El informe, publicado en la revista Nature, culpa –como no podía ser de otra manera– a la voracidad y el egoísmo humanos, esta vez encarnados en ganaderos y agricultores de soja que deforestan zonas protegidas saltándose a la torera la legislación medioambiental para conseguir jugosos beneficios y favorecer la construcción de carreteras hasta el corazón de la región. Todo un camino que convertirá la selva en un erial.
Se nos bombardea constantemente con este tipo de predicciones catastrofistas. En febrero fueron Groenlandia y la Antártida las que se derretían; en 2100, 50 años después de la desaparición de la Amazonía. Los estudios de la Universidad de Arizona y del Centro Nacional de Investigación Atmosférica de Boulder publicados en Sciencie aseguraban que en el siglo XXII la Tierra podría ser lo suficientemente cálida para la descongelación general de la placa de hielo de Groenlandia y el colapso parcial de la capa de hielo de la Antártida. Dichos estudios, una comparación de modelos climáticos, uno de hace 129.000 años y otro del próximo siglo, no dejaban nada a la imaginación, salvo, suponemos, el software utilizado.
Este bombardeo continuo no es gratuito; forma parte de un proceso sistemático que ayuda a la supervivencia del lobby ecologista: si el medio ambiente se conservara cada vez mejor, si la degradación se redujera, si la humanidad prosperara, no tendría razón de ser, estaría firmando su propia defunción. Necesita la radicalización del movimiento, el alarmismo, la mentira o la media verdad para seguir vivo, independientemente de cómo evolucionen los ratios que maneja. Apóstatas como Bjorn Lomborg no son bienvenidos, pues desmontan el belén que han creado a lo largo de muchas décadas. En su libro El ecologista escéptico analiza con una visión más racionalista los mismo datos que en teoría manejan las organizaciones ambientalistas, y llega a conclusiones bastante optimistas.
La concepción ecologista del Amazonas es ante todo un mito; es una excusa, una leyenda, Eldorado verde que comprende y "conoce" todo el mundo, el hijo débil y desvalido que tenemos que cuidar y acunar, protegiéndole del mundo exterior. El Amazonas está lleno de mentiras, casi tantas como especies. Quizá la más repetida sea su definición como "pulmón de la Tierra". Es falso que sea el mayor productor mundial de O2.
Deberíamos recordar de nuestra etapa en el bachillerato que todo ser vivo superior respira tomando oxígeno y soltando anhídrido carbónico, el famoso y mal visto CO2. La selva amazónica es un ecosistema donde apenas hay árboles que no hayan llegado a un estado adulto, de forma que el oxígeno que producen al realizar la fotosíntesis es gastado en el proceso de respiración y el balance es prácticamente nulo.
El principal productor de oxígeno es el fitoplacton marino, especialmente el de la zonas polares y el de las aguas costeras. De hecho, la ciencia no deja de darnos sustos, y una investigación reciente asegura que las masas boscosas son importantes productoras de gas metano, otro de los peligrosos gases del efecto invernadero.
Esto, desde luego, no es óbice para que, desde el Estado, políticos populistas y populares pretendan tomar medidas para proteger tan rica tierra. El Gobierno brasileño, con su presidente Luiz Inácio Lula da Silva a la cabeza, ha aprobado una ley que pretende gestionar su protección con el aplauso de Greenpeace y el rechazo de otros ecologistas. El resultado es tres tipos de terrenos: los protegidos directamente, los destinados al uso comunitario por indígenas y pobladores tradicionales y, por último, los que se concede en forma de parcelas para la explotación forestal limitada a empresas privadas.
Este sistema es una simple concesión estatal, tan susceptible de corrupción como cualquier concesión estatal. Sólo debemos recordar los múltiples casos de corrupción en torno al urbanismo en España, de los que el caso de Marbella es la punta de un iceberg muy arraigado en nuestras tierras. Los precedentes en el Gobierno brasileño tampoco son halagüeños. El mismo Da Silva se ha visto manchado por importantes escándalos en su partido, el PT y su Gobierno. Las clases gobernantes brasileñas no se caracterizan precisamente por su labor impoluta de administración. ¿Semejante precedente invita al optimismo?
La protección del medio ambiente se deriva siempre a lo público y se deja de lado lo privado. La actividad empresarial es la que crea la riqueza, y es la riqueza lo que en último término protege el medio ambiente. Es la propiedad privada lo que favorece la creación de la riqueza. Si una maderera arrasa una porción de selva es porque no es suya, porque sabe que en un tiempo deberá salir de ahí y dedicarse a talar otra concesión. La corrupción, la falta de medios de la Administración, o ambas cosas a la vez, favorecen tal situación. Si ese trozo de selva estuviera en su propiedad, ya se encargaría de no destrozar la fuente de su riqueza. Además, no todos los árboles son susceptibles de explotación, de forma que no todo el bosque desaparecerá. La explotación agrícola y ganadera presentaría más problemas, pero sería el propio mercado el que marcaría las pautas.
Los terrenos convenientemente fertilizados podrían servir para varias cosechas, con lo que nos alejaríamos de la tradicional agricultura amazónica de talar, quemar, cultivar y trasladarse, el siguiente año, a otra finca. En este sentido, la labor de los ecologistas contrarios al uso de fertilizantes no naturales es un factor negativo. Los precios determinarían si la explotación agrícola de las fincas sería rentable o no, y si debería buscarse otro uso que generase la riqueza que se necesita. Las subvenciones a la agricultura funcionaría en este caso como otro factor negativo.
Existen muchas maneras de gestionar la Amazonía, pero la protección y las ayudas financieras sin más no son, desde luego, la solución perfecta, ni siquiera una solución. Como siempre, no es una cuestión de reparto de dinero, es una cuestión de creación de riqueza, y la corrupción de los gobiernos y la visión cerrada de los ecologistas no son ninguna ayuda.