterior sale bien? ¿O si hay un cisne negro de los buenos que nos salve? Porque el cisne negro de las pensiones no es que quiebre el sistema… Eso es lo que lleva sucediendo desde hace 40 años. El cisne negro sería que no quebrase más.

¿Y si ocurre eso? Pues mejor.

Nos lo han dicho cientos de veces nuestras abuelas, una fuente de sabiduría a la que Taleb también recurre a menudo. A mí, por ejemplo, la mía me lo repetía cada vez que me sentaba a ver un partido del Atleti: «Hijo, tú tienes que pensar que van a perder… y así te preparas. Luego, si ganan, la alegría es doble». Tendría que haberles hecho más caso, a Taleb y a mi abuela, en las pensiones… y en lo del Atleti también.

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