Son los políticos los que dominan a la sociedad presentando enemigos convenientes.
En uno de sus conocidos sketchs, el grupo cómico-musical argentino, Les Luthiers, describía el trabajo de una comisión gubernamental encargada de renovar el himno nacional. Para lo cual contrataba al maestro Mangacaprini, al que daban indicaciones acerca de la nueva letra. En un momento dado, uno de los comisionados considera que la mención al imperio español es ofensiva, después de tanto tiempo transcurrido desde la independencia y la buena relación entre los dos países. Así que piensan en cuál es el enemigo adecuado. Los americanos no pueden ser porque, según explican, están financiando al gobierno. La dictadura soviética ha desaparecido. Finalmente piensan en un país extranjero que jamás vaya a enterarse de qué dice el himno argentino para que no pueda ofenderse y concluyen que Noruega es la nación perfecta, suficientemente alejado y desinteresado en cuestiones argentinas. De manera que tratan de inventarse una afrenta para darle cierta coherencia al relato. No hay problemas territoriales, ni económicos. ¿Qué hacer? La conclusión es entender que las palabras “Atrás invasores noruegos” se refieren a “una hipótesis de conflicto”, no a uno real. Más allá de la parodia, estamos viviendo unos tiempos en los que da la sensación de que hay conflictos mezclados con hipótesis de conflictos y supuestos enemigos que apenas se diferencian, a ojos de la sociedad, de los verdaderos. Todo ello desemboca en una crispación social difícil de calmar.
El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, ha iniciado una política proteccionista que, como era previsible, está resultando en la pérdida de trabajo de aquellos a quienes pretende proteger. Los últimos afectados son los trabajadores de la fábrica de motos Harley-Davidson. Los aranceles a determinados productos europeos han tenido como consecuencia la implantación de nuevos aranceles por la Unión Europea. Para eludirlos, Harley-Davidson ha decidido trasladar parte de la producción fuera de Estados Unidos, lo que implica la pérdida de empleos de los trabajadores de las fábricas que se van a cerrar. Las últimas declaraciones de Trump en Twitter amenazan a la empresa con hacerle pagar impuestos como nunca. Trump parece haber decidido que para hacer América grande de nuevo hay que encontrar un enemigo común que unifique los ánimos. Y, sobre todo, que lo haga apuntalando su poder político. Hay un enemigo interior que es todo aquel individuo o empresa estadounidense que no le siga. También hay un enemigo exterior, de ahí que esté revisando los acuerdos supranacionales. No me parece mal que se cuestione la existencia de áreas de libre comercio que cierran sus fronteras comerciales a los países que no son miembros, porque creo en la libertad comercial, no en la libertad selectiva. Pero Trump está reduciendo sus socios a uno, su propio país. Su retirada del tratado comercial del Pacífico (el TPP) deja huérfanos al resto de los países, y en una situación muy débil al presidente de Japón, que había apostado por una relación cordial con Trump y se ha visto traicionado. En el caso de Japón, además de un problema comercial, se trata de un problema de defensa nacional, especialmente frente a China, con quien no ha logrado mejorar las relaciones desde el final de la Segunda Guerra Mundial.
Trump quiere mejorar las condiciones comerciales de su país mostrando músculo y haciendo valer que es una super potencia. Mientras, China aumenta su importancia y se configura como un interlocutor internacional adecuado para Trump, junto con Putin, o el mismísimo Kim Jong Un. Los socios más débiles son despreciados.
Frente a algunos liberales que le aplauden por la bajada de impuestos, yo identifico la esencia mercantilista en sus ideas, un proteccionismo muy rancio que explica también su política migratoria. Las medidas aplicadas y la interpretación de las leyes existentes con un criterio rígido están basada en la visión del inmigrante como un potencial enemigo. Como poco, es alguien que te “roba” el trabajo y, a menudo, es dibujado como un delincuente.Y ya se sabe que siempre es mejor un delincuente propio que ajeno. Pero aunque el caso de Trump sea el que más ruido hace, no es el único. En Europa tenemos el mismo problema con los refugiados sirios y los inmigrantes libaneses. La confusión mediática explica que parte de la población se pregunte si son enemigos o, como en la parodia de Les Luthiers, “una hipótesis de enemigo”. El suceso del Aquarius y su resolución han permitido que la sociedad europea se entere de que hay mafias que embarcan emigrantes de Libia, entre otros países, y los dejan a la deriva en el Mediterráneo esperando que Italia los acoja, o cualquier otro país. ¿Quién va a permitir que 200 personas hacinadas mueran así por falta de ayuda? Sin embargo, a los pocos días de recibir en Valencia a los tripulantes del Aquarius, el mismo gobierno de acudía al rescate y se hacía la foto de rigor, rechaza al Lifeline, dejando al descubierto su afán electoralista. La realidad, según el equipo de prensa de la Representación de la Comisión Europea en España, y que ha publicado Miquel Roig en Twitter, es que si bien en el año 2015 la Unión Europea recibió más de un millón de inmigrantes a través del Mediterráneo, esta cifra ha disminuido dramáticamente, de manera que el año pasado bajó hasta 184.000 inmigrantes, y en los primeros seis meses del 2018 apenas llegan a 50.000 personas. No hay una crisis migratoria alarmante.
No obstante, es cierto que no todo es una invención, hay problemas en el equilibrio económico internacional y hay problemas migratorios. Tampoco se puede obviar la realidad. La cuestión es cómo superar los obstáculos.
Para abrir las fronteras a bienes, capitales y personas necesitamos un mercado de trabajo flexible, luchar contra los delitos y la corrupción de todos, la eliminación de los privilegios y una sociedad civil que recupere el control sobre los políticos y no al revés. Mientras tanto, son los políticos los que dominan a la sociedad presentando enemigos convenientes.