Desde el Parlamento a la Comisión, pocos se libran de sentir una adoración casi sacra por ese conato de Estado mundial en el que algunos se empeñan en convertir lo que comenzó siendo una simple unión aduanera: la Unión Europea. Pero al lado de Zapatero, todos esos políticos de casta, todas esas hornadas de tecnócratas más centrados en el krátos que en el tecnos, parecen corderitos ultraliberales.
Ha tenido que llegar nuestro presidente del Gobierno para remover las tranquilas aguas de unos funcionarios que sólo aspiraban a pastar en los presupuestos comunitarios a cambio de aplastar a los europeos con voluminosas regulaciones que por supuesto ni se llegan a leer. En apenas unos días desde la presidencia de turno, Zapatero ya ha lanzado dos ocurrencias a cada cual más absurda. Tan disparatas son que incluso las gargantas profundas de la Unión Europa están teniendo problemas de digestión.
La primera fue extender el quebrado modelo español de energías renovables y de economía falsamente sostenible al resto de nuestros socios comunitarios, so pena de ser sancionados por ese egregio líder político cuyo país carga con una tasa de paro del 20% y un déficit público anual de más de 100.000 millones de euros. Magníficos referentes con los que ponerse a impartir lecciones y a sancionar a aquellos que se salgan del guión por él marcado, esto es, a aquellos que empiecen a crecer, crear riqueza y reducir el paro.
No es de extrañar que la prensa europea lo recibiera con una mezcla entre mofa, desprecio y compasión. Hasta la fecha, no conocemos casos exitosos de pordioseros administrando las finanzas de multimillonarios. Tal vez por eso, dentro del PSOE no se aclaran a elegir entre el capirote o la camisa de fuerza; entre el ridículo de la ignorante arrogancia o la enajenación mental transitoria a lo Napoleón.
La segunda boutade presidencial parece ser fruto de esa mística conjunción planetaria que en su día ya nos pronosticara Leire de Nostradamus. A Obama se le ha ocurrido que los bancos rescatados con el dinero de los contribuyentes deben financiar sus manirrotos proyectos faraónicos. No está mal: primero se roba a los estadounidenses para salvar indiscriminadamente a todo banco que se les cruzara por en medio (incluso a aquellos que no querían ser rescatados) y luego la víctima a la que tienen que indemnizar los bancos no son esos contribuyentes asfixiados por deudas e impuestos, sino a un manirroto Obama que no para de gastar el dinero de esos mismos contribuyentes.
Por cierto, Obama miente. Sería largo de explicar, pero las pérdidas que atribuye al Tesoro por más de cien mil millones de dólares todavía son provisionales. Imagine que usted adquiere un paquete de acciones de Telefónica a 15 euros y el precio cae a 10. Puede concluir que ha perdido dinero, pero esas pérdidas sólo serán definitivas si vende esas acciones antes de que vuelvan a 15.
Las pérdidas que alega Obama están calculadas sobre la depreciación de las acciones (mejor dicho, de los warrants) de los bancos acumuladas a mediados de 2009 que están en propiedad del Tesoro. Desde entonces, muchas de ellas ya se han revalorado alrededor de un 20% y si la economía sigue recuperándose, continuarán apreciándose.
Lo cual no quita para que al final, muy probablemente, se produzcan pérdidas, pero esas vendrán más bien por la incapacidad de ciertas empresas para repagar el dinero que el Tesoro les prestó. De momento, los bancos más solventes ya devolvieron unos 150.000 millones de dólares a mediados del año pasado. Ahora mismo, los peores y más arriesgados deudores son empresas que nunca, bajo ningún concepto, debieron ser rescatadas, como General Motors o los gubernamentales gigantes hipotecarios Freddie Mac y Fannie Mae. Pero, ¡ah!, estas empresas que a buen seguro arrojarán milmillonarias pérdidas para el Tesoro están exentas del nuevo impuesto que pretende crear Obama y, en cambio, otras que ya han pagado sus deudas, como Goldman Sachs o Morgan Stanley, no lo van a estar. Un disparate intervencionista cuyo objetivo es el de siempre: dotar de más poder a los políticos para repartir dádivas y comprar voluntades.
Zapatero, por supuesto, se ha entusiasmado con la idea. Todo cuanto sea crear nuevos impuestos cuenta con el espaldarazo socialista. Lo que no queda claro es qué sentido tiene darles centenares de miles de millones de euros a unos debilitados bancos y cajas para evitar que quiebren y, posteriormente, quitarles un pellizquito de esos fondos para maquillar el dispendio en el que incurren los políticos. En lugar de crear un nuevo impuesto, bien podrían reducir proporcionalmente los fondos que les van a entregar, haciendo innecesario el viaje de ida y vuelta.
Claro que entonces nuestros Estados se quedarían sin poder crear un nuevo impuesto que, con la excusa de recuperar el dinero prestado, grave a los bancos de manera permanente. El efecto trinquete: todo intervencionismo que avanza, no retrocede.
¡Qué fácil y transparente habría sido dejar a los bancos insolventes quebrar y a los solventes prosperar en lugar de repartir carretillas de millones, por un lado, e imponer nuevos tributos a justos y pecadores por otro! Pero cuanto más enfangado esté el asunto, más fácil les resulta meter mano. Qué bien se lo están pasando nuestros socialistas en estos momentos de crisis y desconcierto que ellos mismos contribuyen a agravar.