Gravar el ahorro a los tipos marginales del IRPF es un suicidio fiscal que, obviamente, no sufrirán ellos.
Hace un par de días la Comisión Europea requirió a España que volviera a aplicar un ajuste de 8.000 millones de euros y se guardó de decidir imponer una sanción hasta después de las elecciones. La situación pone en evidencia el juego de las autoridades españolas, y también las comunitarias, de revisar, re-fijar, renegociar, una cifra, el déficit, que cualquier gobierno incumplirá crónicamente porque la vía que eligen políticamente les conduce inexorablemente a ello. No es incapacidad, es voluntad política y calculada de incumplir con el déficit.
Analistas y periodistas resaltan, con toda la razón, los sucesivos desvíos presupuestarios y el incumplimiento macroeconómico crónico de los objetivos pactados con Bruselas. También conviene criticar que en la base de esta absurda danza y comportamiento de ratón y gato, se encuentra una incorrecta perspectiva gubernamental compartida por todos los partidos.
Y es que este Gobierno, como el anterior, no es que sea incapaz de terminar 2015 con un 4,2% del PIB de déficit, en lugar de un 5%. Por supuesto que podría haber llegado a esa cifra. Igualmente hubieran podido cumplir los años anteriores, si es que queremos prescindir de la excusa de estar en periodo electoral. Es la visión del Estado, de la economía, de la sociedad y votantes a los que se gobierna, y del sistema, la que lleva al Gobierno a trazar una estrategia electoral basada en emplear medidas únicamente fiscales (subidas de impuestos) que son cortoplacistas. Esta estrategia elegida y calculada proviene, en el fondo, de la única ideología que conocen nuestros partidos, especialmente de quienes ocupan el Gobierno: la ideología del poder, la de cómo alcanzarlo y cómo mantenerse en él. El verdadero programa electoral de todos los partidos.
En el fondo, para los políticos es más fácil reducirlo todo a un juego de cifras más que a una visión a medio plazo que implique reformas de calado. Es mejor electoralmente tratar de blanquear pocas medidas de ingresos a través del juego bruselense de fijación de objetivos de déficit y demás exigencias que, por otra parte, nos rebelamos a cumplir porque somos soberanos y no queremos «pasarnos cuatro pueblos con la austeridad» (Margallo dixit). Los incentivos que el sistema ofrece a los políticos impiden realizar reformas que modifiquen el statu quo.
El objetivo del Gobierno al final es el de corregir el déficit general sentándose a esperar cómo la coyuntura de recuperación lo va reduciendo hasta llegar al déficit estructural, que es el objetivo a medio plazo. El déficit estructural es el que existe cuando suponemos la ausencia de ciclos, el que se tiene cuando la economía usa todos los recursos que puede usar. Este indicador, difícil de calcular, es el utilizado por las autoridades europeas para pactar con los gobiernos nacionales los objetivos fiscales a medio y largo plazo. De hecho, el Programa de Estabilidad que el Gobierno pacta con la UE no es otro que reducir el déficit estructural al 0,5% del PIB.
Sin embargo, tratar de corregir, única e infructuosamente, el déficit general por la vía fiscal, y además, la mala vía (subir impuestos principalmente) resta capacidad a que el ciclo económico por sí solo corrija el déficit hasta llevarlo al estructural, como hemos visto en la última legislatura del PP. Y no sólo eso. Además de incumplir objetivos de saneamiento de las finanzas públicas a medio plazo, trae consecuencias estructurales.
El propio efecto de subir impuestos es un ejemplo: impide la adecuada reasignación de los recursos productivos o el descubrimiento de nueva actividad económica. Pero ha de añadírsele la ausencia de verdaderas liberalizaciones del mercado (las manidas y nunca aplicadas reformas estructurales, laboral, educación, justicia, obstáculos a la actividad económica). Todo ello hace que nos encontremos en una situación en que parte de los problemas coyunturales surgidos en la crisis se cronifiquen y pasen a ser estructurales.
Por ejemplo, el desempleo. La lenta respuesta de las autoridades, que se conformó en aplicar una tímida reforma laboral y se centra en el regateo con la Comisión Europea, provoca que parte de ese paro causado por la burbuja y posterior crisis corra el riesgo de tornarse estructural, desempleados de muy difícil o imposible reubicación. Y lo mismo sucede con la cronificación del pequeño e ineficiente tamaño del tejido empresarial, la cronificación de una inadecuada cualificación de los estudiantes, la cronificación de un escaso espíritu empresarial de la población, y la cronificación de las rigideces de la economía.
¿Cuál es el resultado? El PP dirá que somos uno de los países que más crece. Los datos a corto plazo son más útiles electoralmente. En realidad, nuestro crecimiento potencial es menor (destruimos el crecimiento que hubiéramos podido tener con reformas), lo que significa que tendremos un déficit estructural mayor. Lo que significa que se exigirán más ajustes, que fundamentalmente serán cortoplacistas, únicamente fiscales y predominantemente subidas de impuestos o mantenimiento de los subidos durante la crisis. Lo que provocará que la economía no tire como debiera y que la estrategia de quedarse sentado viendo cómo el ciclo ajusta las cuentas no será tan cómodo. Se necesitará renegociar y requetenegociar qué impuestos subir, cuáles no tanto (y también cuáles bajar, aunque sea simbólicamente, si no el juego no puede funcionar continuadamente). Mientras tanto, los años pasan y los proyectos vitales de millones de personas se ven afectados frontalmente por esta situación. Se mantiene el descontento que la población acumula desde la crisis, lo que acentúa la velocidad a la que el régimen se desliza por la pendiente socialista-comunista.
Por eso, estas semanas ya volvemos a ver otra vez el debate político de siempre. La rueda vuelve a girar. Rajoy amaga con bajar impuestos y alerta de que votar a Ciudadanos será convertir su voto en lo que no es. Es decir, no sólo lo mismo que hizo el PP en las elecciones de 2011 (prometió bajarlos y los subió reiteradamente), sino esta misma semana, dando a entender que bajará impuestos cuando le espera es una multa de la Comisión Europea del 0,2% del PIB por incumplir el déficit, si logra repetir mandato.
Y en la misma orilla, Unidos Podemos, que apuesta también por medidas fiscales: hacer explotar el gasto a través de subidas de impuestos sobre la propiedad y, especialmente, sobre el ahorro. Gravar el ahorro a los tipos marginales del IRPF es un suicidio fiscal que, obviamente, no sufrirán ellos: aniquilará innumerables proyectos de inversión que podrían haberse emprendido, es decir, menos riqueza y puestos de trabajo, es decir, crecimiento potencial (lo mismo en lo que no se centra el PP) que se rechaza. Acto seguido, se exigirán nuevos ajustes fiscales por parte de las autoridades. Y la rueda seguirá, mientras que son las familias y empresas las que se ajustan, a pesar del gobierno.
En definitiva, si se sigue con juegos y regateos, con medidas fiscales (impuestos) sin dar entrada en el debate a las reformas estructurales o liberalizaciones, mayor crecimiento potencial al que se renuncia, y más vulnerable es nuestra economía al resultado electoral de las próximas elecciones.